Normalidad

—Estás muy disperso, Dorian. Necesitas concentrarte o patearé tu trasero —advirtió mi mejor amigo y rival Luke.

—Tengo la cabeza en otro lado —me disculpé, tomé el fierro ocho, un Lofter y me dispuse a pegarle a la pelota para acercarla al cuarto hoyo.

Llevábamos toda la mañana del sábado jugando golf, un hábito que retomamos a mi regreso de Londres. Desde muy jóvenes, nos apasionamos por este deporte, y antes de que me marchara jugábamos cada fin de semana. Era una de las pocas actividades que me permitían evadirme de todo, la clave era no pensar demasiado. Pero hoy me estaba costando bastante dejar mi mente fuera de todo.

—Déjame adivinar, tu mente está a unos cuántos kilómetros de aquí, más precisamente en una cafetería del Upper donde una tal Sam se encuentra —conjeturó y por supuesto acertó completamente.

—No puedo dejar de pensar en que me estoy apresurando, tengo miedo de que todo salga mal y la pierda —aclaré para despejar sus dudas, y de inmediato la pelota voló por los aires. Ambos observamos en silencio su recorrido, hasta que nuestras miradas se cruzaron.

—No creo que te estés precipitando, no la apuraste jamás, es su decisión. Ella misma te lo pidió —recalcó mientras nos dirigíamos al carrito de golf para emprender el camino hasta el próximo green.

—Lo sé, pero aún así. Su entrega suele desconcertarme demasiado. Jamás me dice que no a nada, y temo que lo haga porque está enamorada de mí y no porqué así lo sienta.

—Estás siendo injusto, nadie que no sienta la sumisión podría hacer lo que nosotros, Dorian, lo sabes. Y sí, Sam está enamorada de ti, de eso no hay dudas, pero estás cuestionando su esencia.

—Esencia que descubrió conmigo, porque yo la llevé a conocer nuestro mundo, Luke. Ella no estaba en esto antes de mí.

—De acuerdo, tú le mostraste que hay más de una forma de amar, pero no podría haber continuado el camino si no lo sintiera en su interior. No seas tan pedante, no eres para tanto. No todo es por ti.

—Espero que tengas razón —dije para concluir nuestra conversación, por mi bien, esperaba que no se equivoque.

Luego de terminar nuestro partido, nos dirigimos al restaurante del complejo a almorzar y continuamos la charla por otros aspectos; hablamos de trabajo, de Chase y Blake. Nos despedimos en la puerta del Douglaston Golf Course, me subí a mi auto y recogí a Sam de su trabajo. Ni bien llegué a la cafetería, pude verla charlando con su amiga July de forma despreocupada mientras reía sin tapujos. Me quedé como un bobo observándola, y es que esa dulce niña había trastocado mi vida como un huracán.

Cuando decidí regresar a NY, no estaba en ninguno de mis planes conocer a alguien, y mucho menos comenzar una relación, pero Samantha se cruzó en mi camino, y desde aquella tímida sonrisa que me regaló la primera vez que nos conocimos, ya no tuve ninguna alternativa. Por mi propia salud mental, necesitaba conocerla y ya luego de eso, estaba más que claro, que no habría fuerza en el mundo capaz de separarme de ella. Su frescura, sencillez, encanto y dulzura me conquistaron de inmediato. Aún recuerdo el pánico que sentí la primera vez que le mostré quién era yo y lo que quería de ella. El miedo a perderla  me paralizó; pero, una vez más, ella me demostró que estaba subestimándola, lo que incrementó mi interés por ella. Y aquí estamos unos meses después, no concibo mi realidad sin ella, y tengo miedo de perderla a cada rato. ¿Cuándo me convertí en tremendo idiota inseguro?

—Buenas tardes, señoritas —saludé a ambas ni bien crucé la puerta del local. Ellas sonrieron y de inmediato Sam recogió sus cosas y rodeó la barra que nos separaba, apoyó sus pequeñas y delicadas manos en mi torso y los latidos de mi corazón se dispararon; era lo que sucedía cada vez que la tocaba.

—Hola, precioso —dijo divertida y estirándose para alcanzar mis labios. Colaboré, porque soy presa de ella. La tomé por la cintura con un brazo, atrayendo su cuerpo al mío y besé sus deliciosos labios hasta que la escuché jadear.

—Hola, pequeña, te eché de menos —aseguré apenas separándome de su boca. Sus ojos de miel me miraron con dulzura y esbozó una deslumbrante sonrisa—. ¿Lista para irnos?

—Más que lista. Adiós, July, buen fin de semana. —Se despidió de su amiga mientras la tomaba de la mano y la guiaba hasta el auto.

Cuando me senté tras el volante, ella ya estaba buscando algo de música. Había llegado a sospechar que no podía vivir sin alguna nota musical que la rodee. Conectó su Iphone al estéreo y el armonioso violín de Lindsey Stirling comenzó su encanto.

—¿Ganaste? —preguntó divertida, girando su cuerpo en mi dirección para poder verme mientras viajábamos.

—Por supuesto pequeña. Le di una paliza a Luke.

—Bien, me alegro —contestó riendo y mordiéndose el labio inferior.

—¿Qué tal tu día?

—Tranquilo, lo que tiene un sábado en el Upper East Side.

—¿Cuándo dejarás ese trabajo, Sam? Sabes que no quiero que desperdicies tu tiempo allí. Te lo he dicho ciento de veces, yo puedo encargarme de ti, solo quiero que te dediques a la música.

—Y yo te lo vuelvo a agradecer, pero no voy a dejar que me mantengas, ni siquiera tú, amor.

—Podría obligarte… —La reté divertido. Ella me miró como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Estreché mis ojos y la miré de forma intensa y, a los pocos segundos, conseguí la reacción que buscaba. Ella bajó la mirada y se achicó en el asiento. Sonreí satisfecho.

—No, no lo harías.

—Pero podría…

—Lo sé. Pero no lo harás.

—¿Ah, no?

—No. ¿Y sabes por qué?

—Ilumíname.

—Porque me quieres y respetas mis decisiones.

—Buen punto, pequeña —afirmé con una sonrisa.

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