La gente iba llegando. Bartolomé los recibía con mucho gusto. Eran tiempos complicados. La imagen de Yrigoyen estaba cayendo como si de un paracaidista se tratara. La situación económica no era la mejor. A fines del 1929, la bolsa de New York había caído y el Presidente Yrigoyen decidió cerrar la caja de conversión con el fin de evitar la salida del oro. Ya no tenía mucho apoyo y la situación llegaba a límites que fueron predichos por la oposición e incluso ellos mismos. -¿Ya llegaron todos? –preguntó Filomeno. -Todavía no Sr. –contestaba Bartolomé. La gente seguía entrando como si fuese un verdadero caudal de agua. La casa de Filomeno, a comparación de la última vez que Bartolomé la había visitado, creía que se encontraba en mejores condiciones, dignas de hacer algún que otro acto allí. -Craviotto, si no llega gente, empecemos con la reunión. Bartolomé acató las órdenes de su superior y cerró las puertas de su casa. Comenz
Arturo se encontraba solo en su casa. Se había metido dentro ni bien vio que Bartolomé quería saludarlo, al menos a lo lejos. No sabía qué pensar de él, luego de todo lo ocurrido. Después de ver a Bartolomé dentro de su casa, decidió cambiarse e irse. Caminó numerosas cuadras sin parar y fumando. No se detuvo en ningún momento. Solo le interesaba llegar a un lugar. Finalmente, llegó a una casa donde se podía notar fácilmente, desde el exterior, un gran lujo. Abrió la puerta. Sacó una bolsa del bolsillo de su campera. Cerró la puerta y fue hacía una habitación. Allí se encontró a una persona dormida, con bandas en el pecho que cubrían una herida. Esa persona, se despertó por el movimiento de Arturo. -No, Sr. –dijo Arturo-. No se mueva, usted tiene que descansar. -¿Qué hacés acá Ambrosio? –preguntó el Sr. Rodríguez. -Traje los medicamentos que vuestro médico os ha pedido. Rodríguez reía y Art
Bartolomé tocaba la puerta de la casa de Arturo. El peligro ya había pasado pero quería explicaciones. Tocaba la puerta reiteradas veces pero no escuchaba respuesta alguna, como si no fueran a abrirle la puerta. -Gallego, abrime, esto es grave –mencionó Bartolomé. Seguía tocando la puerta hasta que finalmente, Arturo se dignó y recibió a su vecino. -Creo que tenemos que hablar –dijo Bartolomé. -Adelante –respondió Arturo. Bartolomé pasó, se sentó en las sillas que estaban al lado de la mesa y esperó a que su vecino hiciera lo mismo para poder conversar. -¿Quién era ese? -No sé. Pero no me buscaban a mi –informaba Arturo mientras miraba con cansancio hacia su ex-compañero de trabajo. -¿Y por qué disparaban hacía vos? –preguntó Bartolomé. -Os buscaban a vos –dijo Arturo. Bartolomé podía notar cierto cansancio de Arturo y en parte, le daba pena. Quizás, por
Bartolomé fue a buscar algo de beber para él y su invitada, y buscó algo que tenía guardado. Creía que era momento de mostrárselo. Nélida esperaba impacientada. Miraba para todos lados. También estaba tan nerviosa como Bartolomé. De pronto, luego de unos minutos que parecieron años para Nélida, volvió a la sala. -Acá estoy. -Como le dije, soy toda oídos. Si algo le costaba a Bartolomé era comenzar, no tenía dudas. Se sentó al lado de ella, suspiró de los nervios y cansancio que sentía, y comenzó a hablar. -Desde aquel día de 1928 noté un cambio en mí –decía Bartolomé, notándose los nervios que sentía. -¿Qué tipo de cambio? -El modo de ver mi vida… Nélida no sabía a qué se refería porque lo conoció en el Conventillo cuando había sido contratada por Arturo. -Antes, mi vida solo se enfocaba en trabajar, conseguir dinero, dárselo a mi papá para que lo administrara y perd
Arturo atendía a Bartolomé como si fuese una visita extraordinaria en su hogar. Se sentaron en las sillas que estaban alrededor de la mesa y ambos esperaban a que el otro rompiera el hielo para poder hablar. Bartolomé sentía que era difícil expresar lo que quería. Por su lado, Arturo entendía que Bartolomé era muy especial y no sabría con qué podría encontrarse. Podía ser algo bueno, pero también algo malo. -¿Y qué os trae por aquí? –preguntó Arturo, siendo el que rompió el hielo. Bartolomé seguía en silencio, pensando en cómo iba a contestarle a su vecino en su propia casa. -Digo, has mencionado que tienes una decisión tomada –recordó Arturo. Bartolomé asentía con la cabeza. -¿Seriáis tan amable de deciros cuál es la decisión que tomasteis? Bartolomé, que estaba mirando a un punto fijo, levantó la cabeza directamente hacia su vecino. Creía que si estaba allí presente, en medio de la noche, debería ten
Bartolomé tenía una cara de pocos amigos. Fue hacia la puerta, la cerró con mucha fuerza demostrando su enojo, y volvió a la silla que estaba frente a la cama de Rodríguez.La mirada entre ambos marcaba la tensión existente. A Rodríguez lo habían baleado por culpa de Bartolomé y este último lo sabía muy bien.-¿Qué diablos quiere, Sr. Craviotto? –preguntó Rodríguez queriendo empezar la conversación.-Su ayuda.Bartolomé reía en sarcasmo.-¿Usted quiere mi ayuda me está diciendo? Debe estar jodiéndome.-No lo estoy jodiendo, Sr. Rodríguez, necesito su ayuda.Rodríguez golpeó la cama con todas sus fuerzas.-¡Pues olvídese! –Gritó- no se la voy a dar. Y en cuanto siga mucho tiempo más acá, lo van a sacar por la fuerza. ¿O qué se cree? ¿qué podía venir a mi casa y hacer de cuenta que está en la suya sin tener consecuencias? ¡Soy un agente del gobierno nacional! ¡Tengo mi propia seguridad!Bartolomé apretó sus puños demostrando una vez más su enojo. Entendía el resentimiento de Rodríguez p
Los diarios y periódicos se vendían en un mayor ritmo en comparación a cualquier otro día normal. La gente leía el diario en la calle. Nélida compró el suyo para informarse y dejárselo a su prometido. Bartolomé y Arturo se habían ido. Pero Nélida se había quedado, ordenando la casa, cocinando y leyendo el diario. Le asombraba una noticia cuyo título mas resaltante decía: “Renunció el Ministro de Guerra”. Era un hecho. El ministro de Guerra Dellepiane, había renunciado de su cargo. Los rumores finalmente dejaron de ser rumores.“En desacuerdo con la pasividad presidencial frente al motín que se avecina, el General Luis Dellepiane renunció a su cargo el día 2. Cubre la vacante, provisoriamente, el ministro del Interior, Elpidio GonzálezA fines del mes pasado, Dellepiane denunció a Yrigoyen la trama revolucionaria y el nombre de sus responsables, aconsejando la inmediata disposición de medidas preventivas, implantando el estado de sitio y deteniendo a
Como era costumbre, Bartolomé estaba llegando a la casa de Filomeno en su auto. Lo estacionó en la vereda. Filomeno lo recibió con un saludo poco gustoso y lo hizo pasar a su casa. Bartolomé creía que iban a haber más personas, pero no, estaban únicamente ellos dos, completamente solos. -La situación se puso difícil –dijo Bartolomé. -Así es… -respondía Filomeno. Bartolomé podía notar la frialdad de Filomeno. Sabía que estaba inquieto, pero no podría descifrar qué le ocurría. -Te estarás preguntando por qué te cité acá –dijo Filomeno interrumpiendo los pensamientos de Bartolomé. -Eso creo. Filomeno miraba con recelo a Bartolomé. -¿Sabías que renunció el Ministro de Guerra no? –preguntó Filomeno. -Si, lo sabía, lo leí en el diario. -¿Sabés qué significa su renuncia? Bartolomé quedó en silencio. Esperaba a que Filomeno le respondiese, pero ya sabía la respue