—Ya vuelvo—, Alex se levantó y fue tras de Clarisa. Antes que ella saliera de la casa la agarró del brazo y la recostó a la pared —Quien diría que te encontraría aquí—, ella le miró enojada. Con esfuerzo sacudió sus brazos y se quiso zafar del agarre. —Suéltame, no te conozco y no sé por qué estás aquí. —Bueno, cómo puedes ver soy hermano de la esposa de tu jefe—, Clarisa abrió un poco la boca y luego la cerró, más cuando Alex agarró su dedo y preguntó —Fue este, ¿cierto? —, sonrió de medio lado y lo llevó a su boca, chupó de él provocando un cosquilleo en la guata de la joven. —¿¡Que haces!? —, se logró zafar. —Me sacaste el dedo en la empresa y no se para que, imaginé que era para que te lo chupe—, ella le miró con una expresión desorientada, él sonrió y dando media vuelta se fue. —¡Tarado! —, limpió la humedad de su dedo y se fue a lavarlo. Seguido se dirigió a la pequeña casa que quedaba a unos cuantos metros de la villa de los Heredia. Al llegar, su madre que se encontraba
Al día siguiente, Marcos se levantó temprano como todos los días, después de darse una ducha bajó a desayunar, mientras lo hacía le dio una revisada el celular encontrándose con los mensajes enviados anoche a su esposa, aún sin responder. Dejó el celular a un lado y bebió del café, limpiando su boca se levantó y salió del comedor —¿Tienes tiempo? —, Inquirió Elisa. Marcos miró el reloj de mano y asintió, caminaron juntos hasta la sala, se sentaron frente a frente —Como ya vas a volver con Maite, yo volveré a la hacienda. —Abuela, créeme que no nos estorbarás. —No es por eso. Ustedes dos necesitan estar solos, esto será como el comienzo de su matrimonio. Además, extraño mi país, casa, el clima de mi ciudad, el canto de los animales ya ha sido un esfuerzo haber vivido tres años aquí. Estoy vieja, quiero estar en el único lugar donde existen los recuerdos de tu padre, abuelo y madre. —No quiero que estés sola en ese lugar, siempre hemos estado juntos, no quisiera separarme de ti. —
—No he tenido nada con ella—, apretó los dientes —Díselo, dile que aquello fue una estupidez que cometiste, colocaste droga en mi bebida y te aprovechaste de que estaba en ese estado para luego quererme obligar a casar contigo—, la miraba con ojos afilados, seguido miró a su esposa y suspirando pidió —Debes creerme, jamás tuve un romance con ella, es más, no sabía que fuera la esposa de tu hermano, yo… —¿Qué me aproveché de ti? Fuiste tú quien se aprovechó de mí y jamás respondiste como un hombre—, Laura empezó a llorar, pues a ella aún le dolía que ese hombre se comportara de esa forma al amanecer, la trató de lo peor, le gritó en la cara que él jamás pondría sus ojos en ella, que ella para él no existía y jamás existiría. «Esa mañana Marcos estaba súper molesto por haber terminado en la cama con Laura, alguien que para él no existía, ni siquiera sabía que esa mujer estudiaba en la misma universidad, y de paso compartieran las mismas clases. En cambio, ella, ella si sabía todo de
Ángel y Maite se separaron, ambos regresaron a ver a un Marcos que por la expresión de su rostro estaba furioso —El abogado vino a visitar a Maite—, explicó Elisa, aún con el apellido Thompson recorriendo en su cabeza —¿Tienes problema con eso? —, Inquirió la mayor. Sin desconectar la mirada de aquel hombre Marcos balbuceó —Mi esposa y yo estamos de salida, así que puede venir otro día a visitarla—, “si es que permito que ingreses”. Reprochó para sí mismo. Maite frunció el entrecejo porque ella no recordaba que fueran a salir, se preguntó, ¿en qué momento le propuso salir? Ella no recordaba que lo hubiera hecho. —La verdad es que no he venido a visitar a Maite—, explicó al soltar un suspiro —He venido hablar con usted—, dirigió la mirada a Marcos —Hay algo importante que debemos tratar, los tres—, vocalizó. —¿Nosotros tres? —, Ángel asintió. Elisa no comprendía que quería hablar ese muchacho, ella no lo conocía, jamás había tratado con él. Cuando el apellido le regresó a la memor
Después de que el bisabuelo de Marcos muriera, los abogados de este, incluido Ángel llegaron a la villa de los Heredia —Tal parece que te gustó mi casa que ahora no quieres salir de aquí—, dijo mientras le estrechaba la mano. Ángel sonrió con ironía. Al apretar la mano de Marcos lo acercó más y le palmó la espalda. —Siempre tan amargado, mi querido sobrino—, Marcos rodó los ojos y se apartó, caminó tras el escritorio y se sentó, indicó a los abogados se sienten. —No sé de qué podríamos hablar, no recuerdo conocerlos—, miró a ambos hombres y luego regresó la mirada a Ángel —Aquel desagradable hombre si lo conozco, pero a ustedes. —Lo sabemos señor Thompson—, Marcos enarcó una ceja. —Heredia—, recalcó —Soy Marcos Heredia—, si había algo que Marcos jamás olvidaría, era ver llorar a su abuelo, aunque era niño podía ver cuan triste se sentía su abuelo al llegar fechas importantes, extrañaba demasiado a su padre, y eso hizo que la enfermedad que padecía avanzara más. Nadie que hiciera d
Después del velorio de Izal Thompson, Elisa partió a su país, sabía que era poco el tiempo que le quedaba y quería pasarlo donde estuvo toda su vida. Marcos la acompañó, fueron escoltados por varios hombres hasta el aeropuerto, unos cuantos los acompañaron en el vuelo los cuales se unieron al escuadrón que les esperaba en el aeropuerto. La partida de Elisa afligió a Maite, por consiguiente, a Marcos. La sola idea de separarse de su abuela le angustiaba. Eso era algo que jamás imaginó hacer, casi toda su vida pasó con ella, y ahora que se separarían por segunda vez sentía que una parte de él se quedaría con ella. En otro tiempo la habría seguido dónde fuera, solo que en esta vez no podía, pues aún no encontraba a su hijo y mientras no diera con él no abandonaría los Estados Unidos. Sabía que sacar a un pequeño de ese país era complicado, por eso creía que su hijo seguía ahí, en cualquier parte del distrito federal de Columbia o cualquier otro estado, pero sus esperanzas por encontrarlo
Maite salió como todos los días al parque donde perdió a su hijo. Le gustaba ir porque ahí tenía el último recuerdo del rostro de su pequeño. Trayendo los recuerdos de ese día unas lágrimas se le desprendieron. Inhalando profundo se detuvo justo en el lugar donde lo vio por última vez, los hombres que la acompañaban le rodearon y ella los miró con desdén —A un metro—, exigió. —Lo siento señora, pero no puedo mantenerme tan lejos de usted. —Te estoy dando una orden y debes acotarla. —Tengo órdenes estrictas de mantenerme cerca de usted, a menos de medio metro. Sabiendo que ellos no iban a cambiar de parecer, porque tenían órdenes de Marcos y si no las cumplían, este se las cobraría al regresar. Se dio por rendida. Dio media vuelta y se dirigió a una de las bancas de metal, ahí concentró toda la atención en remembrar ese día, el cual dejó una herida profunda en el corazón del cual no sabía si podría sanar. Dolió tanto que, cada día la herida se hacía más grande. Al ver a Ma
Con una expresión fría, Marcos observó aquella joven que se había tomado el atrevimiento de ingresar a su casa sin haber dado él, o su esposa el consentimiento —¿Isabela? —, más que un susurro fue una pregunta hacia su esposo, creía que él la conocía, no obstante, Marcos no tenía conocimiento de quién era esa mujer.—Si, Isabela López—, aquel apellido resonó en la cabeza de Marcos y Maite, inmediatamente pensaron en Ángel, pues él tenía ese mismo apellido.—¿Eres hija de Ángel? —, no, era ilógico que lo fuera ya que, Ángel contaba con treintaicinco años de edad, y aquella muchacha, aunque era joven no lo suficiente para ser la hija de un hombre de esa edad. Maite pensó que Ángel había sido padre a los diecisiete, pero también se preguntaba, ¿Qué hacia la hija de Ángel en su casa? —Él es mi tío—, aclaró.Marcos, que había permanecido en silencio observando a la joven sin expresión alguna, inquirió —¿Y qué quieres? ¿Qué haces en mi casa? —, su voz iba cargada de frialdad, lo que ll