—¿Y quién te dijo que he venido a impedir que te cases con ella? Si quieres casarte, hazlo. Solo quería abrirte los ojos, pero ya veo que eres tan estúpido y ciego. Marcos hizo ademán de agarrarle el rostro, pero ella le chicoteó la mano. —No volverás a tocarme, infeliz. Lanzó la silla al suelo y salió, dejando a un Marcos sumamente rabioso. Emma sonrió mientras veía a Maite salir con su plan fracasado. Se sintió dichosa al ver el odio que Marcos había ejercido en Maite, era más fuerte de lo que ella imaginaba. Este último la miró con desdén. —Tu padre pagará por esto—. Siguió y se acomodó en la silla, la sonrisa de Emma se esfumó como espuma en el río. —Tengo una reunión importante —dijo Marcos. La mujer se acercó a él e intentó plasmarle un beso en los labios, no obstante, Marcos giró él rostro. Pese a que sabía que él no la quería, le dolía el rechazo que mostraba. Pasando gruesa saliva salió de la oficina y se marchó. Una vez que la mujer se retiró, Marcos se quedó perdid
Marcos se acercó y, rodeándola por la cintura, expresó: —Llevas un hijo mío en tu vientre, no permitiré que nazca fuera del matrimonio. Un Heredia nunca será un bastardo. Si quieres permanecer al menos los primeros días junto a él, debes casarte conmigo. De lo contrario, una vez que nazca, te alejaré de su vida y de la mía para siempre—. Emma perdió la razón, desesperada por la situación en la que se encontraba. Estaba siendo humillada a nivel nacional, su amado Marcos la estaba dejando de lado para casarse con Maite. Cuando ella aceptó casarse, el corazón de Emma se rompió. Sus ojos vertieron ríos de lágrimas, y un nudo en su garganta le impedía respirar con normalidad. Por un momento, deseó agarrar un arma y dispararle a Maite en la cabeza hasta que dejara de respirar. Pero hacer eso delante de Marcos y los invitados sería lanzarse a un abismo llamado prisión, y ella no quería terminar en ese lugar. Ese día, Marcos y Maite se unieron en matrimonio y destrozaron el corazón de Emma
Marcos salió de la habitación, bajó al despacho y con una empleada envió a llamar a Emma. Cuando ella supo que Marcos la esperaba en el despacho, bajó a toda prisa. De la misma forma, abrió la puerta y emocionada se adentró en el lugar. Antes de que llegara a él, Marcos levantó la mano en señal de que se detuviera. —Ves ese cheque sobre la mesa —, Emma bajó la mirada — Tómalo y vete, hay suficiente dinero como para que tengas una vida digna en París. —¡No quiero irme! —, Marcos apretó los dientes. Era la primera vez que esa mujer se atrevía a levantar la voz delante de él — Quiero quedarme a tu lado —, se fue acercando al tiempo que dejaba rodar varias lágrimas — Marcos, no me eches de tu vida, ¡por favor! No me importa ser tu amante —, ¿¡Qué!? ¿¡Amante!? ¿Pero qué rayos le pasaba a esa mujer? Se preguntó mientras la veía acercarse — Si tu propósito es vengarte de Maite, yo… yo puedo ayudarte, yo me convierto en tu amante. —Pero ¿¡qué diablos te pasa!? —, se giró dejando su espalda
Se le acercó tanto que Maite se vio obligada a retroceder. Quería escapar de la proximidad de ese hombre, sin embargo, él le rodeó la cintura y la atrajo hacia su cuerpo. Pasando gruesa saliva y con la respiración detenida, solicitó. —Suéltame —Una media sonrisa se formó en las comisuras de él. Podía sentir el cuerpo de ella temblar, y no era por el miedo que él le causaba, sino por el descontrol que le provocaba con solo tocarla. — ¿Estás segura de que quieres que te suelte? —lamió los labios—. Tu cuerpo parece pedirme otra cosa —La respiración de Maite se hizo pesada, no solo porque él la inmovilizaba, sino también por la mirada penetrante y lo cerca que tenía el rostro al suyo —Mira, podemos consumar el matrimonio ahora mismo —le empujó con ambas manos desde el pecho, pero él era más fuerte. Posó su mano libre sobre la cabeza de ella y la acercó aún más. Estrelló sus labios con los de ella, profundizando un beso vigoroso y ardiente. La soltó cuando ella casi se quedaba sin aliento
—No estamos para bromas, Marcos. —¿Me ves bromeando? —, le lanzó una mirada desdeñosa —La mitad de los plátanos se distribuirá por todo el país, la otra parte la enviaremos a Europa al precio mínimo. —Pero ¿qué estás diciendo? —Lo que escuchaste—, todos movieron la cabeza en señal de negación. —Nos arruinarás con esa solución, en el país no lograremos distribuirlo, los campesinos siembran para abastecer los mercados locales, nosotros sembramos para exportarlo a un precio justo—, Marcos rodó los ojos —Nos estás llevando a la quiebra. —¿Y qué sugieres, genio?, dame tus ideas. —Mi idea es que vayas a disculparte con el señor Smith —, Marcos empezó a reír, la sala de juntas se llenó de risas que nunca antes habían escuchado, los empleados afuera se sorprendieron al escuchar reír así a su jefe. —¿Es el señor Marcos quien se ríe? —, preguntaron algunos curiosos —Pensábamos que esta reunión sería terrible y que todos lograrían hacer sentir mal al jefe. —Nadie hace sentir mal al jefe,
—¿Qué cosa? —Se acercó sin perder el contacto visual —¿Qué todavía te amo? —, sus dedos subieron por el brazo izquierdo de su esposo —Eso no es un secreto para ti—, llegaron hasta el hombro, continuaron por la clavícula y pasaron por el cuello hasta llegar a los labios. Al llegar ahí, trazó líneas y acercó su rostro, abrió su boca y mordió la barbilla de Marcos. Este se quejó y con los párpados caídos la observaba desde arriba, ella le sonrió, y mientras lo hacía, deslizó una de sus manos por el pecho de él que se había quedado parado como una estatua. La mano de Maite recorrió el abdomen de Marcos, llegó hasta la pretina e introdujo sus dedos dentro de los pantalones. Con los dientes apretados, Marcos controlaba cada sensación que le producía el toque de Maite, cuando ella metió por completo su mano dentro de los pantalones y bóxer y apretó su miembro, un gruñido se le escapó. Marcos mojó sus labios, succionó saliva con dificultad, al segundo siguiente agarró la mano de Maite y la ap
De camino a la villa, Marcos la ignoraba, mientras tanto, Maite mantenía su mirada centrada en el exterior. Soltaba varios suspiros al recordar cada momento que había pasado en esa ciudad, en cada rincón de esa urbe tenía un recuerdo feliz junto al hombre que estaba a su lado. Cuando se giró para ver a Marcos, se encontró con sus oscuros ojos observándola. Ella rodó los ojos y volvió la mirada a la ventana. En un par de horas llegaron a la villa, la misma en la que siempre se hospedaba cuando visitaba París. Era el lugar donde habían compartido tantos momentos y donde Maite había pasado muchas noches durmiendo, y él nunca la había tocado porque decía que quería que fuera su esposa para poseerla sin descanso una vez que estuvieran casados. —Bienvenido, señor Heredia —dijo Beatrice, dirigiendo la mirada a Maite—. Señorita, es un gusto tenerla aquí de nuevo. Marcos sabía lo amable que era Beatrice con Maite, por eso llevó a Pancha. —Señora —dijo Marcos—. Ya estamos casados. —¡Eso es m
Esa noche, Marcos se quedó a dormir en los muebles que adornaban el pequeño bar. Cuando despertó, Enner ya no estaba. —Enner ¿A qué hora se fue? —preguntó al guardia. —A las dos de la mañana, señor —respondió el guardia. Marcos agradeció por la respuesta, subió a la habitación y Maite aún estaba dormida. Al momento que él ingresó, ella abrió los ojos. Después de haber subido, no pudo dormir. Aunque la música no estaba en volumen alto, ella podía escuchar las carcajadas de Enner. —¿Ya desayunaste? —inquirió al retirar su reloj. —No —descubrió su cuerpo y se adentró al baño. Lavó su boca y salió, dejándole libre el baño para Marcos. Después de que Marcos se bañó y estaba por cambiarse, Maite ingresó. Tomándole por sorpresa, lo besó, dejándole completamente en trance. Al no tener respuesta de él, dio dos pasos hacia atrás. Luego, dio media vuelta para salir. No obstante, Marcos la agarró del brazo y la acercó a él. Al segundo siguiente, arremetió con vigor a la boca de Maite. Caminaro