Antes de caer exausta de satisfacción, Catalina pensó que su matrimonio por conveniencia no era tan malo. Incluso su atractivo esposo estaba dispuesto a explorar su sexualidad con ella y a satisfacer toda su curiosidad. Alessandro la contempló sonreír y la acomodó sobre su hombro. Él había estado en lo correcto. Su pastelito poseía todas las cualidades para que su experimento fuera un éxito y además, él era experto en convencer a otros de hacer lo que no querían, así que las próximas semanas serían decisivas para lo que se proponía conseguir. A la mañana siguiente, a Catalina la despertó un molesto sonido silbante. Tendida boca abajo y acurrucada bajo el confortable edredón, palmeó la cama junto a ella, confirmando que Alessandro ya no estaba. Parpadeando para abrir sus ojos, bostezó y se estiró, liberando un quejido por el dolor en maltratado cuerpo, pero entonces sonrió, recordando el "maltrato". Rodó lentamente sobre su espalda, se quedó mirando el techo, agudizó el oído para i
Alessandro echó un vistazo a la puerta de nuevo. Algo estaba incomodando a su pastelito. Estaba satisfecho, ella ya había demostrado que era mucho más aventurera de lo que él había imaginado. Dejó el table de lado y quitó la tetera, sirviendo una tasa de agua caliente a la que le agregó una bolsita de té. Catalina era una caja de sorpresas, metida dentro de un cuerpazo de amazona diseñado para satisfacerlo. ¡Demonios! Él siempre había creído que prefería las mujeres delgadas y de poco busto, hasta que había tenido a su esposita saltando como coneja en celo sobre su verga. Bebió un sorbo y comprimió los labios. Algo la tenía molesta. Era evidente. Pero él no era adivino. ¿Cómo iba a saber realmente lo que le incomodana si ella no se lo decía? Por otro lado, se sentía ligeramente culpable. Por primera vez, se había dejado llevar por sus deseos en vez de por la lógica. Sabía que ella no había estado lista. Había sido demasiado pronto, pero las ganas de poseerla se habían apoderado
— Pido disculpas… —dijo, el Señor D'mario, mirando a Alessandro con evidente nerviosismo —. Comprenda que es natural que esté inquieto. Catalina no es una mala chica, de hecho, nunca nos dió problemas a su madre y a mí, sin embargo no es la mujer con la que usted deseaba casarse realmente. Alessandro guardó silencio, queriendo ver a dónde quería llegar su suegro. — Pero no puedo decirle que no eligió el mejor reemplazo posible, sin dudas Catalina es la chica lista de la familia. Estoy convencido de que será una esposa obediente y callada, no como Cecilia, que es una belleza, pero es demasiado mimada. Alessandro rodó los ojos. — Déjese de rodeos, D'mario y diga lo que quiere de una vez. Mariano tragó en seco y prosiguió. —Siempre es interesante tener cerca a una mujer lista, senor Visconti. Pero por muy lista que sea Caty, debe saber que le falta refinamiento. Ella no sabría comportarse en eventos públicos, no tiene la clase de desembolvimiento con el que cuenta Cecilia. Valia
— ¿Dónde está?— interrogó Alessandro a su madre luego de salir del despacho. — Ivy la acompañó al baño.— respondió Sonee en tono bajo. — ¿Qué está sucediendo, hijo?¿ A qué acuerdo llegaste con el Señor D'mario? — Ya padre te pondrá al tanto. Ivanna escuchaba a su cuñada vomitar y arrugaba el entrecejo. Según lo que había entendido, la muchacha no era la mujer con la que Alessandro había planeado casarse desde el principio, y sin embargo, nunca había visto a su hermano comportarse tan...raro, alrededor de una chica. ¿ Sería posible que su hermanito estuviera enamorado de su improbable esposa? ¿Y acaso ella estaba embarazada? Paeciay imposible. Llevaban muy pocos días de casados. Tocó a la puerta y la llamó en tono preocupado. — Catalina, ¿estás bien? Oyó el sonido del retrete y luego el de agua cayendo. Imaginó que su cuñada se estaba lavando las manos y cuando la puerta se abrió, no se sorprendió de verla pálida y con aspecto demacrado. — ¿Estás bien?— insistió. Catalina n
Sonee llamó a la puerta del probador, otra vez. — ¿Todavía no estás lista, querida? Catalina se miró en el espejo de cuerpo entero, maravillandose ante lo que veía. El delicado vestido que su suegra había seleccionado se adaptaba a su figura, era de su tamaño exacto, y obviamente le quedaba bien. En lugar de intentar disimular sus curvas, el caído escote la hacía verse sensual, y la falda larga se abrazaba a sus piernas. Saliendo, Catalina enfrentó las miradas satisfechas de su suegra y su cuñada con trepidación. Esperando las críticas y burlas a las que ya estaba acostumbrada. — Te dije que encajaría. — Ivanna volvió a decir y se preguntó porqué ella tenía tantos problemas para confiar en su opinión. — Por supuesto que si lo haría, — Sonee dijo, su voz claramente reflejaba su agrado. — No hay más que seleccionar la ropa adecuada y los colores correctos y estarás en buen camino, cariño. Ahora ve, pruebate el otro. Catalina no se quejó. Cierto. Sabía que en algún momento t
Con el paso de los días, y aunque cada vez ella se mostraba más y más distante, entre ellos fue creándose una rutina. Alessandro se quedaba trabajando en su laptop, en el despacho de la finca y Catalina iba cada día a trabajar en la escuela. Lo llamaron a su celular y viendo quién era, sonrió. –¿Me echas de menos, pastelito?— Susurró coqueto. –¿Le has echado comida al pez? Alessandro comprimió sus ojos. –Catalina, estoy trabajando. La escuchó resoplar y sonrió, él también se sentía frustrado.–Yo también estoy en el trabajo, pero al menos sí me preocupo por el pobre Otavio. ¿Le has echado comida? –¿Otavio? –Tú insistes en llamarlo «pez» y eso hiere sus sentimientos. –Los peces no tienen sentimientos, Catalina. Y sí, le he dado de comer. –Los peces sí tienen sentimientos. Y ahora que estamos hablando de Otavio , te confieso que me tiene preocupada. Lo tienes encerrado en tu estudio, un lugar que casi siempre está cerrado y a oscuras. ¿Por qué no lo trasladamos al salón pa
Enfiló por el pasillo caminando con precaución y pasó junto a la puerta de la habitación de Catalina. Se detuvo y decidió que despertarla sería un error, ya que podría sufrir un susto innecesario por algo que él podía solucionar con rapidez. Su prioridad era resolver aquel asunto. Agarró un b**e de béisbol del armario del pasillo, solo por si la alimaña resultaba ser peligrosa. Después comenzó a bajar la escalera agudizando el oído para descubrir de dónde provenía el ruido. Se detuvo al bajar el último peldaño y se ocultó entre las sombras. La casa estaba en un total silencio. Permaneció inmóvil un momento, recorriendo con la mirada las estancias vacías. La puerta principal estaba bien cerrada, con la cadena y la alarma conectada. La puerta de uno de los salones de estar se sacudió. Alessandro se acercó a ella, manteniéndose pegado a la pared y con el b**e en alto mientras mientras se percataba de un croar del otro lado. ¿Qué narices era eso? Buscó la llave del bol sobre la
Alessandro elevó las cejas, y volvió a contemplar a su esposa. Catalina estaba cabizbaja y pálida, mirando con los labios apretados el desastre que acababa de ocurrir. — De acuerdo. Te ayudaré a encerrar a ese animalejo en el salón, limpiaremos el destrozo en la cocina y regresaremos a dormir. Ella lo miró a los ojos, de pronto. — Pero...pero yo... — Mañana. — la interrumpió él. — es demasiado tarde ahora, mañana llevarás todos esos animales al refugio. ¿ De acuerdo? Ella asintió y él le dió un pico rápido, dejándola aún más desconcertada. * * * Era viernes, Catalina había ido temprano al refugio, dejando allí todos sus especímenes de estudio y como su salón de clases estaba aún en reparación decidió dar un recorrido por las tiendas enbusca de un jarrón nuevo para la mesa de la cocina. Luego, regresó a la casa y se entretuvo parte de la tarde limpiando. Aunque todo se encontraba siempre pulcrísimo. La finca vibraba de actividad, había trabajadores por doquier encargándose del g