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La iglesia resplandecía con una belleza solemne. Lámparas vintage colgaban del alto techo, proyectando una luz cálida sobre las columnas blancas adornadas con rosas rojas.El pasillo central, tapizado con pétalos de flores, llevaba directo al altar, donde el destino de dos personas quedaría sellado para siempre.La expectación en la iglesia era palpable.Los murmullos de los invitados, —importantes empresarios, políticos, y miembros de la alta sociedad—llenaban el recinto como un eco constante.—Dicen que la antigua señora Savelli era un desastre, una vergüenza para su esposo.—Pero esta nueva mujer… ha logrado algo que nadie creía posible. Dicen que ha domado al fiero Giancarlo Savelli.—Nadie la ha visto jamás… algunos dicen que su belleza es tan hipnotizante que el señor Savelli ha dejado atrás su vida de fiestas y amantes.Los rumores volaban de un lado a otro, envolviendo la ceremonia en un halo de misterio. Y entre los asistentes, un hombre en particular escuchaba con especial at
Roma caminaba lentamente por el pasillo, con el velo cubriendo su rostro y los latidos de su corazón resonando en sus oídos.Todo a su alrededor se desvanecía; las miradas de los invitados, el murmullo de las voces emocionadas, las luces cálidas de la iglesia… nada existía, excepto él.Giancarlo, estaba ahí, de pie, esperando por ella, con ese porte de hombre rudo y poderoso, apasionado, pero ella conocía su naturaleza tierna y amorosa, solo para ella.Sus ojos se encontraron con los de él, y en ese instante, todo el dolor, el pasado y las cicatrices se desvanecieron.Solo quedaban ellos dos y ese amor profundo que había renacido de las cenizas.Los gemelos Matías y Mateo la acompañaban, sujetando sus manos con ternura, como sus escudos del amor, mientras la pequeña Aria esparcía pétalos de rosa roja a su paso, como si estuviera tejiendo un sendero de amor y destino.Roma sentía que caminaba dentro de un sueño, uno que jamás imaginó que podría hacerse realidad.Cuando llegaron al altar
—¡Roma, no puedes casarte! ¡Tú eres mía!El grito de Alonzo retumbó en la iglesia como un trueno inesperado.Un murmullo se extendió entre los invitados, mezclado con jadeos de sorpresa y miradas de incredulidad.Roma sintió un escalofrío recorrerle la espalda al ver la figura del hombre que tanto daño le había hecho, interrumpiendo su boda como un espectro del pasado.Se apartó el velo con un movimiento brusco, dejando al descubierto su rostro, que no reflejaba más que ira contenida.Esperaba que él se hubiera marchado con la humillación de verla junto a otro hombre, pero no… ahí estaba, desafiándola.Giancarlo, en cambio, sintió hervir la sangre en sus venas. Su mandíbula se tensó y sus ojos adquirieron un brillo peligroso.Dio un paso adelante con su postura imponente y la voz cargada de amenaza.—¡Lárgate de aquí antes de que te saque a la fuerza!—¡No me iré! —rugió Alonzo, aferrándose a su última oportunidad.Los guardias de Giancarlo avanzaron de inmediato, sujetando al intruso
Alonzo fue brutalmente empujado fuera de la iglesia, los guardias no mostraron piedad mientras lo arrastraban hacia la salida.El eco de los murmullos de los invitados aún resonaba en sus oídos, pero él ya no podía oír nada.Solo podía pensar en Roma, y en lo que acababa de perder.Finalmente, al ser liberado de las manos de los guardias, se subió al automóvil.Con las manos temblorosas, arrancó el motor y aceleró a toda velocidad, el viento desordenando su cabello, el corazón acelerado por la rabia, la frustración y el dolor.No podía aceptar lo que acababa de ocurrir. Roma, su Roma, ¿se había casado con Giancarlo Savelli?La ira lo consumía mientras pensaba en el rostro sereno de ella, tan radiante, tan feliz… junto a él, junto al hombre que siempre había temido.Se detuvo en medio de un camino solitario.El sol comenzaba a ponerse, pero la oscuridad ya había invadido su alma.Alonzo salió del coche, el alma rota por la impotencia, y lanzó un rugido desesperado al vacío. Golpeó con f
Giancarlo y Roma iban en el auto.Él tomó su mano, entrelazando sus dedos con suavidad.—¿Estás bien? —preguntó Giancarlo, su voz grave pero cargada de preocupación.Roma asintió lentamente, mirando hacia el frente sin realmente ver.La imagen de Alonzo gritando su nombre aún resonaba en su mente, y aunque intentaba mantener la calma, su corazón seguía latiendo con fuerza en su pecho.—Lamento esto... —dijo, su voz temblorosa. Era un susurro, como si hablar en voz baja pudiera mitigar el dolor de la situación—. Lamento que haya intentado arruinar todo esto... Pensé que se iría humillando, que vería lo que había hecho, pero nunca imaginé que llegaría tan lejos.Giancarlo, al escuchar sus palabras, no pudo evitar acercarse más, hasta casi tocar su rostro con el suyo.Le besó los labios con dulzura, un beso cargado de promesas y consuelo.—¿Sabes? En el fondo, lo entiendo... —susurró Giancarlo, con su tono firme y cálido. Sus ojos reflejaban una pasión por Roma que la hacía sentirse compl
El sonido de la ambulancia rompía la quietud de la noche, su sirena aullaba como una advertencia de tragedia inminente.En su interior, Kristal retorcía el rostro en un gesto de puro dolor, su respiración entrecortada se mezclaba con sollozos ahogados.Sentía su cuerpo romperse, como si la vida misma estuviera arrancándole algo con una crueldad desmedida.En el hospital.Al llegar al hospital, un equipo de médicos y enfermeras la recibió con la urgencia de quien sabe que el tiempo es un lujo que no pueden permitirse.La camilla rodó rápidamente por los pasillos mientras los gritos de Kristal atravesaban las paredes, tan desgarradores que el personal del hospital intercambió miradas preocupadas.En la sala de emergencias, la ginecóloga la revisó con detenimiento.Su rostro, normalmente impasible, reflejaba una sombra de angustia.—El bebé está en sufrimiento fetal… —su voz sonó grave, firme—. Tenemos que hacer una cesárea de emergencia.Kristal apenas pudo asimilar sus palabras.Su ment
La recepción de bodas había terminado. Los invitados se marchaban poco a poco, dejando tras de sí un eco de risas y buenos deseos.La noche avanzaba, y el aire aún conservaba la calidez de la celebración.Roma y Giancarlo se agacharon para despedirse de los niños.—Pequeños, pórtense muy bien con tía Corina —dijo Roma con dulzura, acariciando el cabello de sus hijos—. Papá y mamá volverán en unos días.Mateo frunció el ceño, con esa expresión de niño que tramaba algo.—Pero, mami, cuando estén de viaje... ¿Pueden llamar a la cigüeña? —exclamó con inocente entusiasmo—. ¡Queremos un quinto bueno! ¡Queremos un hermanito!Roma se quedó de piedra.Giancarlo soltó una carcajada profunda, y hasta Corina se llevó una mano a la boca para contener la risa.—¡Sí, queremos un hermanito! —se unieron al instante Matías y Aria, asintiendo con energía.Roma suspiró, entre divertida y desconcertada, y los atrajo hacia su pecho en un abrazo cálido.—Pequeños traviesos... lo hablaremos después. Por ahora
En el hospitalEl despertar de Kristal fue confuso, un instante de sombras y murmullos hasta que la realidad la golpeó con fuerza.Parpadeó, su visión aún borrosa por el cansancio y el dolor, hasta que distinguió las batas blancas de las enfermeras moviéndose a su alrededor.Un terror instintivo le oprimió el pecho cuando sintió su vientre vacío.—¡Mi bebé…! —jadeó, con la voz entrecortada, llevándose las manos al abdomen.Una de las enfermeras se acercó con expresión serena, intentando calmarla.—Tranquila, señora, su hijo está en la incubadora. Es muy pequeño y está enfermo, pero está luchando.Kristal sintió cómo las lágrimas brotaban sin control, recorriendo su piel febril.Un vacío helado le perforó el alma. Su hijo… su pequeño… solo imaginarlo frágil, indefenso, batallando por respirar, le hacía sentir como si el mundo entero se desplomara a su alrededor.En ese momento, Eugenia entró a la habitación, su expresión era de cautela, pero Kristal ni siquiera se fijó en ella.—¿Dónde