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Cuando Roma le reveló todo a Giancarlo, el silencio que se instaló entre ellos fue pesado, casi insoportable.Él la miraba fijamente, su rostro serio, las arrugas de su frente marcadas por la preocupación y el entendimiento de la gravedad de lo que ella había dicho.La habitación, que antes había sido su refugio de paz, parecía ahora más fría, más distante.—¿Qué quieres hacer con esa información, Roma? —preguntó Giancarlo, su voz grave y cargada de incertidumbre.Roma no respondió de inmediato.Sus ojos se perdieron en el vacío, como si estuviera buscando una respuesta en los recuerdos que la atormentaban.La presión de la revelación era enorme, la fuerza de la venganza la hacía sentir aún más pesada.Pero también sentía una necesidad urgente de enfrentarlo todo, de cerrar el capítulo de una vez por todas.—Bueno, supe que Alonzo y Kristal darán una fiesta para celebrar algo importante, y quiero estar allí, quiero mostrarles a todos los resultados de la prueba de paternidad. —Roma hab
El salón, por un instante, quedó suspendido en un silencio espectral, como si el mundo entero hubiese dejado de girar. Pero la calma fue efímera.El murmullo creció como una marea imparable, voces indignadas que se alzaban como cuchillas en el aire denso de la revelación.—¡Era su hijo! Y ese hombre lo negó… —¡Qué clase de padre hace eso! Ni siquiera fue a su funeral… ¡Pobre niño, murió sin el amor de su propio padre!—Dicen que todo fue por una aventura con esa mujer… ¡Destruyó su familia por una calentura!Kristal sintió esas palabras clavarse en su piel como agujas ardientes.Un instante antes, ella era la mujer celebrada, la futura madre, la esposa del hombre poderoso.Ahora, la veían como la amante, la intrusa, la arpía que había arrancado a un niño de los brazos de su padre. Su pecho subía y bajaba con rabia contenida. Apretó los puños hasta que sus uñas se clavaron en su propia piel.—¡Mientes, Roma! —su voz tembló, pero se obligó a mantenerse firme—. ¡Toda tú eres una mentira
Cuando Roma salió del salón, apenas pudo sostenerse en pie.Su cuerpo temblaba, la adrenalina seguía corriendo por sus venas, pero la verdad que acababa de soltar la había dejado exhausta.Apenas pudo entrar al auto antes de que su fuerza la abandonara.Giancarlo la miró y su expresión se endureció al notar la marca rojiza en su mejilla.Un latigazo de furia le recorrió la sangre.—¡Lo voy a matar! —gruñó con los puños apretados, a punto de abrir la puerta y salir en busca de Alonzo.Pero la suave mano de Roma se posó en su brazo, deteniéndolo.—No… por favor, solo llévame a casa. Quiero descansar.Su voz sonaba tan frágil que él sintió un nudo en el estómago. Esa no era la Roma fuerte, desafiante, que le gustaba ver.Ahora era solo una mujer rota, una madre que había sido desgarrada por el dolor.Con un gesto tenso, ordenó al chofer que los llevara de inmediato.El camino fue silencioso.Roma miraba por la ventanilla, pero sus ojos estaban vacíos, como si su alma se hubiese quedado en
Alonzo sintió una rabia tan intensa que parecía recorrerle las venas como fuego, quemándole la piel desde adentro.Era una sensación extraña, una que no experimentaba desde hacía mucho tiempo. Había algo visceral en la forma en que la furia lo arrastraba, como si su cuerpo se negara ante lo que estaba ocurriendo frente a él.Con pasos firmes, como si su ser entero estuviera fuera de control, avanzó hacia ellos.—¡Suelta a Roma! —gritó, su voz retumbando en el aire, llena de desesperación y furia contenida.Roma y Giancarlo se separaron al instante, los ojos de Roma llenos de sorpresa, como si no pudieran creer que él estuviera allí.Giancarlo, por su parte, frunció el ceño, el desprecio en su mirada evidente, pero también había algo en sus ojos, una chispa de provocación que no tardó en saltar.—¿Alonzo Wang? —preguntó Giancarlo, con una mezcla de incredulidad y diversión—. ¿Qué haces aquí?La mirada de Alonzo se clavó en ellos, su enojo creciendo aún más.—Más bien, ¿qué haces tú aquí
—¿Por qué verás a esa mujer? No me gusta la idea, amor —dijo Giancarlo.—Amor, creo que puedo sacar algo de ella.Giancarlo temía lo peor, la abrazó.—Pero, no irás sola, enviaré a gente a tu lado y yo también iré.Roma sonriò asintió.—Amor envía a quien quieras, pero tú no, porque te será muy sospechosa la cantidad de veces que ya nos han visto juntos, falta poco para la boda, para que todos sepan que ahora seremos marido y mujer.Giancarlo estaba pensativo, pero al final cedió.—Pero, ten cuidado, por favor.—Claro, no voy a darle oportunidad a la serpiente de que vuelva a lastimarme, estoy segura de que ella es la culpable de aquella noche.Giancarlo asintió y pensó en su sorpresa.Roma salió de casa y fue rumbo al bar, tenìa muchas emociones en su corazón, pero quería ver a Kristal, solo quería una cosa de ella, pero tenìa duda si la podía obtener.«Kristal influenció mucho en Alonzo y su desprecio por Benjamín, sin embargo, ella no es la gran responsable, el peor es Alonzo, pero
—¡Roma! —un grito desgarrador y lleno de angustia cortó el aire, y Roma, como si despertara de un sueño profundo, se vio de nuevo enfrentada a la brutalidad de la situación.Al mirar a Kristal, se dio cuenta de lo que había hecho. El rostro de la mujer estaba completamente cubierto de sangre, sus ojos abiertos en una expresión de terror.Roma retrocedió instintivamente, pero pronto sintió las fuertes manos de dos hombres sujetándola.La confusión invadió su mente.¿Quiénes eran esos hombres? ¿Dónde estaban los guardias de Giancarlo?Su corazón comenzó a latir con fuerza, y el miedo la envolvió como una espiral oscura.Algo no estaba bien.Los guardias, que siempre estaban a su lado, brillaban por su ausencia. El pánico la invadió.De repente, un golpe seco en su rostro la hizo tambalear, y el mundo a su alrededor comenzó a girar.Un zumbido ensordecedor resonó en sus oídos, pero ella se obligó a salir de la niebla momentánea.La realidad la golpeó nuevamente.¡Era Alonzo! Roma lo vio d
—¡Papito! —Los gritos de los niños llenaron la sala como un eco desgarrador.El caos era absoluto.Guardias entraron de inmediato, levantando a los pequeños del suelo, sus pataleos y sollozos eran un intento desesperado por aferrarse a su padre, pero fueron llevados a una habitación donde la niñera los esperaba.—Tranquilos, tranquilos… —les susurró, abrazándolos con fuerza.—¿Papito está bien? —sollozó Aria, con los ojos llenos de miedo.—Sí, mi amor, volverá pronto.—¿Y mami Roma?La niñera no pudo responder. Un nudo de angustia le apretó la garganta.En su lugar, les puso unos audífonos y encendió la música, tratando de protegerlos de la dura realidad.Sin embargo, los sonidos de disparos seguían retumbando en la casa, haciendo temblar las paredes y sus corazones.Desde el otro lado de la puerta, escuchó el estruendo de la ambulancia y cerró los ojos con temor.Diez minutos después, el silencio cayó como un manto pesado, pero los niños aún lloraban, abrazándose entre sí.Un guardia
El doctor apareció con expresión seria y se acercó a Carmen y Carla.—El señor Savelli está fuera de peligro —informó—. Por fortuna, la herida fue superficial y no dañó ningún órgano, ni tejido importante. Tuvo suerte. Permanecerá hospitalizado al menos seis días para su recuperación.Carla suspiró con alivio y esbozó una sonrisa.—¿Puedo verlo?—Esperemos a que despierte —respondió el doctor.***Los guardias arrastraron a Roma hasta la habitación del hospital.Apenas cruzó la puerta, Eugenia y Kristal la miraron sorprendidas.Los hombres la empujaron al interior y se retiraron sin decir palabra.—¡Arrodíllate, Roma! —ordenó Alonzo, su voz era un rugido.Kristal sonrió con burla.—Vamos, Roma. Es lo menos que puedes hacer después de intentar matar a mi hijo. ¿Por qué eres tan mala, Roma? Pobre de mí y mi bebito —dijo la mujer con un falso sollozó que Roma odió.Roma levantó la barbilla, desafiante.—¡Nunca! No pediré disculpas a esta zorra.La respuesta hizo que Alonzo perdiera la pac