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—Ve y dile a tu padre, debes llevarlo al hospital de Barza.—¿Te avisaron que está… muerto?—No, aún no encuentran su cuerpo, pero deben irse. Me encargaré de Mariza.Enrique asintió, se puso su abrigo y fue hasta la habitación de su padre.A solas, Silvia llamó a Mónica.—Ven cuánto antes.—¿Qué?! Acabo de parir hace un día, mujer.—No me importa si acabas de parir o de ver al mismo diablo, te quiero aquí y trae a ese niño.—¿Qué? ¿De qué hablas? Tú tendrás una bebé, la hija de Mariza, y tu bebé será el hijo que ella parirá.—¡¿Te has vuelto loca?! —exclamó confusa.—Oh, sì, lo ves ahora, estoy muy loca, mujer, ¡obedece! ¿O quieres que mi hijo te eche de su lado? También trae a la matrona que te ayudó a parir. La necesitaremos.—Bien. Volveré.***Mónica colgó la llamada, estaba perpleja, mirando a la nada.«Y yo creía ser la persona màs mala, parece que Silvia tiene su lugar bien ganado, sea como sea, me están ayudando mucho a destruir la vida de Jerónimo, cuando le cuente todo, qu
Silvia estaba demasiado nerviosa, ordenó que todos los empleados fueran a la casa de campo junto con los choferes.—¿Todo está bien, señora? —exclamó el ama de llaves, nerviosa.—¡No te metas en mis asuntos! Obedece, mujer, llévate a todos los empleados, excepto a los guardias de la puerta, largo de aquí.La mujer estaba temerosa, recordó cuando Silvia peleó con la señora Valeria y esta cayó por las escaleras.La mujer sabía bien de que era capaz Silvia, fue a buscar a los empleados, cuando vio a esa joven mujer, ella la conocía, era hija de una amiga suya del pueblo.—¿Niña? ¿Qué te pasó?La chica estaba recién bañada, con ojos rojos, negó.—Nada, yo, extraño mi casa…—Pues no puedes volver, recuerda que tus papás necesitan mucho este dinero. Anda, iremos a la casa de campo que queda cerca del pueblo, quizás puedas visitarlo, Darina.La joven asintió, fue por un abrigo, pero la sola idea de ver a sus padres la hizo llorar, aún podía recordar las manos de Enrique sobre ella, y eso la t
Cuando Silvia fue a la puerta, los guardias le dijeron que era Amaranta Estévez.—¡Amaranta, lárgate! La familia está pasando por mucho, y tú, no eres familia —recriminó la mujer.—¡Abre la m*****a puerta, Silvia! Quiero ver a Mariza, supe lo de Jorge, ella está muy mal —dijo Amaranta.—Ella está en labor de parto, tenemos a una enfermera y matrona, no te entrometas, ahora, querida, ¡lárgate!Amaranta golpeó la puerta.—Abre ahora, tengo guardias conmigo, y entraré a la fuerza.—¡Irás presa, Amaranta!—Entonces, yo llamaré a la policía y exigiré ver a Mariza.La mujer rio con burla.—Hazlo, verás cómo será desestimado, además, no te olvides, Mariza está dando a luz en casa, con una matrona y una enfermera, hazlo, llama a la policía, a ver qué haces con tu cara de estúpida —exclamó, mirò a los guardias y dejó la orden clara.—Que nadie entre y si lo hacen, disparen.Silvia volvió a casa.Escuchó gritos de Mariza, quejidos y súplicas.—¡Abran! Por favor, ya no es un maldito juego, Silvi
Amaranta entró desesperada.Observó a Mariza mal, gritando. La enfermera corrió a su lado, pero ella ni siquiera dejó que la tocara.—¡Mariza, tu bebé ha muerto! —exclamó Silvia, mientras la respiración de Mariza era un caos. Ella negó, estaba temblando, casi enloquecida.—¡Mientes! Mi hija estaba sana, esa no es mi hija —Mariza se lanzó contra la mujer, estrujando sus cabellos y arañando su rostro—. Devuélveme a mi hija, ¡juro que te mataré! Esta no es mi hija, mi hija no murió, mira cómo está, ¡mi hija no es ella! La vi en un ultrasonido, era perfecta, así que o me dices dónde está, o mueres —dijo sujetando su cuello.Amaranta observó a la niña, sintió un escalofrío, se acercò a Mariza y la separó.—¡Mariza tiene razón, su hija estaba sana, una ginecóloga lo dijo! ¿Qué hiciste con la niña?Silvia y la enfermera se miraron, algo podía verse en sus rostros, algo que ellas leían, pero no sabían.—¡Están locas! Esa es tu hija, nació muerta y con malformaciones, ¡no tengo culpa de eso! Ya
Silvia llamaba sin parar a Mónica, pero ella no respondía.—¡Maldita sea! Esta mujer no responde.—¿Va a pagarme, señora?—Debes esperar, cuando hayas dicho todo, te pagaré.—¡Me paga ahora mismo o juro por Dios que iré a la policía y diré todo! —exclamó la enfermera, asustando a la mujer.Silvia tomó su cartera, le dio el cheque y la mujer se fue.—¿Tus amigos me ayudarán con la autopsia?La mujer la miró y asintió.—No se hará ninguna autopsia, y dirán lo que usted pidió.La mujer sonrió.Silvia volvió a llamar, pero el teléfono de Mónica estaba apagado. Llamó al chofer, pero èl tampoco respondió.***Jónica conducía ese auto, la matrona cargaba a la bebé.—¿Crees que nos encuentren?Mónica sonriò.—Me encontrarán, solo si yo lo quiero. ¿Cómo está la niña?—Es muy pequeña, me recuerda a ti, cuando eras niña. ¿Cómo pudiste hacer todo esto, Mónica?Los ojos de la mujer se volvieron llorosos, pero limpió sus lágrimas; aún le faltaba camino para llegar al pueblo. El chofer fue obligado a
—¡¿Qué fue todo eso?! ¿Por qué mi hijo dice eso, Enrique? ¿Has tenido que ver?—¡¿Qué?! —exclamó Enrique, casi en un grito—. ¿Cómo puedes tratarme así, padre? ¡Soy tu hijo! Claro, pero no tu hijo favorito como Jorge. ¿Crees que soy ese criminal?Jerónimo lo miró a los ojos.—No lo sé, dime tú, contesta, ¿qué hiciste?—¡No he hecho nada! —exclamó con rabia.—¿Dónde están los empleados?—Les di el día libre, hoy era muy mal día, Jerónimo…Jerónimo no dijo nada, salió, porteando la puerta y caminó al jardín.Silvia y Enrique quedaron ahí, solos, se miraron fijamente.—¡Madre!La mujer tomó su mano.—¡Debes irte, Enrique!—¿Qué? ¿A dónde?—Te daré mi dinero y mis joyas, pero vete, ¡tengo temor a que algo muy malo pase y vayas a prisión! —dijo la mujer temerosa.Enrique abrió ojos enormes; de pronto, él también sintió el mismo miedo.Asintió y fueron a la habitación de su madre.La mujer le dio todas sus joyas en una mochila y le dio casi un millón de euros que tenìa en efectivo.La mujer
—¡Devuélveme a mi hija!—Sì, lo haré, pero quiero algo a cambio, Jorge, dime, ¿qué me darás por la vida de tu hija? —exclamó con una voz tan calmada que a Jorge le dio escalofríos.—¡Haré lo que sea! Pide lo que sea, ¿quieres dinero? ¿Qué quieres?—Solo una cosa, harás lo que yo diga: ven mañana con tu querida esposa, vengan por tu hija, se las daré, pero a cambio, quiero que traigas a tu padre, me darás a tu padre y yo a tu hija, ¿no es buen trato?—¿Qué? Pero…—Pero, nada, ¿crees que le importas al padre del año, Jorge? Te envié al matadero como un cerdo, ¿por dinero? Nunca le has importado màs que la fortuna de tu madre, lo sabes bien, es mi única condición. Si quieres a tu hija, dame a tu padre a cambio.—¡Haré lo que sea! Dime dónde te veré.—No bloquees este número, mañana a las cinco de la mañana, emprende un viaje al sur. Te daré la dirección de a dónde irás a verme, ¿bien?—Sì.—Y no te olvides de lo que necesito.—Mónica, ¿dónde está tu bebé?Mónica colgó la llamada. Los ojo
Los policías entraron, Jorge y Diego fueron con ellos, les mostraron el video.—Como pueden ver, esta mujer envió a secuestrar a mi hija, e inventó una mentira cruel diciendo que mi bebé nació muerta. Esto es obra de ella, Enrique Santalla y Mónica Santalla, deben detenerlos —sentenció Jorge con rencor.Asustada, Silvia cayó de rodillas ante su esposo.—¡Jerónimo, por favor, ayúdame!Ella intentó abrazar sus piernas, pero el hombre se alejó.—¡No me toques! —exclamó Jerónimo, su mirada era rabiosa—. Mira, hasta dónde llegaste, mujer, me das asco, tenías todo, pero lo perdiste. Ahora ya no quiero saber de ti, no eres nada para mí.La mujer gimoteó, suplicaba.—Está bien, si no quieres nada de mí, está bien, pero tu hijo, ¡salva a Enrique! Es tu hijo.Jerónimo hundió la mirada, pero luego la enfrentó.—Enrique irá a prisión, enfrentará sus crímenes.—¡No! —chilló suplicando, pero Jerónimo no le hizo más caso.Los policías detuvieron a la mujer, que se resistió lo suficiente para hacerlos