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Xana no supo más sobre Remy desde aquel día.

El hombre se había ido de la celda hecho una fiera después de darle una mirada amenazadora y de asco a la vez. Solo el doctor venía una vez al día, le traía comida y agua que dejaba en una esquina y la revisaba por encima notando el crecimiento rápido de su vientre. En una semana ya se notaba, en dos parecía que tenía la mitad de tiempo de una gestación normal de una mujer embarazada.

Se imaginó que para el tercer mes su vientre sería enorme, aunque después de ese día se mantuvo del mismo tamaño, solo que de vez en cuando se movía. Y ella solo podía perder la noción del tiempo. La luz que entraba por la ventaba a veces se desvanecía y volvía al poco rato.

Ya no sabía si era de día o de noche. Si la luz era del sol, o de las llamas de las antorchas. No podía oler nada más que moho, suciedad y hasta sangre, pero más nada. No había ningún sonido además de la reja abriéndose cada vez que venía el doctor.

Sus muñecas dolían de tantas veces que h
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