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Eugenia y Kristal llamaban sin cesar a Alonzo Wang, pero él ni siquiera respondía.El sonido de las llamadas rechazadas resonaba como una condena en sus oídos. El tiempo avanzaba sin piedad, y la desesperación comenzaba a consumirlas.Eugenia, sin acceso a los fondos necesarios, se sentía impotente mientras su pequeña esperanza luchaba por sobrevivir.Cada minuto era una agonía. Kristal, agotada y al borde del colapso, se sentó junto a la cama de hospital, sus ojos llenos de desesperación. Cuando las enfermeras la devolvieron a su lugar, Kristal soltó un sollozo, como si el dolor de su corazón se filtrara en cada rincón de su ser.—¡No! —se susurró a sí misma, tratando de contener las lágrimas—. Esto no es mi Karma, no es una venganza del destino… ¡No! ¡Con mi hijo, no!El miedo se apoderaba de su pecho. La incertidumbre, el peso de lo que estaba por venir, la rodeaba, y no podía soportarlo. Pero algo, un recuerdo fugaz, la atravesó: Roma.Pensó en ella, en todo lo que había pasado. L
Mansión SavelliCuando Roma y Giancarlo regresaron a la mansión Savelli, el aire estaba cargado de alegría y risas.Los niños, que llevaban días esperando su regreso, recibieron con brazos abiertos a sus padres, corriendo a abrazarlos con la inocencia de quienes aún ven el mundo a través de los ojos de la felicidad.—¡Mami, papi! —gritaron al unísono, sus caritas radiantes de emoción.Giancarlo sacó de la bolsa unos regalos, pequeños juguetes que rápidamente fueron rodeados por manos ansiosas.La emoción de los niños era contagiosa, y Roma no pudo evitar sonreír ante tal muestra de amor incondicional.—Pero… ¿Y no trajeron un hermanito? —exclamó Aria, con los ojitos brillando de curiosidad.Roma y Giancarlo intercambiaron una mirada cómplice, antes de estallar en una risa suave.Corina y Héctor, el mejor amigo de Giancarlo, también se unieron a la risa, aliviados de ver que el viaje había sido todo un éxito.—Niños, disfruten de sus regalos, tal vez si rezan a Diosito, la cigüeña nos e
Los ojos de Alonzo Wang se abrieron con una mezcla de sorpresa y horror.Sintió un frío helado recorrer su espalda, como si la realidad lo hubiera golpeado con una fuerza brutal.—Ella está…Su voz tembló, ahogada en un miedo que nunca había sentido. No necesitó terminar la frase, porque Kristal lo hizo por él.—Sí, Alonzo —su voz fue un susurro afilado como una daga—. Roma está embarazada. Espera un hijo de Giancarlo Savelli. Un hijo que él no despreciará. Un hijo que sí vivirá.Las palabras lo golpearon como un mazo. Su respiración se entrecortó y, sin pensarlo, sus manos rodearon el cuello de Kristal con fuerza, como si pudiera ahogar el veneno de su verdad. Pero los murmullos a su alrededor lo hicieron reaccionar.No podía hacerlo. No allí, no de esa manera.—¿Quieres que tu hijo viva? —su voz era un filo cruel, sus ojos dos abismos oscuros.Kristal parpadeó, aterrada.—¡Por favor…!—Entonces, debemos irnos —Alonzo la sujetó del brazo con una brutalidad que la hizo estremecerse—. S
—¡No te perdono, Kristal, ni a ti, Alonzo! Ambos lárguense —sentenció Roma con una frialdad desgarradora.Kristal sollozó, su rostro estaba empapado de lágrimas, pero sus ojos reflejaban desesperación, no arrepentimiento.—¡Roma, por favor…! Hazlo por mi bebé, te lo suplico. Perdóname por mi hijo, incluso… incluso lo llamaré Benjamín, en honor a tu pequeño.Un escalofrío recorrió el cuerpo de Roma. No podía creer lo que acababa de escuchar.Su mirada se clavó en Kristal con un odio tan profundo que la mujer tembló.Alonzo también la observó con incredulidad.—¿Qué demonios acabas de decir? —murmuró él.Pero antes de que Kristal pudiera responder, Roma levantó la mano y, con toda la rabia acumulada en su alma, le cruzó el rostro con una bofetada que resonó en la habitación.Kristal cayó al suelo, aturdida.—¡Vete al infierno con tu hijo, Kristal! —bramó Roma, con los ojos llenos de lágrimas ardientes—. Tú y Alonzo arruinaron la vida de mi Benjamín… ¡¿Y tienes la desvergüenza de venir a
Alonzo Wang caminaba por los pasillos del hospital con pasos pesados, sintiendo cómo cada fibra de su ser se tensaba con cada paso.Su rostro era una máscara de indiferencia, pero su mente era un torbellino.Cuando llegó frente a la sala de incubadoras, se detuvo. Su mirada se clavó en la diminuta figura que yacía dentro de la cápsula de cristal.Ahí estaba el bebé.Tan pequeño. Tan frágil. Tan amoratado que parecía más un ser a medio formar que un niño con una vida por delante.Se quedó inmóvil, observándolo como si fuera una criatura desconocida.No sintió ternura ni amor. No sintió el impulso de tocar el vidrio y susurrarle promesas de protección. Solo un abismo vacío dentro de él.«Debería sentir algo. Debería amarlo como un padre ama a su hijo.»Pero no podía.Respiró hondo y cerró los ojos con fuerza.Su mente lo llevó al pasado, a otro hospital, a otro niño en sus brazos. A la primera vez que cargó a Benjamín.Su hijo. Su niño hermoso, con sus mejillas sonrosadas y su risa suave
Alonzo rasgó el sobre con furia contenida. Kristal sintió que su mundo se desmoronaba.El terror la paralizó.—¡Alonzo, por favor, no lo leas! —suplicó, su voz temblorosa, su corazón palpitando con fuerza en el pecho.Pero era demasiado tarde.Sus dedos apretaban el papel con desesperación mientras él devoraba cada palabra con la mirada.Entonces, su rostro cambió.Se oscureció de una manera que jamás había visto. Su mandíbula se tensó, sus ojos se volvieron dos pozos de rabia pura.—¡Mentirosa! —bramó como un animal herido, su voz retumbando en las paredes—. ¡No solo me hiciste odiar a Roma con tus malditas mentiras, sino que ahora descubro que la verdadera zorra eres tú!Kristal retrocedió, aterrorizada.—Alonzo… —su voz se quebró cuando él se acercó con pasos amenazantes.El primer golpe la tomó por sorpresa.La fuerza de la bofetada la lanzó al suelo.Sintió un ardor punzante en la mejilla y un dolor profundo en el vientre. Su cicatriz de la cesárea protestó con una punzada aguda
Al día siguienteCuando Roma despertó, sintió la calidez del sol filtrándose por las cortinas.La luz dorada acariciaba su piel, pero lo que realmente la despertó fue la intensa mirada que la observaba con devoción.Abrió los ojos lentamente y encontró a Giancarlo inclinado sobre ella, su rostro sereno, pero con esa chispa de intensidad en la mirada.—¿Qué tanto me ves? —preguntó con una sonrisa somnolienta.Giancarlo le acarició una mejilla con la yema de los dedos, como si estuviera tocando algo frágil y precioso.—Lo hermosa que estás —murmuró con voz grave—. Eres la mujer más hermosa que he visto… Y bien, ¿qué antojo tiene mi amada esposa esta mañana?Roma parpadeó, desconcertada.La pregunta la tomó por sorpresa, y de inmediato, un recuerdo del pasado la golpeó como una bofetada helada.Cuando estuvo embarazada la primera vez, antes, jamás pudo expresar sus antojos. Si alguna vez lo intentó, Eugenia se burló de ella, diciendo que eran caprichos ridículos y falsos, una forma absurd
Giancarlo ajustó la corbata mientras salían del hospital.La mano de Roma descansaba sobre su brazo, pero su mente estaba en otro lugar.Desde que habían escuchado los latidos de su bebé, ella había sentido una mezcla de felicidad y ansiedad.—Debo ir a la empresa —dijo él, besando su sien con ternura.Roma asintió.—Y yo debo ir pronto a la empresa Misuri. Quiero delegar la dirección a otro CEO.—¿Quieres retirarte por completo?—Sí, quiero concentrarme en mi embarazo y en mi familia.Él sonrió.—Eso me parece perfecto, pero sé que hay algo más. ¿Qué es lo que realmente deseas hacer ahora?Roma entrelazó sus dedos con los de él y, con un suspiro, susurró:—Quiero ir al cementerio.El semblante de Giancarlo se suavizó.—¿Quieres hablar con Benjamín?Ella asintió.—Sí, quiero contarle sobre su nuevo hermanito.Él besó su frente con ternura.—Bien, me dejarás en la empresa y después los guardias te llevarán al cementerio.Roma le dedicó una sonrisa agradecida antes de subir al auto.***