La brisa le sacudía el cabello a medida que más avanzaba por ese camino de grava que conducía a un destino tan conocido, pero que, a la vez, deseara que fuera el último lugar al que tendría que acudir para hablar con su hermana.Un cementerio.No debería estar visitando a Adriana en un cementerio.Había pasado más de un año desde su desaparición física y aún no se acostumbraba a su ausencia.¿Cómo se podría acostumbrar a no volver a ver a una persona que amaba?Sin embargo, la resignación había hecho mella en su espíritu, al punto en que había dejado de luchar contra las cosas que no podían ser cambiabas.No podía traer de regreso a Adriana.Solamente podía ser feliz como sabía que ella lo hubiera querido.Y por eso estaba aquí, tenía mucho que contarle a su hermana, mucho que compartirle…Adhara llegó hasta su lápida y se sentó en el suelo, detallando cómo los árboles se mecían suavemente, sus hojas livianas y sin remordimientos.Quería ser así.—Adriana —murmuró, contemplando la senc
La alarma sonó al lado de su cama y Adhara se apresuró en apagarla para no despertar a su esposo.Oliver dormía.Lo contempló por un segundo, antes de correr las sabanas y ponerse en pie con rumbo a la cocina.Ese día tenía la intención de hacer un desayuno especial. Era el cumpleaños de su esposo.Salió al pasillo y miró la habitación que se encontraba a dos puertas de la suya, abrió con cuidado y observó al pequeño Tomás dormido.—Tomi, es hora —le anunció, sacudiéndolo con delicadeza. Necesitaba despertarlo porque aquella sorpresa la habían planeado juntos.El niño de diez años abrió los ojos lentamente, somnoliento, enfocó entonces a su madre adoptiva y luego a su alrededor, tratando de orientarse.—Mamá —dijo él con una vocecita ronca.Todavía se estaba adaptando a llamarla de esa forma, se notaba que le costaba un poco. Después de todo, ella no era su verdadera madre. Su madre era Greta, quien fue otra víctima de los planes malvados de Gustavo Sidorov e Irina Volkov.Oliver le ha
Ese día se despertó más temprano de lo habitual, de hecho, se le había dificultado mucho dormir en la noche, consciente de que a la mañana siguiente descubriría que estaba mal con ella con respecto al tema de concebir.Adhara no había querido comentarle sobre su decisión de visitar al ginecólogo a Oliver, quería hacer esto por su propia cuenta.No sabía por qué, pero necesitaba que fuera así.Salió entonces de casa, subió a su auto y se dirigió a la tan ansiada consulta.Al llegar los nervios invadían todo su cuerpo, haciendo que sus pasos se ralentizaran.«Debes ser fuerte», se repitió en sus adentros, intentando infundirse valor.Así fue como tocó a la puerta y esperó pacientemente el pase de la doctora. Cuando finalmente le otorgaron el permiso, abrió la puerta y fue recibida por un ambiente cálido y acogedor. Las paredes del consultorio estaban pintadas en tonos suaves de verde y azul, creando una atmósfera tranquila. En una esquina, una planta de interior, con hojas brillantes y
Adhara había dado vueltas en su mente durante todo el día con respecto a la manera de como contarle a Oliver lo recién descubierto en su consulta ginecológica. Lo único que tenía en claro era que debía compartir la información con su esposo. Esta decisión era importante para ambos.Así fue como decidió hacerle una visita inesperada en su oficina.—¡Oh, amor, no te esperaba! —exclamó el hombre, levantando la vista del computador donde estaba trabajando hacía unos instantes.—Hola, cariño —respondió la mujer, rodeando el escritorio para darle un beso en los labios.Sin embargo, Oliver noto rápidamente que algo estaba mal con su joven esposa. Es decir, la expresión de Adhara parecía consternada y sin duda su visita era muy poco habitual de su parte.—¿Ocurre algo? —preguntó, tomando sus manos entre las suyas.La mujer respiró hondo y, con voz temblorosa, comenzó a relatarle lo que la doctora le había dicho en esa mañana. Habló sobre su problema en las trompas de Falopio, sobre la operaci
Justo como le había indicado su ginecóloga, Adhara se estaba tomado el tema de la concepción con calma. Había permitido que pasaran las semanas sin obsesionarse ante las más mínimas señales de un embarazo. Había sentido un poco de mareo y náuseas, pero no atribuyó esto a un síntoma serio, así que no se hizo un test para comprobarlo. Ya había caído en el error de hacerse una prueba a la más mínima señal antes, para encontrarse entonces con un negativo y terminar perturbándose.En esta ocasión, no le sucedería lo mismo. Así que desecho todo aquello de su mente y se sumergió en su trabajo, hasta que los síntomas se volvieron demasiado serios para ignorarlos. Todo comenzó con la ausencia de su menstruación, casi un mes entero de retraso. Se dijo a sí misma que quizás aquello era debido a la operación de sus trompas de Falopio, quizás era un efecto secundario, pero ya había pasado suficiente tiempo desde entonces. Así que decidió salir de dudas.Ese día, luego de salir del trabajo, pa
El sonido de la marcha nupcial, acompañado de los pétalos de rosas que le lanzaban al pasar, hicieron de aquellos minutos los más felices en la vida de Adriana Miller. Lamentablemente, el sueño duró demasiado poco, ya que luego de dar el tan anhelado “sí” en el altar, el príncipe se convirtió en ogro y su nueva familia se transformó en los demonios de su infierno personal. —Lindo vestido —se acercó su suegra a darle la felicitación o eso era lo que, ilusamente, Adriana pensó—. Sería una lástima que se ensucie de vino—y así, sin más, vertió el líquido rojo en la delicada tela de su vestido de novia, mientras ella en compañía de Anastasia Sidorov se carcajeaban de risa. Adriana jadeó, horrorizada. No podía creer que acabaran de arruinar su vestido en un día tan especial como ese. Pero su suegra, no conforme con esto, agrego macabramente: —Mi hijo se casó contigo por un berrinche —aseguró—. Pronto recapacitará y te pedirá el divorcio. Mientras tanto, mira a Anastasia—la señ
Adriana dio un paso atrás, abrumada por lo recién descubierto, pero dispuesta a impedir que ese par se saliera con la suya. «Oliver Volkov se arrepentiría de haberla usado de esta manera», se juró a sí misma, mientras buscaba el contacto telefónico de su hermana gemela.—Adhara, necesito verte —su evidente agitación preocupó a la joven del otro lado de la línea. —Por supuesto, hermana —cedió complaciente. Hacía apenas una hora que acababa de aterrizar en el país—. Estaba recién instalándome en el hotel y pensaba hacerte una visita, pero si necesitas que hablemos ahora, entonces puedes venir, te indicaré la dirección. Adriana repitió mentalmente la dirección dictada por su hermana y corrió en busca de un taxi, sin embargo, antes de que logrará alcanzar la puerta de salida, Irina se atravesó en su camino. —Supongo que ya lo sabes —su sonrisa se ensanchó maquiavélicamente, parecía un demonio en cuerpo de mujer—. La reconciliación se escucha por toda la casa —se jactó de los jadeos qu
Evitar que la información sobre la muerte de Adriana se filtrara requirió de sobornos y mucho dinero. Adhara había odiado hacer esa llamada, pero no tuvo otra alternativa que contactar con el multimillonario, Luke Jones. No quería parecer una persona interesada, pero el único con el suficiente poder como para ayudarla a hacer justicia, era precisamente él, Luke. El empresario más famoso de toda Inglaterra y, quién había desarrollado alguna especie de fijación por ella. Luego de que lo conociera por casualidad en un evento de la universidad, le había ofrecido la oportunidad de hacer pasantías en su empresa.Adhara había aceptado, porque evidentemente eso le abriría las puertas al mundo laboral, pero al poco tiempo todo se había complicado. Luke no dejó de insistir para que salieran y ella no había dejado de posponer dicho encuentro. Hasta que no tuvo otra opción que tomar su teléfono y pedirle un favor, un favor que seguramente le costaría muy caro, pero que no le importaba en ese m