Capítulo 4

Tiene que ser una pesadilla.

Cierro los ojos, vuelvo abrirlos para encontrarme una vez más con los ojos grises de este hombre que me dio una de las noches más placenteras.

¡Joder Helena!

¡Que te va a matar y tu pensando en cómo te cogió!

Resoplo.

—Sabes, ¿No pensé que fueran tan rastreros para mandarte hasta mí? —comienza en tono plano y bajo.

—No entiendo.

—¿Cuál era tu misión esa noche? —niego.

Se inclina y me quita la cinta.

—Responde.

—No sé de qué hablas—balbuceo—tampoco tengo idea a que te refieres. Además, te recuerdo que fuiste tú, el que se acercó a mí—digo indignada—Helena Williams, no le ruega a un hombre sexo —gruño molesta.

Él se ríe.

Es una risa hueca y sin gracia.

—Daniel y Smith te enviaron a que me sacaras información ¿No es así? —Continua —Eras un cebo, pero algo les fallo—concluye como si de verdad lo creyera.

Bravo Helena, te acostaste con un conocido de tu ex.

Es para matarte.

—No te conozco—digo en cambio—no hasta esa noche—respondo lo más calmada —Ahora te exijo que me liberes. Dile a tu jefe que, si me deja ir, no los voy a denunciar.

El hombre a mi lado se ríe con ganas. Y cruzan una mirada divertida.

—El único jefe aquí soy yo—abro los ojos—¿Vas a negar que sabes que Canon no es más que un criminal y que Daniel, tu novio es su ejecutor?

¿Qué carajos?

Niego.

—Es mentira—lo miro incrédula—los conozco y son personas intachables—lo miro con desprecio—Estoy segura que no puedo decir lo mismo de ti.

Puede que Daniel sea un idiota, pero no es un delincuente.

Cillian se inclina tan rápido que no lo veo venir.

Su respiración barre mi rostro dejando atónita.

—No te importo mucho cuando estabas gritando mi nombre esa noche—susurra a milímetros de mis labios.

—No sabes que las mujeres somos buenas fingiendo—digo en tono sarcástico, aunque por dentro estoy asustada.

La sonrisa que me da es depredadora, se inclina a un lado antes de aspirar el aroma de mi cuello.

Cierro los ojos y contengo la respiración.

—¿Vas a decirme lo que sabes? —pregunta antes de alejarse.

—¡No sé nada! —Grito cabreada—presuntuosos de m****a.

Cillian hace una seña al vikingo.

Este, saca la radio.

—Envíen a Rick—habla mirándome fijamente con un brillo divertido.

—Suéltame.

—¿Vas a decir la puta verdad?

—No sé, cual es la puta verdad que quieres escuchar—en tono exasperado, removiéndome en la silla—lo único que paso esa noche, fue que un idiota llego a mi mesa, yo no lo busque, ¿Y sabes que fue lo peor? —digo desbordando odio—Me acosté con ese imbécil.

—¿Qué diría tu novio? —remarca la última palabra.

—Daniel y yo no estamos juntos.

—No te creo.

—¡Pues que te den! —grito exasperada —déjame ir.

La puerta se abre y entra un hombre bajo, de cabello negro con corte militar.

Parece un pequeño tanque de guerra.

—Divierte —anuncia antes de darse la vuelta.

—¡Espera! —grito entrando en pánico, pero no se da vuelta y en cambio sale de la habitación.

—Te presento a Rick—habla el hombre rubio que me rapto— Es el mejores sacarle las cosas a los que no colaboran.

—Escucha—digo horrorizada por las cosas que me pasan por la cabeza—Yo no sé de qué hablan. Daniel y Canon para mí, son solo dos personas que cumplen la ley.

—Ay gorrión. Solo dinos porque te mandaron esa noche.

Niego con rabia.

—¿Quieres la verdad? —asiente— Daniel me cito allí para una cena y después pasaríamos la noche. Tu jefe solo fue algo fortuito. Tienes que creerme— miro de reojo al hombre que está cerca de la puerta y mueve algunas cosas en la mesa.

 —Respuesta incorrecta, pero vamos a sacarte la verdad.

—Ya dije lo que se —gruño. E

l hombre llamado Mike camina hasta mi con una bandeja. La deja a un lado y estoy a punto de vomitar cuando veo instrumental quirúrgico y otras cosas que no lo son.

—Ya te dije la verdad —susurro respirando de manera entrecortada.

—Dime Ares, ¿mano derecha o izquierda? —pregunta el hombre de pie frente a mí.

El vikingo se llama Ares.

—A ver —dice con una sonrisa de suficiencia el muy cabrón.

Apretó mis manos en puño.

—¡No me toques! —digo con rabia.

—Entonces habla de una puta vez, o le vamos a enviar a tu novio un poco de ti.

—No. Se. Nada —gruño entre dientes y las malditas lagrimas llenan mis ojos, pero me reusó a liberarlas.

De repente el sonido de un móvil se escucha.

—Aguarda —dice alejándose un momento.  

—Dime—atiende la llamada.

El tal Mike me mira serio mientras su compañero continúa hablando. Me da una mirada sobre su hombro.

—Bien. Se lo diré. Adiós—cuelga.

—Necesito hablar con Cillian. Ya vuelvo— Anuncia llegando hasta nosotros —Pórtate bien, princesa.

Cuando se va y me deja a solas con el recién llagado me siento más vulnerable.

—¿Sabes? a mí no me van los juegos. Así que vamos a terminar con esto. 

—Ya dije lo que sabía —digo lo más calmada que puedo —Por favor, déjame ir. No diré nada a nadie, pero libérame.

El tipo niega y toma de la bandeja a mi lado, unos guantes quirúrgicos y se los pone con pericia.

El miedo me atizona por dentro y estoy a punto de vomitar o desmayarme.

¿Qué sería mejor?

Miro con horror como toma una especie de contador de habanos y no hace falta ser un genio para saber su finalidad.

—No lo hagas —pido.

Agarra mi mano, pero la aprieto con fuerza.

—¡No! —grito entrando en pánico.

—¿Cuál era trabajo que tenías que hacer esa noche con mi jefe?

—¡Nada! ¡absolutamente nada! —grito ya con la lagrimas rodando por mi mejilla.

En mi momento de debilidad libera mi mano en introduce el objeto en mi dedo anular

—¡Para! —grito lo más fuerte que puedo —¡No sé nada! —chillo.

Empiezo a ver puntos negros.

—Pero ¿¡Que estas habiendo imbécil!? —escucho el grito en medio del mío.

Para después, sentir mi mano libre.

—¡Solo tenías que asustarla! —grita la voz que reconozco.

Cillian.

Mi respiración es superficial y las lágrimas ruedan libres.

—Señor. Yo pensé…

—Te di una puta orden—lo corta la otra voz. Ares— solo la íbamos a asustarla, no hacerle daño.

—Sácalo de aquí antes de que le haga lo que pensaba hacerle a ella.

Tengo mi cabeza gacha tratando de normalizar mi respiración y alejando el terror.

—¿Helena? —siento mis piernas y manos liberarse —No debía tocarte —murmura para sí, pero yo estoy al límite —Helena, ¿Me escuchas? —dice en tono bajo.

Levanto mi cabeza y me encuentro con los ojos grises de Cillian.

Eso, antes de que mi puño vuele y haga contacto con su rostro.

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