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Los ojos de Jorge miraron con furia a su padre, si bien, desde hacía tiempo la relación entre los dos estaba fracturada, parecía que aquel golpe había conseguido separarlos para siempre.Jorge esbozó una sonrisa irónica.—Está bien, Jerónimo Santalla, este juego lo hiciste por tu ego de vernos pelear como perros por un hueso, pues no seguiré en èl, quédate con tu herencia, y el día que te mueras, dásela a tu bastardito; yo no quiero nada de ti, menos mi hijo, al que nunca conocerás, tenlo por seguro, sobra decir que ya no eres mi padre, y que no quiero verte màs. No vuelvas a buscarme, tampoco lo haré.Jerónimo no esperó tales palabras, observó a Jorge tomar la mano de su esposa.Un silencio sepulcral se había formado en aquel salón, todos sin poder decir nada, por temor a empeorar la situación.Jorge y Mariza salieron del lugar, tomados de la mano.Mientras detrás, Jerónimo les perseguía.—¡Jorge! —gritó, cuando la puerta principal se le cerró en la cara.Pero, no se estuvo quieto, y
Enrique mirò sus ojos. Esbozó una ligera sonrisa.Ella no entendía lo que él hacía ahí, se levantó y mirò alrededor.—¿Qué me pasó?De pronto, lanzó un grito al recordarlo todo.—¡Nos han secuestrado! —exclamóAmaranta casi salía corriendo, pero èl la detuvo.—No. Yo te he traído aquí.Los ojos de Amaranta le miraron incrédula.—¿Qué? ¿De qué me estás hablando?Enrique la estrechó en sus brazos.—Amaranta, ¡no iba a dejar que te casarás con otro! Yo te amo, ya te lo dije.—¡¿Qué?! Pero… ¿Y Mónica y tu hijo? ¿Piensas que seré tu amante? —exclamó furiosa, manoteando para alejarse.Él negó.—¡No!—Quiero que te alejes de mí, ¿acaso…? ¿No te casaste?El hombre se quedó perplejo ante su pregunta.—No, Amaranta, no me casé.Ella le mirò perpleja.—¿Escapaste conmigo?Èl titubeó.—Sì… lo hice…Ella estaba sorprendida. Pero, lo abrazó con fuerzas.—¡Oh, mi tío! Mi tío debe estar odiándonos, ¿y el bebé, Enrique? ¿Qué pasará con èl?Enrique acunó el rostro de Amaranta, tuvo temor, se sintió fa
Mariza estaba sorprendida, el detective le indicó el horario en que podía encontrarse con él.Cuando estuvo lista, envió un mensaje a su esposo, y le dijo que vería al detective que estaba investigando sobre su sobrino y hermana, le dijo que Luca estaría con la niñera, y que ella volvería en un par de horas.Recibió con rapidez un mensaje de su esposo diciendo que se cuidara mucho.***—¿Fuiste tú quien dio la idea de que no buscaran más a Amaranta? —exclamó Silvia frente a Mónica.—Así es.—¡Vaya-vaya, Mónica! Comienzas a agradarme —dijo la mujer con una risa burlona—¿Acaso usted tampoco quería a esa mustia?—Esa mustia siempre ha querido parte de la fortuna de mi Enrique, pero claro, con su hipocresía, ha fingido bien.Mónica sonriò.—Ahora todo es perfecto, ella desapareció, Jerónimo la odia, nunca volverá —dijo Mónica.—Pero, aún tenemos un problema, y es esa Mariza, mientras lleve en su vientre un hijo de Jorge, puede fastidiarnos en cualquier momento; Jorge siempre ha sido la de
—Mariza, yo…Mariza sintió rabia, recordó a Jorge tan molesto por ese hombre, y lo único que quería era que la dejara en paz.—¡Aléjate de mí, entiéndelo!Mariza estaba por irse, cuando èl sostuvo su brazo.Ella lo empujó, no le gustó como se acercaba a ella.—Mariza, no seas injusta, no me trates así, ¿recuerdas cuando te desmayaste y yo te cuidé? Al menos por eso, deberías ser màs considerada.Mariza le mirò con rabia.—No estoy en deuda contigo. Te agradecí, ¿o acaso te debo algo? Dime, ¿Cuándo te debo? Puedo pagar tu ayuda.—Mariza… no me trates así…Ella rodó los ojos.—¿Qué quieres de mì, Augusto?Èl sonriò.—Yo te amo, Mariza.Ella le mirò irresoluta.—¿Qué? —exclamó, sin embargo, ese hombre besó sus labios, al tomarla entre sus brazos.Mariza luchó, hasta que por fin se liberó de ese beso, y abofeteó el rostro de Augusto.—¡No vuelvas a besarme, nunca! —limpió sus labios, y abofeteó su rostro—. No sienta nada de ti.Ella se fue.Augusto sintió rabia, pero observó a un hombre qu
Mariza fingía estar en calma, pero había algo que ya no le agradaba, sentía que algo estaba muy mal.Pronto el auto llegó a la gran mansión Santalla.Bajó del auto y fue adentro.Apenas cruzó el umbral de la puerta, el silencio y la calma parecían apoderados de ese lugar, eso fue más extraño.—Mariza, bienvenida, querida.La voz de Mónica logró romper la paz de Mariza, verla la hizo sentir de mal humor.—Vine a ver a Jerónimo.—Te espera en el despacho —dijo la mujer con toda calma, pero Mariza logró ver en ella una sonrisa burlona que odió.Mariza fue hasta ahí, al llegar, llamó a la puerta.Escuchó que alguien le pidió que entrara.Abrió la puerta, y ahí encontró al señor Jerónimo, junto a su esposa SilviaLa mujer la observaba con un gesto casi nauseabundo, Mariza la mirò con enojo, odiaba como se comportaba esa mujer.—¿Por qué me ha llamado, señor Santalla?Jerónimo se levantó, parecía estar mordiendo sus labios para no gritar.—¡Cómo te atreves a preguntar eso! —gritó Silvia f
Mariza sintió que su corazón latió con fuerza, ella se abrazó a su cuerpo, no quería perderlo, no quería que nadie les hiciera terminar.Jorge tomó su mano, la llevó hasta la habitación.—Promete que no hablarás con ese hombre, no soporto la idea de que esté cerca de ti, tengo miedo de perderte.Ella acarició su rostro.—No me perderás, yo te amo, Jorge.Èl sonriò, recordó que estuvo a punto de perderla, ahora se sentía de nuevo seguro de su amor.—Yo lucharé por ti, incluso contra el mundo entero, siempre lucharé por tu amor.Él besó su frente, bajó a su rostro, besó sus labios, ella se estremeció, sus labios eran dulces como miel, refrescantes como la lluvia, sintió sus manos fuertes que estrechaban su cintura.Jorge quería olvidar el pasado doloroso, solo Mariza era su elixir de paz, era su equilibrio. Sus manos le quitaron ese vestido, besó su cuello, la hizo caminar hasta la cama, sus ojos se encontraron.Besó su cuello, besó cada centímetro de su piel, su boca acarició sus pecho
—¡Amaranta! ¡Amaranta! ¿Dónde estás? —exclamó Jorge con desesperación; sin embargo, ella no respondió.Entró y buscó por todos lados, pero no la encontró en ninguna parte.Decidió subir las escaleras, y Enrique sintió terror al verlo entrar a la habitación de Amaranta.Justo cuando èl abrió la puerta, Enrique sintió que todo estaba acabado, perdería a la única mujer que había amado.Un segundo después, Jorge salió y le mirò con ojos severos.—¡¿Dónde está Amaranta?! ¿Qué es lo que hiciste con ella?Enrique se quedó perplejo, corrió a la habitación y mirò a todos lados, tuvo que reaccionar al instante, para entender que Amaranta no estaba ahí.Tuvo temor por igual, pero luego pensó que después de todo, Amaranta aún no sabía la verdad.Enrique tomó a su hermano del brazo.—Hablemos afuera, no quiero verte en mi lugar favorito.Jorge le mirò rabioso.—¡No me toques! —espetó y ambos hermanos salieron lejos de ahí. Afuera de la cabaña, deambularon por los prados.—¿Qué haces aquí?—No me q
—¿Dónde está Jorge? —exclamó asustada—Se fue.Ella asintió, decepcionada.—Quería salir, pero… tuve miedo…Èl sonriò, la abrazó.—Hiciste bien, porque… Jorge me odia.—¿Qué? Pero…—Escúchame, mírame, Amaranta —dijo y acunó su rostro—. Debes entenderlo, ahora Jorge es nuestro enemigo.—¿Qué? —exclamó incrédula de sus palabras, ella se alejó con rapidez.—¡Eso no es cierto!—Jorge quiere robar mi herencia, por eso quiere perjudicarnos, ahora que sabe que te amo a ti y me amas, quiere alejarnos, sabe que papá tarde o temprano nos amará, y entonces, yo tendré la herencia.—¡Es una tontería! ¿A quién le importa el dinero, Enrique? Lo que importa es el amor, ¡nuestro amor!—Lo sé, pero entiende, cualquier paso en falso puede separarnos, cree en mí, en nadie, en más, Amaranta, ahora quiero que arregles todo, nos iremos, pequeña.Ella le mirò con duda.—¿Irnos? ¿A dónde? —preguntó aturdida—Es lo mejor, iremos a Barza, ahí tengo una pequeña casa en el campo, amor, ahí nadie nos va a separar,