Sandro se quedó viendo a su hija, no sabía cómo sentirse si molesto, decepcionado, triste. —¿Te he enseñado a mentir? ¿Cómo pudiste engañarnos de esa manera? ¿Y usted suegro lo sabía y se hizo cómplice de ella? —inquirió el hombre dejando notar una leve molestia en su tono. —Una vez se los dije, q
—Mi padre, no me habla… pretende que adivinara que cuando me dijo que no me dejaría correr yo supusiera que era mentira e igual lo intentara convencer de que era lo mío —dijo con irritación—. De hecho, un par de veces se lo comenté y su respuesta fue la misma, ahora no quiere ni hablarme… y, por otr
—Era de mi de quien querían saber, aquí me tienen… ¿No querían preguntarme sobre mi relación con Santos Ferrer? Aprovechen, es su oportunidad, voy a responderle cada una de sus interrogantes. —No, no lo escuchen a él, soy yo quien les dirá la verdad —dijo Sandra y por un momento las miradas de la j
Ornella se quedó sorprendida al ver a los dos hombres, aunque sabía que su hijo Stefano estaba en el mundo automovilístico, no se imaginó ver a Sandro ni a Cristiano. Sandro observó a Stefano que minutos antes le había dicho que su madre estaba muerta, mientras el rostro de la mujer se posaba en él
Stefano se detuvo en seco, se dijo a sí mismo que no debía siquiera prestarle importancia a lo que la mujer le estuviera indicando, porque probablemente era mentira, sin embargo, y a pesar de su oposición terminó escuchándola y preguntando. —¿Quién se llevó a tu hijo? ¿Su padre? —Ornella miró a Ste
—Hasta yo animaré a Santos, después de todo es mi otra pareja —dijo Stefano y todos soltaron la carcajada. El resto del tiempo pasó rápidamente, la conversación fue alegre y divertida, la familia estrechando sus lazos de amistad, mientras Sandra y Stefano, se sentaron apartados de todos, sin poder
Cristiano estaba conmovido por el gesto y las palabras de su hijo, no pudo evitar llorar como un tonto. —Sabes, desde pequeño decías que serías un gran piloto, porque querías ser famoso, te llevaba a cada competencia, siempre ganabas y me ofrecías los trofeos, decías que también eran míos. Yo te ll
Stefano la dejó de piel a piel, acariciándola, besándola en todas partes, regalándole todo tipo de caricias, las que ella le regalaba de vuelta, llorando de placer, el chico acarició sus cabellos sedosos, pasó la yema de sus dedos por su cuero cabelludo, provocando que Sandra gimiera de satisfacción