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El beso se volvió una súplica ardiente, un lazo invisible que los ataba, como si ambos lucharan contra la tormenta de sentimientos que amenazaba con consumirlos. Roma sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor. La razón le gritaba que se alejara, que no debía permitirlo, pero su cuerpo tenía otros planes.Sus manos se aferraron con desesperación al cuello de Giancarlo, como si, al soltarlo, se desplomara en un abismo sin retorno. No quería dejar de besarlo. No quería recordar el dolor que la estaba desangrando por dentro.Giancarlo fue quien rompió el beso, lentamente, con reticencia.Sus respiraciones estaban entrecortadas, y sus miradas se encontraron en un abismo de emociones no dichas. Ojos brillantes, cargados de un peso invisible.Sus corazones latían al mismo ritmo, como un solo latido perdido en la noche.—Solo quiero… estar en paz —murmuró ella, con voz quebrada—. Acabar con ese hombre… y luego irme…Las palabras apenas salieron de sus labios cuando sintió el roce de un
«—Mamita, estoy feliz, si tú eres feliz… ¡Gracias por encontrar a un papito que ya no te hace llorar!La voz de Benjamín resonaba en su mente como un eco bendito. Allí estaba él, frente a ella, con su carita iluminada por una sonrisa radiante, sus ojitos llenos de vida, sanos, fuertes… como siempre debió haber estado. Roma quiso tocarlo, acariciar su rostro, envolverlo en un abrazo del que nunca escapara.Pero cuando estiró la mano, su pequeño se desvaneció como niebla bajo el sol»Despertó con un sobresalto, sintiendo la humedad en sus mejillas. Su corazón latía desbocado y un suspiro doliente escapó de sus labios.Limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se volvió hacia Giancarlo, que aún dormía a su lado.Su respiración era profunda, tranquila.Roma se permitió un instante de paz mientras deslizaba la yema de los dedos por su rostro, delineando su mandíbula, la curva de su boca.Él se removió ligeramente, abrió los ojos con pereza y al encontrarla, sonrió.—Te tengo una notic
Roma cargó a Matías en sus brazos, el corazón, latiéndole con violencia mientras suplicaba que lo llevaran al hospital.Pero la ambulancia no llegaba.Giancarlo, con el rostro tenso y las manos temblorosas, decidió no esperar más.—Suban al auto, ya.Los niños, asustados, obedecieron sin chistar.Roma, con Matías en sus brazos, sintió que el tiempo se desdibujaba en la velocidad con la que Giancarlo cruzaba las calles.Su mente estaba nublada por el terror.Al llegar al hospital, el personal los recibió de inmediato. Roma no soltó al niño hasta que el médico lo tomó con delicadeza y lo colocó en la camilla.Su corazón se quebraba al verlo tan frágil, le recordaba a su Benjamín, y el dolor que ambos enfrentaron.El doctor lo examinó con detenimiento, su ceño fruncido revelaba preocupación.—El pequeño tuvo un ataque de pánico, y se intensificó por su asma —informó, levantando la vista hacia ellos—. ¿Saben si algo pudo haberlo provocado?Roma y Giancarlo intercambiaron miradas. Estaban p
Al día siguiente.Roma se despertó con un nudo en el estómago. Su mente, abrumada, giraba en torno a su padre.Aunque los años de distanciamiento la habían alejado de él, la idea de que sufriera, especialmente por culpa de alguien como Alonzo, la devastaba.Recordaba claramente el día en que su madre murió.Tenía apenas dieciocho años, una joven aún, pero con un vacío tan grande que nada podía llenar. Y entonces, tres meses después de su partida, su padre se casó con la mejor amiga de su madre, una traición que Roma no pudo perdonar jamás.En ese momento, lo había dejado ir. No lo buscó, ni siquiera por Benjamín, y se cerró por completo a él.Pero la vida siempre juega con el destino.Un año antes de la muerte de Benjamín, su padre apareció nuevamente. Roma, aunque reacia, se permitió ceder, pero él ya estaba irreconocible, el Alzheimer lo había consumido.No podía dejarlo solo, y usando todos sus ahorros, lo metió en un asilo de ancianos, un lugar donde ya no la reconocía. A pesar de
Giancarlo la observó fijamente, con esa intensidad que siempre la hacía estremecer.—Roma, no creo que esas mujeres sean sinceras.Ella suspiró y cruzó los brazos. La escena de Carla y Carmen arrodillándose aún le revolvía el estómago.—Tampoco les creo, pero su cambio fue tan repentino que me inquieta. Siento que están tramando algo.Giancarlo esbozó una sonrisa irónica y asintió.—Por supuesto que están tramando algo. Pero no te preocupes, mantendremos los ojos abiertos. Vamos a jugar su juego... hasta que nos convenga voltearlo a nuestro favor.Roma lo miró con admiración. Le gustaba esa seguridad en él, esa capacidad de anticipar cada jugada.—¿Estás lista para mañana?Su expresión se endureció, recordando lo que se avecinaba.—Mañana en la feria, Alonzo sufrirá su primer golpe. Ya quiero verlo caer.Giancarlo sonrió, con esa mezcla de orgullo y complicidad.—Estaré cerca de ti. Te voy a proteger.Roma sintió un nudo en la garganta.Esa promesa, dicha con tanta certeza, la conmovió
Roma estaba a punto de entrar al salón cuando, de repente, sintió cómo varias manos firmes se interpusieron en su camino.Un grupo de guardias bloqueó su paso con una frialdad implacable.—¡Señora, abandone las instalaciones! —ordenó uno de ellos con voz severa.Por un momento, Roma sintió que la rabia la quemaba por dentro. Su mandíbula se tensó mientras su mirada se dirigía instintivamente hacia Alonzo, quien la observaba con una sonrisa triunfal.Claro que esto era obra suya. Su exmarido no podía soportar, verla, prosperar, mucho menos desafiar su poder.Inspiró hondo y, con una sonrisa gélida, sacó de su bolso la invitación dorada, la que garantizaba su acceso VIP.—¡Quítense de mi camino! Soy una invitada especial —anunció con voz firme, extendiendo la tarjeta frente a ellos.Pero antes de que pudiera reaccionar, uno de los guardias le arrebató la invitación de las manos y, sin dudarlo, la rompió en pedazos frente a su rostro.Los fragmentos de papel dorado cayeron al suelo como c
Cuando Eugenia llegó al lugar, su mirada fulminó a Roma al verla ahí, fue Kristal quien no tardó en confesarle lo sucedido.—¡Esa mujer! Siempre supe que era una desvergonzada, ¡siempre lo supe! —exclamó Eugenia, su voz llena de desprecio y rabia—. ¿Lo ves, hijo? Por eso te sedujo en una noche de debilidad. Y después, como si fuera poca la humillación, te hizo cuidar de un bastardo. ¡Roma Valenti es asquerosa! ¡Debe pagar por lo que nos ha hecho!Alonzo intentó calmarla, poniendo una mano en su hombro, sabiendo que cualquier palabra fuera de lugar podría encender más su furia.—Ella pagará, mamá —dijo él, intentando sonar tranquilo, aunque por dentro también hervía de rabia—. Debes esperar el momento justo.Los tres entraron al salón, pero antes de que pudieran avanzar, Eugenia detuvo a Kristal con un gesto brusco.—Debemos hacerla desaparecer, ayúdame, hija —dijo con voz grave, cargada de una determinación implacable.Kristal, al escuchar las palabras de su suegra, asintió, su rostro
Roma y Giancarlo llegaron al salón de negociaciones, el aire estaba cargado de tensiones no dichas.El murmullo de los inversionistas llenaba la sala, pero Roma solo podía escuchar el latido acelerado de su propio corazón.Caminaba nerviosa, sus pasos resonando como un eco en su mente.Giancarlo, al notar su ansiedad, la miró fijamente, su mirada profunda y tranquila, sin previo aviso, tomó su mano.—¿Mi amor? —dijo con suavidad.Las palabras fueron como un susurro en la tormenta de pensamientos que Roma estaba atravesando.Se congeló por un momento, sorprendida, como si estuviera soñando. Era la primera vez que la llamaba así.El temblor en su cuerpo la hizo sentir que, de alguna manera, algo dentro de ella había cambiado para siempre.Por fin, el sueño que había guardado en su corazón, de ser amada así, se hacía realidad.—¿Roma? —preguntó Giancarlo, notando su desconcierto.—¡Me llamaste mi amor! —respondió, con una mezcla de incredulidad y felicidad.Él asintió lentamente, como si