TREINTA Y CINCO

—¿Al menos se ha parado a pensar en el daño que le hará a su hijo cuando se entere de la verdad? —la mujer ni se inmuta ante aquello—. Veo que no es así, tan cegada está por la avaricia que siquiera le importa los sentimientos de su hijo.

—No tienes derecho a opinar en esto, también estás siendo avariciosa al haber aceptado este trabajo sabiendo el objetivo —replica y la joven aprieta los puños a los costado de sus brazos.

—Es tan malvada —espeta con odio.

No le queda dudas de que aquella mujer que aparentó ser buena, es retorcida y le importa un bledo el bienestar de los demás. No entiende cómo pudo acceder a hacer algo tan egoísta, y lo peor es que no hay vuelta atrás, o quizás sí pero en ese momento cualquier solución le es inconcebible. Se marcha de la oficina hecha furia, va al baño para intentar calmarse, sin embargo sin ser capaz de retener más las lágrimas, solloza en voz baja para no ser escuchada por los demás. Su cuerpo cae derrotado sobre el suelo frío, mientras que se afe
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