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La recepción de bodas había terminado. Los invitados se marchaban poco a poco, dejando tras de sí un eco de risas y buenos deseos.La noche avanzaba, y el aire aún conservaba la calidez de la celebración.Roma y Giancarlo se agacharon para despedirse de los niños.—Pequeños, pórtense muy bien con tía Corina —dijo Roma con dulzura, acariciando el cabello de sus hijos—. Papá y mamá volverán en unos días.Mateo frunció el ceño, con esa expresión de niño que tramaba algo.—Pero, mami, cuando estén de viaje... ¿Pueden llamar a la cigüeña? —exclamó con inocente entusiasmo—. ¡Queremos un quinto bueno! ¡Queremos un hermanito!Roma se quedó de piedra.Giancarlo soltó una carcajada profunda, y hasta Corina se llevó una mano a la boca para contener la risa.—¡Sí, queremos un hermanito! —se unieron al instante Matías y Aria, asintiendo con energía.Roma suspiró, entre divertida y desconcertada, y los atrajo hacia su pecho en un abrazo cálido.—Pequeños traviesos... lo hablaremos después. Por ahora
En el hospitalEl despertar de Kristal fue confuso, un instante de sombras y murmullos hasta que la realidad la golpeó con fuerza.Parpadeó, su visión aún borrosa por el cansancio y el dolor, hasta que distinguió las batas blancas de las enfermeras moviéndose a su alrededor.Un terror instintivo le oprimió el pecho cuando sintió su vientre vacío.—¡Mi bebé…! —jadeó, con la voz entrecortada, llevándose las manos al abdomen.Una de las enfermeras se acercó con expresión serena, intentando calmarla.—Tranquila, señora, su hijo está en la incubadora. Es muy pequeño y está enfermo, pero está luchando.Kristal sintió cómo las lágrimas brotaban sin control, recorriendo su piel febril.Un vacío helado le perforó el alma. Su hijo… su pequeño… solo imaginarlo frágil, indefenso, batallando por respirar, le hacía sentir como si el mundo entero se desplomara a su alrededor.En ese momento, Eugenia entró a la habitación, su expresión era de cautela, pero Kristal ni siquiera se fijó en ella.—¿Dónde
El día siguienteRoma despertó sintiendo el cálido resplandor del sol, filtrándose por la ventana. Sus párpados temblaron antes de abrirse, y lo primero que vio fue a Giancarlo a su lado, respirando pausadamente, con el rostro relajado en el sueño.Su esposo. Su amante. Su todo.Sonrió con dulzura, sintiendo una extraña paz que no había sentido en años. Pero la inquietud seguía viva en su corazón.Se levantó con cuidado, caminó hasta el balcón y dejó que el aire fresco de la mañana acariciara su piel. Desde allí, el paisaje parecía pintado de oro, con el sol iluminando el mar en la distancia. Todo parecía perfecto, casi irreal.Entonces sintió el calor del abrazo de Giancarlo envolviéndola por detrás.—¿Estás lista para disfrutar de este paraíso? —susurró contra su oído, con su voz ronca y suave.Roma inclinó la cabeza hacia él, cerrando los ojos por un momento.—Sí —respondió en un susurro, asintiendo.Se dieron un baño juntos, entre risas, caricias y besos robados, y después se alist
—Roma, ¿qué pasa?La voz de Giancarlo la ancló a la realidad, pero su corazón seguía latiendo con fuerza, como si aún sintiera la presencia de Alonzo allí. Sus ojos recorrieron el castillo en ruinas, el frío en su espalda persistía.—Yo… —tragó saliva—. Juro que lo vi. Estaba de pie, justo ahí.Giancarlo frunció el ceño, su mandíbula se tensó. Sentía una punzada de miedo que no quería reconocer.—Roma, amor, él no sabe dónde estamos. ¿Cómo podría estar aquí?Ella bajó la mirada, insegura. ¿Realmente lo había visto? ¿O su mente jugaba con ella? Quizás era la culpa, o los recuerdos de un pasado que se negaba a morir.—No lo sé… tal vez fue alguien parecido.—Mandaré a revisar el lugar. No quiero que nada perturbe nuestra paz.Giancarlo hizo un gesto y su guardia personal se acercó de inmediato.—Busquen a Alonzo Wang. Si está aquí, lo quiero fuera de este sitio.El hombre asintió y desapareció entre los pasillos oscuros del castillo. Roma exhaló lentamente, tratando de calmarse.Lo que n
Roma se alejó, su respiración entrecortada y su cuerpo temblando por la furia contenida.Sin poder contenerse, dio una bofetada a su rostro, un acto que resonó con un sonido seco, casi doloroso.—¿Estás loco? —gritó, su voz quebrándose con el peso de la rabia y el dolor—. ¡¿Perseguirnos hasta aquí?! Lo que sentí por ti ya se fue hace mucho tiempo.Al principio, quise ser la esposa que jamás llegué a ser, pero… en los brazos de Giancarlo Savelli, no puedo ser otra cosa más que su mujer, y lo disfruto como nunca.Alonzo, con los ojos inyectados de ira, dejó escapar un rugido ahogado, su pecho subiendo y bajando con fuerza. Sus palabras, ahogadas por el dolor, se convirtieron en un grito desesperado:—¡Roma, me estás matando!—Lo sé —respondió ella, su tono frío y calculador—, y me alegra que lo sientas. Y no, no es venganza, es solo mi verdad, mi dolor hecho vida. Y eso te duele, ¿verdad? Porque te lo mereces.Fue entonces cuando Giancarlo apareció como un vendaval.Al ver a Alonzo, arro
Eugenia y Kristal llamaban sin cesar a Alonzo Wang, pero él ni siquiera respondía.El sonido de las llamadas rechazadas resonaba como una condena en sus oídos. El tiempo avanzaba sin piedad, y la desesperación comenzaba a consumirlas.Eugenia, sin acceso a los fondos necesarios, se sentía impotente mientras su pequeña esperanza luchaba por sobrevivir.Cada minuto era una agonía. Kristal, agotada y al borde del colapso, se sentó junto a la cama de hospital, sus ojos llenos de desesperación. Cuando las enfermeras la devolvieron a su lugar, Kristal soltó un sollozo, como si el dolor de su corazón se filtrara en cada rincón de su ser.—¡No! —se susurró a sí misma, tratando de contener las lágrimas—. Esto no es mi Karma, no es una venganza del destino… ¡No! ¡Con mi hijo, no!El miedo se apoderaba de su pecho. La incertidumbre, el peso de lo que estaba por venir, la rodeaba, y no podía soportarlo. Pero algo, un recuerdo fugaz, la atravesó: Roma.Pensó en ella, en todo lo que había pasado. L
Mansión SavelliCuando Roma y Giancarlo regresaron a la mansión Savelli, el aire estaba cargado de alegría y risas.Los niños, que llevaban días esperando su regreso, recibieron con brazos abiertos a sus padres, corriendo a abrazarlos con la inocencia de quienes aún ven el mundo a través de los ojos de la felicidad.—¡Mami, papi! —gritaron al unísono, sus caritas radiantes de emoción.Giancarlo sacó de la bolsa unos regalos, pequeños juguetes que rápidamente fueron rodeados por manos ansiosas.La emoción de los niños era contagiosa, y Roma no pudo evitar sonreír ante tal muestra de amor incondicional.—Pero… ¿Y no trajeron un hermanito? —exclamó Aria, con los ojitos brillando de curiosidad.Roma y Giancarlo intercambiaron una mirada cómplice, antes de estallar en una risa suave.Corina y Héctor, el mejor amigo de Giancarlo, también se unieron a la risa, aliviados de ver que el viaje había sido todo un éxito.—Niños, disfruten de sus regalos, tal vez si rezan a Diosito, la cigüeña nos e
Los ojos de Alonzo Wang se abrieron con una mezcla de sorpresa y horror.Sintió un frío helado recorrer su espalda, como si la realidad lo hubiera golpeado con una fuerza brutal.—Ella está…Su voz tembló, ahogada en un miedo que nunca había sentido. No necesitó terminar la frase, porque Kristal lo hizo por él.—Sí, Alonzo —su voz fue un susurro afilado como una daga—. Roma está embarazada. Espera un hijo de Giancarlo Savelli. Un hijo que él no despreciará. Un hijo que sí vivirá.Las palabras lo golpearon como un mazo. Su respiración se entrecortó y, sin pensarlo, sus manos rodearon el cuello de Kristal con fuerza, como si pudiera ahogar el veneno de su verdad. Pero los murmullos a su alrededor lo hicieron reaccionar.No podía hacerlo. No allí, no de esa manera.—¿Quieres que tu hijo viva? —su voz era un filo cruel, sus ojos dos abismos oscuros.Kristal parpadeó, aterrada.—¡Por favor…!—Entonces, debemos irnos —Alonzo la sujetó del brazo con una brutalidad que la hizo estremecerse—. S