—¿Qué cosa? —Se acercó sin perder el contacto visual —¿Qué todavía te amo? —, sus dedos subieron por el brazo izquierdo de su esposo —Eso no es un secreto para ti—, llegaron hasta el hombro, continuaron por la clavícula y pasaron por el cuello hasta llegar a los labios. Al llegar ahí, trazó líneas y acercó su rostro, abrió su boca y mordió la barbilla de Marcos. Este se quejó y con los párpados caídos la observaba desde arriba, ella le sonrió, y mientras lo hacía, deslizó una de sus manos por el pecho de él que se había quedado parado como una estatua. La mano de Maite recorrió el abdomen de Marcos, llegó hasta la pretina e introdujo sus dedos dentro de los pantalones. Con los dientes apretados, Marcos controlaba cada sensación que le producía el toque de Maite, cuando ella metió por completo su mano dentro de los pantalones y bóxer y apretó su miembro, un gruñido se le escapó. Marcos mojó sus labios, succionó saliva con dificultad, al segundo siguiente agarró la mano de Maite y la ap
De camino a la villa, Marcos la ignoraba, mientras tanto, Maite mantenía su mirada centrada en el exterior. Soltaba varios suspiros al recordar cada momento que había pasado en esa ciudad, en cada rincón de esa urbe tenía un recuerdo feliz junto al hombre que estaba a su lado. Cuando se giró para ver a Marcos, se encontró con sus oscuros ojos observándola. Ella rodó los ojos y volvió la mirada a la ventana. En un par de horas llegaron a la villa, la misma en la que siempre se hospedaba cuando visitaba París. Era el lugar donde habían compartido tantos momentos y donde Maite había pasado muchas noches durmiendo, y él nunca la había tocado porque decía que quería que fuera su esposa para poseerla sin descanso una vez que estuvieran casados. —Bienvenido, señor Heredia —dijo Beatrice, dirigiendo la mirada a Maite—. Señorita, es un gusto tenerla aquí de nuevo. Marcos sabía lo amable que era Beatrice con Maite, por eso llevó a Pancha. —Señora —dijo Marcos—. Ya estamos casados. —¡Eso es m
Esa noche, Marcos se quedó a dormir en los muebles que adornaban el pequeño bar. Cuando despertó, Enner ya no estaba. —Enner ¿A qué hora se fue? —preguntó al guardia. —A las dos de la mañana, señor —respondió el guardia. Marcos agradeció por la respuesta, subió a la habitación y Maite aún estaba dormida. Al momento que él ingresó, ella abrió los ojos. Después de haber subido, no pudo dormir. Aunque la música no estaba en volumen alto, ella podía escuchar las carcajadas de Enner. —¿Ya desayunaste? —inquirió al retirar su reloj. —No —descubrió su cuerpo y se adentró al baño. Lavó su boca y salió, dejándole libre el baño para Marcos. Después de que Marcos se bañó y estaba por cambiarse, Maite ingresó. Tomándole por sorpresa, lo besó, dejándole completamente en trance. Al no tener respuesta de él, dio dos pasos hacia atrás. Luego, dio media vuelta para salir. No obstante, Marcos la agarró del brazo y la acercó a él. Al segundo siguiente, arremetió con vigor a la boca de Maite. Caminaro
Horas más tarde, Alex se dirigió a la empresa de Marcos, varios guardias le cerraron el paso —¡Quiero ver al jefe! —, exigió de forma déspota. —¿Tiene alguna cita? No puede pasar si su nombre no consta en el tablero. —No ¡no tengo ninguna cita! ¡Pero necesito hablar con ese miserable! —, empezó a gritar y exigir ver a Marcos. Este se encontraba junto a Enner resolviendo varios problemas que se habían suscitado. —Otro más que retira sus acciones y las pone en venta, Marcos. —¡Cómpralas! —¿¡Pero te has vuelto loco!? Lo que menos podemos hacer ahora es gastar dinero comprando acciones. —¡He dicho que las compres! —, Enner asintió. —Quedaremos arruinados—, Marcos le lanzó una mirada de reproche —Viejo, ¿de qué sirve comprar las acciones si…? —Levantaré la empresa. Tú solo has lo que te digo—, volvió a centrarse en lo que estaba haciendo. El teléfono sonó, lo agarró sin despegar la mirada del computador —Dime. —Señor, un hombre llamado Alex Smith quiere verlo. —¡No estoy para ate
La felicidad por la recuperación de la memoria de su abuela no fue del todo felicidad para Marcos. En otro momento habría saltado de alegría, le habría abrazado y llenado de besos. Pero tener a su esposa a su lado, sin reaccionar todavía, evitó que gozara de esa noticia. —Debo llevar a Maite al hospital—, dijo Marcos apresuradamente. —¿Maite? ¿Qué tiene Maite? ¿Acaso ese hombre logró abusar de ella? —, preguntó la abuela confundida. —¿De qué hablas, abuela? —, respondió Marcos mientras encendía el motor y aceleraba. No le dio importancia a lo que Elisa decía, solo quería llevar a su esposa al hospital y asegurarse de que su bebé estuviera bien. Ya solo quedaban pocas semanas para que su hijo naciera y justo ahora tendría que enfrentarse a esta situación. —Marcos, ¿cuánto tiempo llevo así, sin memoria? —, preguntó la abuela. —Ocho meses, abuela. Han pasado ocho meses desde aquel incidente, pero ahora no es momento de hablar de eso. Solo necesito llegar al hospital lo más rápido po
Marcos se derrumbó ante aquella noticia. Sus grandes piernas se doblaron quedando de rodillas en el suelo. Su pecho ardía como si ácido hubiera sido derramado por dentro. Su corazón dolía, sentía que la mano de un gorila lo apretaba y se lo iba arrancando lentamente hasta el punto de asfixiarlo. Se rehusaba a creerlo, se negaba a aceptarlo. Él no asimilaba aquella verdad. Él no podía aceptar que su bebé, al cual esperó con tanto anhelo estuviera muerto. A pesar de estar enojada con su nieto por lo que había hecho con Maite, Elisa se acercó y lo abrazó. Verlo así le afectó profundamente—. ¡Abuela, dime que no es verdad! —se aferró a la cintura de su abuela, donde sollozó como cual niño perdido en la plaza. Sus sollozos se hicieron más fuertes cuando su abuela le dijo que si, que era cierto, que el pequeño había muerto. El imponente Marcos Heredia, con su arrogancia y prepotencia se encontraba aferrado a los pies de su abuela, llorando y reprochando a Dios por haberle arrebatado otr
Alex sonrió y cuando su mirada se cruzó con la de Marcos, se burló—. Espero que nunca más te cruces en nuestro camino —sin decir nada, Marcos volvió a su auto y se marchó. Horas más tarde, los Ferri abordaron el avión privado. Horas después, aterrizaron en el aeropuerto de Washington. Varios hombres estaban esperando afuera. Cuando vieron a Alex, abrieron la puerta del coche— ¡Bienvenido, señor Smith! — Alex les agradeció y junto a su hermana y madre se adentraron en el coche. Al llegar, Maite contempló el lugar, soltó un suspiro y miró hacia atrás. Tenía ganas de salir corriendo y volver a París. Todo lo que había allí le resultaba ajeno. — Maite — la voz de su mamá la sacó de sus pensamientos — Ven, cariño — caminó hasta su madre. Al entrar, vio a una niña correr y lanzarse a los brazos de Alex. —¡Papi! —, aquella pequeña rubia envolvió sus piernas y brazos en el cuerpo de su padre. Alex la llenó de besos y mimos, ante esa escena Maite evitó la mirada y la centró en cualquier o
Marcos agarró a Maite de ambos brazos, apretó las muñecas de la joven y cuestionó —¿Qué estás diciendo? ¿Cómo que nuestro hijo no está muerto? —, a pesar de que hablaba con calma, la manera en qué presionaba sus muñecas era la señal de que aquel hombre estaba irritado —¡Responde! —, la soltó cuando sintió que hacía más presión de lo que debía. No iba a volverse a comportar como un patán con ella, aunque motivos de sobra tenía, pero inhaló y exhaló para poder controlarse. —No te hagas el estúpido, Marcos. Sabes perfectamente de que estoy hablando, no trates de engañarme porque no creeré en tu supuesta inocencia, piensas que creeré que no sabes nada de mi hijo después de que has pasado día y noche vigilándome durante estos meses. —No, no sé nada, no sé de qué me estás hablando, mujer—, miró a Rebeca, y está bajó la mirada. —Ya hace dos meses que Marcos retiró la vigilancia, soy testigo de eso—, explicó Elisa —Nosotros no tenemos idea de lo que hablas ¿De dónde sacas que el niño no