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Mansión SavelliLa noche era tranquila en la imponente mansión Savelli, pero la calma se rompió cuando Giancarlo, dispuesto a salir para una reunión de negocios, escuchó risas y murmullos provenientes del piso superior.Instintivamente, giró sobre sus talones y subió las escaleras, con pasos decididos, directo a la habitación de sus gemelos.Abrió la puerta con cuidado, pero no pudo evitar sonreír al ver a Mateo y Matías de pie sobre sus camas, vestidos con sus mamelucos a juego, Mateo reía.—¿Qué hacen despiertos a estas horas, pequeños bribones? —preguntó con una sonrisa cansada mientras los cargaba a ambos en sus brazos.Mateo, siempre el portavoz de ambos, lo miró con ojos llenos de ilusión.—Papito, mañana es nuestro cumpleaños, ¿lo sabías? —dijo con seriedad infantil.Giancarlo asintió, aunque ya lo sabía.Pero lo que vino después lo dejó sin palabras.—Ya sabemos qué regalo queremos.El silencio que siguió fue breve, pero tenso. Giancarlo miró a Matías, quien, incapaz de hablar
—¡Te lo suplico, Alonzo, ven al cumpleaños de Benjamín! ¡Él es tu hijo! Está muy enfermo, ¡todo lo que quiere es verte! Podría ser la última vez… —la voz de Roma quebró, su garganta se cerró y sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas, pero no las dejaba caer.No podía. No frente a él. No frente al hombre que había sido su amor, su vida, su todo. Y ahora… era un desconocido que la rechazaba, que la miraba con desdén.Roma Valenti estaba de rodillas en el suelo, aferrada a las piernas de ese hombre, incapaz de levantarse, como si su cuerpo no le respondiera, como si la indignidad de esa situación la hubiera atrapado por completo.Pero lo peor no era eso. A pesar de todo, ella haría lo que fuera por su hijo, por eso estaba ahí.En lo más profundo de su ser, Roma sabía que se había perdido a sí misma en el amor por Alonzo.Y ahora, estaba dispuesta a quemarse hasta el último aliento por su hijo, por Benjamín, quien no merecía vivir sin el padre que tanto lo necesitaba.—¡No te cansarás
Roma cruzó el umbral de la habitación de Benjamín con una mezcla de ansiedad y alivio.Ahí estaba su pequeño, con una sonrisa iluminando su rostro mientras la niñera jugaba con él usando un pequeño dinosaurio de plástico. Ese dinosaurio había sido su favorito desde que lo encontraron en una tienda al salir de una consulta médica. Benjamín lo había sostenido con fuerza desde entonces, como si fuera un amuleto contra los miedos que su corta vida ya conocía.—¡Hijo! —exclamó Roma, conteniendo las lágrimas al ver su semblante algo más animado.—¡Mami! —Benjamín giró hacia ella con ojos brillantes, aunque el cansancio se reflejaba en la palidez de su rostro—. ¿Lo conseguiste? ¿Papito va a venir a verme? Por favorcito, yo quiero ver a mi papito.El puchero en sus labios, tan dulce y sincero, partió el corazón de Roma.Su hijo siempre había tenido esa habilidad de arrancarle una sonrisa, incluso en los momentos más oscuros. Pero esta vez, no pudo sonreír. No tenía el valor para destruir esa
—¡Señor Savelli…! —la voz de Kristal temblaba, atrapada entre el miedo y la impotencia, mientras observaba al hombre frente a ella. Su garganta parecía cerrarse con cada palabra que intentaba pronunciar.—Señor Savelli, por favor, no se preocupe por esta situación, esto es entre nosotros tres —dijo Alonzo con una calma que no correspondía a la tensión en sus ojos, intentando mantener el control en una situación que ya se estaba desbordando.Giancarlo Savelli levantó la copa con una sonrisa fría, su mirada fija en Alonzo.—¿Y por qué no? Todos sabemos que esto fue causado por su futura esposa —dijo con voz grave, mientras un brillo cruel aparecía en su mirada—. ¿Dejarás que tu futura mujer sea una inútil que no puede ni limpiar sus propios zapatos?Las palabras de Giancarlo parecieron golpear a Alonzo.Sus puños se apretaron con fuerza, la mandíbula tensa, y un sabor amargo se instaló en su boca.A pesar de su compostura exterior, en su interior algo se retorcía.Giancarlo era un hombr
En el hospitalEl aire era denso en el hospital, impregnado del olor frío y metálico de los desinfectantes.Roma irrumpió en el pasillo, sus pasos rápidos y descompasados resonaban.Sus ojos, enrojecidos y llenos de lágrimas, parecían pedir un milagro a cualquiera que se cruzara en su camino.Entonces lo vio.El oncólogo de Benjamín. Al cruzar sus miradas, el médico se acercó, y sin decir nada, tomó las manos de Roma con una suavidad que ella interpretó como una advertencia.—¿Cómo está? —preguntó Roma con voz rota, apenas un susurro—. Mi hijo estaba bien cuando lo dejé esta mañana...El médico titubeó, buscando las palabras adecuadas. Pero no había manera de suavizar la verdad.—Roma... sabes que hemos hecho todo lo posible. Él... está muriendo. No creo que pase de esta noche.Las palabras cayeron sobre Roma como un mazazo. Su mundo se detuvo. Era como si el aire hubiera sido arrancado de sus pulmones.—¡No! ¡No puede ser! ¡Por favor, no! —gimió, tambaleándose hacia adelante. Sus pie
—¡Mami, no llores, por favor! —La voz de Benjamín, quebrada, pero tierna, irrumpió en el cuarto como un rayo de luz en medio de una tormenta.Roma, absorta en su dolor, se congeló al escuchar a su hijo, no quería que él la viera así, por eso había soportado tanto. La súplica la arrancó de las profundidades de su angustia, obligándola a mirar sus pequeños ojos llenos de inocencia y preocupación.Se arrodilló junto a la cama, tomó su mano y la besó como si su contacto pudiera detener el tiempo.—Estoy aquí, mi amor. Mamá está contigo —dijo y calmó su llanto, fingiendo una sonrisa falsa. Pero incluso mientras pronunciaba esas palabras, la sombra de la tristeza seguía pesando sobre su corazón. La traición de Alonzo era una herida abierta, pero por Benjamín, decidió que jamás permitiría que sintiera otra cosa que amor.El niño la miró con una mezcla de tristeza y resignación. Era demasiado pequeño para entender completamente, pero había un entendimiento silencioso en sus ojos.—Mi papito
Alonzo Wang regresó a la ciudad con Kristal unos días después.El ambiente en el jet privado era tenso, aunque ambos aparentaban calma.Kristal repasaba mentalmente cada detalle de la fiesta de esa noche, convencida de que sería su oportunidad de consolidar su posición junto a Alonzo.Él, por su parte, miraba por la ventana con indiferencia, mientras una inquietud invisible comenzaba a germinar en su interior, aunque no lo reconociera.La fiesta estaba en su apogeo cuando llegaron, pero algo en el aire se sintió extraño desde el primer paso que dieron.Las conversaciones parecían detenerse momentáneamente, reemplazadas por susurros que no tardaron en hacerse audibles.Mientras Alonzo y Kristal recorrían el salón, las miradas no eran de admiración, sino de reproche.—Alonzo Wang es un hombre cruel —susurró una mujer mientras agitaba su abanico de manera nerviosa—. Su hijo acaba de morir, ¡y está aquí como si nada!—Qué sangre tan fría. Ni siquiera fue a su funeral —respondió otra con u