MENTIRAS

Al día siguiente del matrimonio, Rebecca se estaba mudando a la hermosa villa de Luciano Lombardo como lo establecía su contrato. Sin embargo, este siguió sin aparecer. La joven se encontraba infeliz con la situación, pero debía actuar como si todo estuviese saliendo de maravilla. Debía mantener la fachada lo más que podía o por lo menos hasta que asegurara el futuro de la compañía de sus padres. Así que cuando el abuelo Joseph Lombardo apareció por la puerta una semana después de la boda, la joven lo recibió con una gran sonrisa en el rostro.

– Tu padre me contó mucho de ti. Estaba muy orgulloso –le dijo el anciano mientras conversaban tranquilamente en el jardín de la villa.

En un principio Rebecca se sentía algo incómoda con la presencia del hombre, ya que no entendía como podría ser tan amigo de su padre sin que ella lo hubiese llegado a escuchar mencionar alguna vez. Pero las historias que el señor Lombardo le contaba durante sus regulares visitas le confirmaron que sí se conocían. Quizás no habían sido los mejores amigos, pero si estaba segura de que habían mantenido una buena relación durante años. De hecho, En un par de ocasiones el anciano había llevado consigo algunas fotos con su padre y varios regalos que conservaba como recuerdo de su viejo amigo. Parecía que el hombre le guardaba bastante respeto y eso le alegró el corazón.

A pesar de que las primeras veces que Rebecca recibió a Joseph en la villa fue por cortesía y educación, las cosas poco a poco cambiaron. Ella sabía que el señor Lombardo estaba pendiente de todo lo que ocurría en el matrimonio, por lo que debía estar atenta a cada movimiento y evitar que se enterara de que su nieto ni siquiera había puesto un pie en aquel lugar.

Sin embargo, a medida que fue transcurriendo el tiempo, Rebecca le fue tomando mucho cariño al anciano, era como el abuelo que siempre había querido tener. Por su parte, Joseph también sentía un gran aprecio por la chica. Poco a poco se dio cuenta de que era tan maravillosa como su amigo le había contado y se sentía muy feliz de que ahora fuese la esposa de su nieto. No podría haber elegido a una mejor mujer para él, por lo que no perdía la ocasión para recordarle a Luciano, lo agradecido que debía estar con él y el padre de la chica por haber decidido esa unión.

Luciano jamás dijo nada. No sabía por qué Rebecca no había revelado a Joseph la verdad, por qué se mantenía llevando esa mentira cuando ni siquiera se conocían. Era cierto que tenían un contrato que no podían desechar como si nada, pero nada los obligaba a convivir juntos o que ambos tuviesen que aparentar que eran felices, por lo que debía haber una razón para que Rebecca no dijera nada y a él no le importaba realmente cuál era, solo le interesaba que su abuelo estuviese feliz y así era, por lo que se mantuvo callado. Cuando Joseph lo llamaba cada semana para contarle sobre sus reuniones con Rebecca y preguntar cuando lo vería en la villa, él le daba alguna excusa y le seguía la corriente. Todo era más fácil de esa manera.

Tres años transcurrieron en esa situación. Rebecca hizo todo lo posible para que Joseph jamás notara la ausencia de Luciano en la villa. Siempre que la visitaba se inventaba algo para explicar el por qué el joven no estaba ahí. Hacía todo lo posible para asegurarle que ambos eran felices y que en su intimidad, todo iba bien. Rebecca sabía que su negocio familiar dependía de ello, por lo que mantuvo su fachada hasta el final. Sin embargo, llegó un punto en el que la chica ya no podía soportar más la situación. Por lo que al vencerse el contrato y ella haber cumplido con su parte del mismo, quedaba legalmente formalizado el traspaso de la compañía de joyas a su nombre y ya no tenía razones para seguir soportando aquella mentira.

– Nos vamos a divorciar –le dijo a Joseph en una de sus visitas.

– Pero niña… ¿Qué ha ocurrido? –preguntó el anciano asombrado ante la noticia.

Joseph pensó en todo momento que las cosas iban bien entre su nieto y su esposa. Acostumbraba a visitarla y ella nunca le había comentado nada malo sobre el matrimonio sin importar que tanto se extendieran sus conversaciones. El anciano quería a Rebecca como a una nieta más, pero  la noticia que ahora le daba, lo dejaba atónito y molesto.

– No estoy de acuerdo. No aceptaré que se divorcien –exclamó Joseph con rabia apoyando los brazos sobre el bastón mientras miraba hacia otro lado. Se comportaba como niño malcriado.

– Las cosas no han ido bien últimamente Joseph –quiso explicar la joven de forma calmada.

– No me habías contado nada y además, te dije que debías llamarme abuelo –soltó el hombre mirándola para luego voltear, una vez más, hacia otro lado. La chica dejó escapar una pequeña sonrisa. Adoraba al anciano. Era lo único que extrañaría de aquel matrimonio sin sentido.

– Abuelo –comenzó a decir de forma calmada. Joseph la miró– lo lamento, pero ya no puedo con esto. Yo quiero ser feliz y no lo haré junto a Luciano –el anciano suspiró con pesar.

– Mi niña… no sé qué te habrá hecho el idiota de mi nieto, porque vaya que es un idiota por dejar escapar a una joven como tú. Pero quiero que seas feliz. Estos años contigo he aprendido a quererte como otra nieta más y deseo lo mejor para ti. Sin embargo, no estoy ni estaré de acuerdo con este divorcio –sentenció en tono serio.

– Abuelo… aunque no estés de acuerdo, solicitaré la demanda de divorcio. Por favor, hágale saber a su nieto que este es el final.

Con esas palabras Rebecca dio por terminada la conversación. Estaba decidida a divorciarse aunque Joseph Lombardo no estuviera de acuerdo. Lo que no sabía la chica era que el anciano no se quedaría de brazos cruzados. Apenas salió de la villa pidió que le enviaran a una empleada doméstica, esta debía ir con Luciano e informarle sobre el divorcio. De igual manera debía decirle que pronto recibiría una nueva visita de su abuelo. Joseph estaba molesto con su nieto y quería explicaciones.

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