Capítulo 30

En la mañana, cuando entré al gimnasio de mi casa me sentí extraña. Ajena.

A solas hice mi rutina de ejercicios, anotando mentalmente cada una de las diferencias que había con el salón de ejercicios de la casa de los Galger.

El hecho de sentirme extraña no significaba que no hubiera extrañado mi casa. Me encantaba Voutere, su gente y mi vida aquí.

Bajé al comedor y mi familia ya estaba allí, comenzando a servirse.

—Buenos días, mi amor —saludó papá.

—Buenos días, papá —miré a mis amigas y a Ginger—. Buenos días.

El desayuno iba fenomenal hasta que papá comenzó a preguntarme sobre Tomas Galger.

—¿Cómo te ha parecido el hombre?

Lucinda se ahogó con su jugo y el resto quedó en silencio.

Decidí que no tenía tie

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