Punto de vista Federick No iba a tolerar otra de sus payasadas. Su mirada se fijó intensamente en la mía y noté la tensión en su expresión; había llegado a conocerla tan bien que podía apostar a que estaba tan ansiosa como yo, aunque en mi caso, el deseo era palpable.—Bueno, Federick, hablemos de tu comisión —interrumpió Charlotte el incómodo silencio.—Es lo justo. He realizado buenos trabajos, y el negocio con McGregor es impresionante —pensar en la comisión que recibiría era como una luz en mi oscura situación; podría comprar un pequeño departamento en los suburbios y liberarme de la carga que mi familia me imponía, especialmente mi madre, que era la que más me agobiaba.Charlotte suspiró resignada; no tenía ninguna excusa válida para negarme la comisión como hizo con el trato de Dorian. Abrió el cajón de su escritorio y sacó su chequera. Revisó las cifras en su laptop y se centró en el cheque.Tras escribir una cantidad, me lo entregó. No puedo negar que estaba lleno de nervios;
CharlotteLa frustración me embargó tras el desplante de Federick, y golpeé el escritorio con mi puño.—¡Mierda! —resoplé, sintiendo el ardor en mis nudillos.Me dejé caer en el gran sillón, mirando al vacío durante un momento.—¡Qué estúpida fui! ¡Federick se volvió a burlar de mí! —grité, furiosa, mientras me servía una copa de vino y me la bebía de un solo trago.Me sentía miserable. No entendía qué había pretendido al intentar seducirlo; en lugar de eso, debí haberlo dejado con las ganas. Pero, como era habitual, mi estúpido subconsciente me había jugado una mala pasada.En el fondo, sabía que no solo buscaba satisfacer mis deseos físicos, sino que anhelaba reparar un poco mi corazón. Era frustrante seguir pensando en lo que había sido mi matrimonio con Federick, en el amor que le di y en la manera en que me sentía amada. Pero la realidad es que no siempre las cosas salen como uno quiere. No supe manejar la situación cuando él era mi esposo, y consumida por la depresión, dejé que
Narrador John salió de la oficina de Charlotte con el ánimo por los suelos, maldiciendo en silencio. Por un lado, estaba enamorado de Greta, pero por otro, le inquietaba lo que su familia pensaría si descubría su nuevo romance. Había perdido todo su patrimonio por culpa de las mujeres, y aunque Magdalena en algún momento parecía haberlo perdonado, lo único que realmente le interesaba era su estabilidad económica. Siempre le hizo creer a John que lo amaba.Después de terminar su turno en la compañía, sacó su teléfono y marcó el número de su hijo.—¿Papá, estás bien? —preguntó Federick, preocupado, ya que su padre rara vez lo llamaba a menos que fuera por una emergencia.—¿Podemos hablar, Federick?—Sí, claro. Ahora tengo una reunión importante. ¿Es muy grave o puedes esperar hasta la tarde?—No te preocupes, hijo, puedo esperar.Colgó la llamada y se dirigió a su apartamento. Al llegar, se encontró con Magdalena esperándolo, algo inusual después de tantas discusiones y peleas reciente
FederickDe nuevo, esa noche pasó en blanco para mí. No podía dejar de pensar en Charlotte y en todo lo que sucedía a mi alrededor. Necesitaba reflexionar cuidadosamente, porque parecía que lo único que hacía ella era humillarme, llevándome al punto de pedirle clemencia. Pero ese lujo, definitivamente, no se lo iba a conceder.Muy temprano, volví a estar frente a mi oficina. Esta vez, no iba a permitir que Charlotte se saliera con la suya, incluso si eso significaba renunciar a todo lo que había logrado en la empresa. Era tan predecible: siempre llegaba a la misma hora, se bajaba del elevador y se dirigía directo a su oficina. Esa mañana no fue la excepción.La reconocí antes de verla, pues el embriagador olor de su perfume invadió mis fosas nasales desde lejos. Los ecos de sus tacones resonaban con pasos firmes, y, con cada sonido, mi corazón se aceleraba. Desde aquel último encuentro apasionado, no habíamos tenido contacto, y eso me ponía terriblemente nervioso.Charlotte llegó con
CharlotteDespues de pensarlo mejor, llegué a la conclusión de que John no iba a hacer lo que le pedí. Era lógico: perder su papel de padre y esposo abnegado era como perder su orgullo. Pero necesitaba confirmarlo por mí misma. Sabía que John llegaría a trabajar a las seis de la tarde, y su mayor debilidad en ese instante era Greta, la humilde empleada de la cafetería, una buena excusa para que él llegara temprano. Así que decidí llamar a Greta a mi oficina.Cuando ella entró, sus ojos estaban llenos de lágrimas, su rostro enrojecido y la cabeza baja, llena de vergüenza.—¿Me mandó a llamar, señora Charlotte? —preguntó con la voz entrecortada.—Sí, Greta, la llamé porque es muy importante que hablemos sobre lo sucedido en el parqueadero. —Mi voz se suavizó; no había rencores contra ella.—Sí, señora, sé que debo dar la cara por lo ocurrido. Perdóneme por no haber venido antes sin que me llamara. —La pobre mujer se desató a llorar como si la hubieran golpeado. Me levanté de mi silla y
NarradorGreta no solo sostenía en sus manos el dinero destinado a la inmobiliaria, sino también las instrucciones sobre cómo debía comunicarse con Magdalena; esa era la condición impuesta por Charlotte para poder hacer efectivo el cheque. La mujer estaba sumamente nerviosa, con el corazón hecho trizas y completamente desorientada. En el fondo, sabía que se había enamorado de aquel hombre mayor, quien la había llevado a la cama en múltiples ocasiones utilizando engaños, prometiéndole un mundo lleno de posibilidades, y ella se entregó con la esperanza de que él la amaba de verdad.Con lágrimas en los ojos, observó cómo su teléfono sonaba insistentemente; era su amado, quien la buscaba desde hacía un par de horas. Tenían una cita antes de que comenzara su jornada laboral y, evidentemente, el único destino al que se dirigía era su apartamento. Charlotte le había dado la dirección y le había instalado una pequeña y moderna cámara en su chaqueta, para poder vigilar todos los movimientos de
NarradorMagdalena no podía dejar de llorar, las lágrimas caían a cántaros por sus mejillas. El dolor de la traición era más intenso que la pérdida de todo lo que había tenido. A pesar de sus defectos y su comportamiento, siempre había sido leal a John, apoyándolo en las buenas y en las malas.—¡Mamá! Por favor, levántate de ahí.Magdalena lo miró con furia, resentimiento y una profunda ira. —¿Acaso no ves lo que ha hecho tu padre? Tú lo sabías, ¿verdad, Federick? Sabías que este desgraciado me estaba engañando con la empleada de la cafetería y te quedaste callado, eres un alcahueta.—Mamá, perdóname, sí lo sabía, pero me enteré hace poco. Te lo juro, no te estoy mintiendo. Lamento haberte causado más dolor.Magdalena se incorporó, se limpió las rodillas y secó sus lágrimas. Aclaró su garganta. John, aunque estaba listo para salir del apartamento, permanecía allí, esperando por ella. —¿Qué haces ahí parado, John? —Magdalena, mi amor, podemos arreglarlo. Todo se puede hablar. Por fa
CharlotteAl día siguiente, llegué a la oficina con una sonrisa radiante. Mi corazón rebosaba de felicidad al repetir una y otra vez el video en el que Greta le confesaba todo a Magdalena. Satisfacción me invadía al pensar en cuántas veces mi suegra se había burlado de mí cuando su hijo me hacía sufrir. Si intentara contar esas veces, no tendría suficientes dedos en las manos y los pies. Dejé mi bolso en el escritorio, me quité la chaqueta y dejé al descubierto mi pequeña blusa. El verano en California estaba siendo abrasador, así que disfrutaba de la libertad de estar un poco más cómoda mientras estaba sola. Prendí mi laptop y comencé a trabajar, pero los gritos provenientes de afuera me sacaron de mi concentración. —¿Qué está pasando? —me levanté de mi escritorio y asomé la cabeza para ver que Federick estaba discutiendo con mi secretaria, quien le negaba la entrada. Levanté el teléfono para comunicarme con Iris. —¿Qué sucede, Iris? —Señora, le estoy explicando al asesor comerc