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La llamada se colgó de golpe, y en ese instante, Alonzo avanzó hacia Roma como una tormenta desatada.Con furia descontrolada, la tomó de los brazos, sus dedos clavándose en su piel, y la empujó con tal violencia que la lanzó contra la cama.Roma apenas pudo resistir la embestida, cayendo con un golpe sordo que resonó en sus oídos.Estaba atrapada debajo de él, su cuerpo inmóvil bajo la presión de su fuerza.Alonzo se inclinó sobre ella, su rostro tan cerca del suyo que podía sentir su aliento caliente, entrecortado por la rabia.—¿Qué clase de mujer maligna eres? —su voz era un susurro bajo, tenso, como si su ira estuviera a punto de estallar—. ¡¿Quién es tu amante?! ¡¿Estás con un mafioso?!Roma se quedó inmóvil, su pecho subiendo y bajando rápidamente, pero entonces, una risa burlona brotó de sus labios.Una risa llena de desdén, de burla, que hizo que la cordura de Alonzo se rompiera aún más.—¿Estás tan desesperado por saberlo, Alonzo? —dijo con voz afilada, dejando que la burla s
El auto avanzaba por la carretera, la lluvia golpeaba con furia sobre el vidrio, la ciudad desaparecía en la neblina que formaban las gotas, mezclándose con el sonido constante del agua cayendo.El vehículo se detuvo frente a una cabaña solitaria, rodeada de árboles desnudos por el invierno.La atmósfera era tan oscura como la tormenta, y Roma miró a su alrededor con desconfianza.—Señor, hemos llegado —dijo el chofer con voz apagada.Roma alzó la vista, sus ojos reflejaban confusión y agotamiento. Estaba perdida, atrapada en su propio caos, incapaz de encontrar paz.—¿Dónde estamos? —su voz sonaba vacía, como si la tormenta la hubiera despojado de todas las fuerzas.—Este es mi refugio —respondió Giancarlo, con una calma inquebrantable, mirando por la ventana y observando la lluvia que caía como si fuera una cortina impenetrable. —Será mejor descansar aquí, Roma. La lluvia se volverá más intensa, y no sería sensato volver a casa en este estado.Roma no replicó, pero su mirada parecía
El beso se volvió una súplica ardiente, un lazo invisible que los ataba, como si ambos lucharan contra la tormenta de sentimientos que amenazaba con consumirlos. Roma sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor. La razón le gritaba que se alejara, que no debía permitirlo, pero su cuerpo tenía otros planes.Sus manos se aferraron con desesperación al cuello de Giancarlo, como si, al soltarlo, se desplomara en un abismo sin retorno. No quería dejar de besarlo. No quería recordar el dolor que la estaba desangrando por dentro.Giancarlo fue quien rompió el beso, lentamente, con reticencia.Sus respiraciones estaban entrecortadas, y sus miradas se encontraron en un abismo de emociones no dichas. Ojos brillantes, cargados de un peso invisible.Sus corazones latían al mismo ritmo, como un solo latido perdido en la noche.—Solo quiero… estar en paz —murmuró ella, con voz quebrada—. Acabar con ese hombre… y luego irme…Las palabras apenas salieron de sus labios cuando sintió el roce de un
«—Mamita, estoy feliz, si tú eres feliz… ¡Gracias por encontrar a un papito que ya no te hace llorar!La voz de Benjamín resonaba en su mente como un eco bendito. Allí estaba él, frente a ella, con su carita iluminada por una sonrisa radiante, sus ojitos llenos de vida, sanos, fuertes… como siempre debió haber estado. Roma quiso tocarlo, acariciar su rostro, envolverlo en un abrazo del que nunca escapara.Pero cuando estiró la mano, su pequeño se desvaneció como niebla bajo el sol»Despertó con un sobresalto, sintiendo la humedad en sus mejillas. Su corazón latía desbocado y un suspiro doliente escapó de sus labios.Limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se volvió hacia Giancarlo, que aún dormía a su lado.Su respiración era profunda, tranquila.Roma se permitió un instante de paz mientras deslizaba la yema de los dedos por su rostro, delineando su mandíbula, la curva de su boca.Él se removió ligeramente, abrió los ojos con pereza y al encontrarla, sonrió.—Te tengo una notic
Roma cargó a Matías en sus brazos, el corazón, latiéndole con violencia mientras suplicaba que lo llevaran al hospital.Pero la ambulancia no llegaba.Giancarlo, con el rostro tenso y las manos temblorosas, decidió no esperar más.—Suban al auto, ya.Los niños, asustados, obedecieron sin chistar.Roma, con Matías en sus brazos, sintió que el tiempo se desdibujaba en la velocidad con la que Giancarlo cruzaba las calles.Su mente estaba nublada por el terror.Al llegar al hospital, el personal los recibió de inmediato. Roma no soltó al niño hasta que el médico lo tomó con delicadeza y lo colocó en la camilla.Su corazón se quebraba al verlo tan frágil, le recordaba a su Benjamín, y el dolor que ambos enfrentaron.El doctor lo examinó con detenimiento, su ceño fruncido revelaba preocupación.—El pequeño tuvo un ataque de pánico, y se intensificó por su asma —informó, levantando la vista hacia ellos—. ¿Saben si algo pudo haberlo provocado?Roma y Giancarlo intercambiaron miradas. Estaban p
Al día siguiente.Roma se despertó con un nudo en el estómago. Su mente, abrumada, giraba en torno a su padre.Aunque los años de distanciamiento la habían alejado de él, la idea de que sufriera, especialmente por culpa de alguien como Alonzo, la devastaba.Recordaba claramente el día en que su madre murió.Tenía apenas dieciocho años, una joven aún, pero con un vacío tan grande que nada podía llenar. Y entonces, tres meses después de su partida, su padre se casó con la mejor amiga de su madre, una traición que Roma no pudo perdonar jamás.En ese momento, lo había dejado ir. No lo buscó, ni siquiera por Benjamín, y se cerró por completo a él.Pero la vida siempre juega con el destino.Un año antes de la muerte de Benjamín, su padre apareció nuevamente. Roma, aunque reacia, se permitió ceder, pero él ya estaba irreconocible, el Alzheimer lo había consumido.No podía dejarlo solo, y usando todos sus ahorros, lo metió en un asilo de ancianos, un lugar donde ya no la reconocía. A pesar de
Giancarlo la observó fijamente, con esa intensidad que siempre la hacía estremecer.—Roma, no creo que esas mujeres sean sinceras.Ella suspiró y cruzó los brazos. La escena de Carla y Carmen arrodillándose aún le revolvía el estómago.—Tampoco les creo, pero su cambio fue tan repentino que me inquieta. Siento que están tramando algo.Giancarlo esbozó una sonrisa irónica y asintió.—Por supuesto que están tramando algo. Pero no te preocupes, mantendremos los ojos abiertos. Vamos a jugar su juego... hasta que nos convenga voltearlo a nuestro favor.Roma lo miró con admiración. Le gustaba esa seguridad en él, esa capacidad de anticipar cada jugada.—¿Estás lista para mañana?Su expresión se endureció, recordando lo que se avecinaba.—Mañana en la feria, Alonzo sufrirá su primer golpe. Ya quiero verlo caer.Giancarlo sonrió, con esa mezcla de orgullo y complicidad.—Estaré cerca de ti. Te voy a proteger.Roma sintió un nudo en la garganta.Esa promesa, dicha con tanta certeza, la conmovió
Roma estaba a punto de entrar al salón cuando, de repente, sintió cómo varias manos firmes se interpusieron en su camino.Un grupo de guardias bloqueó su paso con una frialdad implacable.—¡Señora, abandone las instalaciones! —ordenó uno de ellos con voz severa.Por un momento, Roma sintió que la rabia la quemaba por dentro. Su mandíbula se tensó mientras su mirada se dirigía instintivamente hacia Alonzo, quien la observaba con una sonrisa triunfal.Claro que esto era obra suya. Su exmarido no podía soportar, verla, prosperar, mucho menos desafiar su poder.Inspiró hondo y, con una sonrisa gélida, sacó de su bolso la invitación dorada, la que garantizaba su acceso VIP.—¡Quítense de mi camino! Soy una invitada especial —anunció con voz firme, extendiendo la tarjeta frente a ellos.Pero antes de que pudiera reaccionar, uno de los guardias le arrebató la invitación de las manos y, sin dudarlo, la rompió en pedazos frente a su rostro.Los fragmentos de papel dorado cayeron al suelo como c