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—¡Me robaron mi collar! —exclamó Eugenia, su voz temblorosa, pero cargada de furia.Los ojos de todos los presentes se volvieron hacia ella al instante.Alonzo corrió hacia su madre, visiblemente alarmado.—Pero, ¿qué pasó? —preguntó, su voz tensa, su mente corriendo a toda velocidad, tratando de entender la magnitud de la acusación.La mirada de Eugenia se fijó en Roma, que estaba a pocos pasos de distancia, y con un gesto lleno de desdén la señaló.—¡Fue ella! ¡Roma Valenti es la ladrona! —su voz resonó en el aire, tajante, acusadora.Un murmullo se alzó entre los asistentes, todos comenzando a susurrar.Los ojos de Roma se endurecieron al escuchar las acusaciones, pero una sonrisa desafiante se dibujó en su rostro.No permitiría que la humillaran tan fácilmente.—¿Yo? ¿Y por qué lo haría? —preguntó con calma, mirando a Eugenia con una expresión que, aunque tranquila, destilaba una rabia contenida.Eugenia, con los ojos inyectados de furia, no tardó en responder.—Porque siempre quis
Alonzo Wang quedó paralizado.No podía creerlo. Aquel negocio era demasiado importante, una pieza clave en su estrategia, y ahora lo había perdido. Por culpa de Roma.Observó con rabia contenida cómo los señores Vicent recogían sus pertenencias con calma y se ponían de pie.Su instinto le gritaba que debía hacer algo, revertir la situación, usar su labia persuasiva para enmendar lo que ya estaba roto.—Señor Wang, ahora no quiero hablar más de negocios —sentenció uno de ellos, con una frialdad que lo hirió en su ego—. Puede llamar a mi oficina después, es lo único que puede hacer.Alonzo los vio marcharse, sintiendo cómo cada paso que daban era un clavo en su orgullo. Furia. Era lo único que sentía en ese momento.***Mientras tanto, Roma y Giancarlo saboreaban su victoria.—¿Estás bien? —preguntó él, con una mirada preocupada.Roma sonrió con tranquilidad.—No tienes que preocuparte, Giancarlo. Todo salió como debía.—Esas mujeres quisieron tenderte una sucia trampa, pero ellas no sab
Alonzo sintió cómo Roma intentaba apartarse de su beso feroz.Sus labios buscaban los de ella con desesperación, con esa intensidad que solía doblegarla en el pasado.Pero esta vez, Roma no cedió. Era como besar una pared, fría y distante, llena de desprecio.De un empujón, ella lo alejó con una fuerza inesperada y, en un solo movimiento, su mano se estrelló contra su mejilla.El sonido seco de la bofetada resonó en el aire, dejando a Alonzo completamente perplejo.Su piel ardía, pero más lo hacía su orgullo.Roma entrecerró los ojos y, por el rabillo del ojo, vio a Kristal acercarse con pasos inseguros.Supo que era el momento perfecto para soltar la bomba.—¡No voy a ser tu amante como lo pediste, Alonzo Wang! —exclamó con una voz cargada de furia, limpiándose la boca con la mano—. ¡No soy esa clase de mujer!El cuerpo de Kristal se tensó de inmediato.El miedo explotó en su interior como una ráfaga de metralla. Sus manos temblaban y su pecho subía y bajaba con respiraciones irregula
—¿Qué dijiste? —La voz de Giancarlo sonó grave, tensa. Sus ojos oscuros brillaban con furia, una tormenta se encendía en su interior.Roma tragó saliva, sintiendo cómo el aire en la habitación se volvía denso, pesado.—Alonzo… me besó —dijo en un susurro, pero antes de que Giancarlo pudiera reaccionar, añadió con urgencia—: ¡Pero lo rechacé! ¡Juro que lo hice! Me tomó por sorpresa, se volvió loco cuando supo que yo gané el negocio con los Vicent.El silencio entre ellos fue sofocante.Giancarlo apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Su mandíbula se tensó, su respiración se volvió más pesada, y en su mente solo había un pensamiento: matarlo.Sin pensarlo, dio un paso hacia la puerta, su cuerpo irradiaba peligro, pero Roma reaccionó rápido y lo sujetó del brazo.—¡No vayas a buscarlo! —suplicó, clavando su mirada en él.Giancarlo se giró, sus ojos como témpanos de hielo. Roma sintió un escalofrío recorrer su espalda.Cuando él se acercó con determinación
Al día siguiente.Mansión Savelli.Cuando llegaron a casa, los niños corrieron hacia Roma, ansiosos por abrazarla.Sus caritas brillaban de emoción.—¡Mami! ¿Iremos de campamento? —preguntó Aria, con la esperanza reflejada en sus ojos.Roma se quedó un momento en silencio, sorprendida por la energía de los niños.Sin embargo, una sonrisa comenzó a formarse en sus labios mientras asintió, tocada por su entusiasmo.—Está bien, lo haremos —respondió, sintiendo una calidez profunda al ver sus caritas felices.Giancarlo, que había estado observando en silencio, sonrió satisfecho.Era un hombre de pocas palabras, pero en su mirada había un brillo especial cuando veía a sus hijos tan felices.—Siempre organizo un campamento antes de que vuelvan al colegio. Me gusta que mis hijos estén rodeados de naturaleza —dijo él, con una ternura que solo los más cercanos podían percibir.Roma sonrió suavemente al escuchar sus palabras. Lo miró con una mirada cargada de sentimientos profundos, como si la r
Roma sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al ver a Matías allí, frente a ella, mientras los hombres armados se acercaban con intenciones letales.Un grito se le escapó de los labios cuando uno de los secuestradores intentó atrapar al niño.Sin pensarlo, lanzó su cuerpo hacia él, empujándolo con fuerza para evitar que lo tocara.El hombre tropezó y cayó al suelo, sorprendiendo tanto a Roma como al niño, que retrocedió horrorizado.—¡No! —gritó Roma, temblando mientras protegía a Matías con su propio cuerpo, como si pudiera ofrecerle una protección inquebrantable.Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras lo abrazaba, cada fibra de su ser vibrando con el miedo y el amor.En ese instante, como una tormenta desatada, Giancarlo y sus guardias irrumpieron en el lugar, deteniendo a los hombres al instante.El caos estalló en un torbellino de gritos y disparos, pero Giancarlo se dirigió sin dudar hacia Roma, apartando a los secuestradores con manos firmes mientras abrazaba a su hijo y a Rom
Cuando Roma abrió los ojos y se dio cuenta de que Giancarlo no estaba a su lado, un pánico helado se apoderó de su pecho.Sintió el vacío de su ausencia, una sensación angustiante que la hizo dar vueltas por la habitación en busca de su presencia.El reloj marcaba que faltaba poco para el amanecer. Con un nudo en la garganta, salió al balcón, el aire frío de la madrugada le acarició la piel, pero no pudo calmar el torbellino de emociones que la invadía.«¿No cumplirás esta promesa, Giancarlo? Te extraño tanto…», pensó con miedo, sin poder evitar que la incertidumbre le carcomiera el corazón.De repente, sintió una presencia a su espalda, la sensación de un brazo que rodeaba su cintura con fuerza.Su respiración se detuvo por un instante, y al volverse, ahí estaba él, Giancarlo, tan imponente y suyo. Pudo oler su perfume a madera húmeda y menta. Roma sonrió, aliviada, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de amor y dolor contenido.—¡Volviste! —susurró, su voz quebrada por la emoc
—¡Aléjate, Alonzo! —gritó Roma con furia, su voz vibrando en la tienda como un trueno.Antes de que Alonzo pudiera reaccionar, varios guardias irrumpieron en la habitación.Uno de ellos lo empujó bruscamente lejos de Roma, haciéndolo tropezar y chocar con una de las vitrinas.El vidrio vibró con el impacto, pero él apenas pareció notarlo.—¿Qué demonios creen que están haciendo? —rugió Alonzo, con los ojos encendidos de furia.Los guardias no respondieron. Solo levantaron sus armas y lo apuntaron con firmeza.Roma miró el vestido destrozado en su cuerpo, el encaje desgarrado, las perlas esparcidas por el suelo como lágrimas.Su mandíbula se tensó. Hizo una leve señal con la mano y, en un segundo, uno de los guardias golpeó a Alonzo en el rostro con un puñetazo seco y brutal.—¡Basta! —gritó Kristal, aferrándose a Eugenia con pánico.El caos envolvió la tienda cuando la policía llegó de inmediato. Sirenas, radios, órdenes en voz alta.Alonzo, aún aturdido por el golpe, aprovechó la opor