Enfiló por el pasillo caminando con precaución y pasó junto a la puerta de la habitación de Catalina. Se detuvo y decidió que despertarla sería un error, ya que podría sufrir un susto innecesario por algo que él podía solucionar con rapidez. Su prioridad era resolver aquel asunto. Agarró un b**e de béisbol del armario del pasillo, solo por si la alimaña resultaba ser peligrosa. Después comenzó a bajar la escalera agudizando el oído para descubrir de dónde provenía el ruido. Se detuvo al bajar el último peldaño y se ocultó entre las sombras. La casa estaba en un total silencio. Permaneció inmóvil un momento, recorriendo con la mirada las estancias vacías. La puerta principal estaba bien cerrada, con la cadena y la alarma conectada. La puerta de uno de los salones de estar se sacudió. Alessandro se acercó a ella, manteniéndose pegado a la pared y con el b**e en alto mientras mientras se percataba de un croar del otro lado. ¿Qué narices era eso? Buscó la llave del bol sobre la
Alessandro elevó las cejas, y volvió a contemplar a su esposa. Catalina estaba cabizbaja y pálida, mirando con los labios apretados el desastre que acababa de ocurrir. — De acuerdo. Te ayudaré a encerrar a ese animalejo en el salón, limpiaremos el destrozo en la cocina y regresaremos a dormir. Ella lo miró a los ojos, de pronto. — Pero...pero yo... — Mañana. — la interrumpió él. — es demasiado tarde ahora, mañana llevarás todos esos animales al refugio. ¿ De acuerdo? Ella asintió y él le dió un pico rápido, dejándola aún más desconcertada. * * * Era viernes, Catalina había ido temprano al refugio, dejando allí todos sus especímenes de estudio y como su salón de clases estaba aún en reparación decidió dar un recorrido por las tiendas enbusca de un jarrón nuevo para la mesa de la cocina. Luego, regresó a la casa y se entretuvo parte de la tarde limpiando. Aunque todo se encontraba siempre pulcrísimo. La finca vibraba de actividad, había trabajadores por doquier encargándose del g
Alessander despertó, sintiéndose incómodo. El sitio sobre el que dormía era demasiado estrecho, sin embargo, al abrir los ojos una enorme y lobuna sonrisa se apoderó de sus labios. Su preciosa estaba aún dormida y tibia en su abrazo. Contempló con curiosidad las diminutas pecas sobre la nariz de Catalina y depositó un rápido beso justo allí. Luego se tomó unos minutos para acariciar la oscura cabellera y el delicado rostro que creyó perdidos para siempre. Había sido un imbécil. Había renunciado a ella por temor a llevarle la contraria a sus padres, solo para después odiar a sus padres con una violencia tal, que lo había impulsado a desentenderse de su familia durante años. Cayendo en un profundo vacío de soledad y desesperación. En el último año, si era completamente honesto, había considerado la alternativa de acabar con su vida más de veinte veces. El dolor y la amargura se habían apoderado de su alma de tal manera, que solo veía salida en el suicidio porque sabía, instintivamen
Aquello alarmó terriblemente a Catalina. — ¿Tenerme? — Masculló airada.— es que...¿qué soy para ustedes? ¡¿Un puto juguete?! Alessandro fue a contestar pero timbró su celular. — ¿Ciao? Sí, está aquí. — murmuró. — sí, la tormenta causó bastante estragos pero la casa está bien y los trabajadores ya comenzaron las obras de reparación, aunque es posible que estemos sin fluido electrico por un par de días más. Reinó el silencio por unos minutos y luego: — Sí, por supuesto. Aquí les esperamos.— colgó.— era nuestra madre. Padre, ella e Ivy vienen en camino y por cierto, saben que estás aquí. Sander elevó un hombro. — Por supuesto que lo sabrían. No se puede atravesar la aduana de este país sin que algún informante de ellos se percate. * * * — Bueno, debo confesar que me siento profundamente desepcionado. — confesó Valiant mirando a sus hijos con expresión de reproche. Luego de haber llegado a la finca de Sandro, su mujer se había abalanzado sob
Como sus padres no estaban allí esta vez, Catalina esperaba estar más relajada durante el almuerzo, pero le fue imposible.Los Visconti no paraban de mirarla raro. Eso hacía que se sintiera más molesta, intranquila e insegura que nunca. Luego de un almuerzo increíblemente delicioso que a ella le supo a muy poco, porque muy poco comió; se entretuvo conversando con Ivanna, quien desde el principio había monopolizado su atención hasta que su cuñada increpó a Alessander: — ¿Por qué no le muestras tus pinturas a Catalina? — Ivy, ¿qué demonios?— protestó él. — ¿qué te he dicho de violar la privacidad de otros? Ella se limitó a devolverle una mueca burlona. — ¡Maldición! Estos son los momentos en los que me arrepiento de haberte enseñado a forzar cerraduras. Sabes que no es adecuado y ... Catalina palideció al escuchar aquello. ¿Forzar cerraduras?¿Cómo lo haría un vil ladrón? Sí, era cierto que su familia política parecía gente de lo más normal, pero a veces olvidaba que eran los líder
Alessandro escuchaba a su padre con una expresión cerrada en su rostro. Conociéndo como conocía a su familia, no dudaba que en ese instante su madre y hermana estuvieran complotando en su contra y favoreciendo a Alessander. Sonrió. — ¿Algo de lo que estoy diciendo te parece gracioso, hijo?— interrogó Valiant. — Para nada padre.— Sandro se recompuso rápidamente, regresando a su expresión seria.— sin embargo, fallo en ver el problema. Lo que haga Cecilia con su vida no me importa ni me afecta. — Estás desestimando un punto importante, hijo. Cecilia se casó con Paolo Valisari. Alessandro le entregó a su padre una sonrisa que parecía más una mueca burlona. —Paolo es nuestro principal competidor en la producción de vino, padre. Pero el hecho de que se haya casado con Cecilia me tiene sin cuidado. Valiant asintió, reclinándose en su asiento. — Con todo, deberías andarte con cuidado. Los Valisari eran viejos aliados de los Mansini y esa familia aún nos tiene mala sangre. Consideran q
–Si quieres ganar puntos con Ceda, ráscale la frente y háblale –le dijo mientras se marchaba a sacar a Bolivar del establo. Cuando regresó, se alegró de ver que Catalina había conseguido acariciarle el cuello a la yegua. –Creo que nos vamos entendiendo –anunció ella–. No parece a punto de morderme. –A mí me parece que se están haciendo buenas amigas tú y ella. ¿No crees? –Sí. Las dos hemos acordado echarte la culpa a ti si cometo el error de hacer algo que a ella le parezca mal. –Vaya, ¿por qué no me sorprende? –preguntó él mientras se acercaba con Bolívar. –Probablemente porque tú has sido el que ha insistido en que yo la monte –replicó ella mientras Sandro le entregaba también las riendas de su montura–. ¿Qué estás haciendo? –añadió con pánico en la voz. –No te preocupes. Bolivar se porta casi tan bien como Ceda. –Espero que te acuerdes de… –Sí –le interrumpió él–. Sé perfectamente que si ocurre algo será todo culpa mía y que si mueres vas a perseguirme durante el resto d
Dentro de la bañera, con la tibia y espumosa agua llegandole al cuello, Catalina intentaba relajar sus adoloridos músculos. Respiró profundamente y cerró los ojos, en un intento por relajarse. Evidentemente, la entrevista de los gemelos con su padre no había salido bien, porque en vez de salir uno de ellos victorioso de allí, ambos habían salido con cara de amargura y luego cada uno le había contado exactamente qué esperar de él. Liberó un suspiro. Siendo honesta, debía reconocer que la propuesta de Alessander le había gustado más. ¿Cómo demonios no querría ella una vida de aventuras, explorar lugares exóticos y viajar? Sin embargo, por el momento no le era conveniente. Apenas había comenzado a trabajar y amaba su labor en la escuela. Si quería conservar la poca cordura que le quedaba, no debía darle tantas vueltas a aquel asunto. Sin embargo, mientras ninguno de los gemelos le pusiera las manos encima, estaría a salvo. Cuando Alessandro regresó a la casa, la buscó porque ya er