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Jules agarró el rostro de Darren entre sus manos y lo miró. Las lágrimas machaban sus duras mejillas y la expresión de su rostro la conmovió.

–Estoy aquí, lobo, no he muerto, no pongas esa cara como si me fueras a enterrar– intentó bromear para romper el ambiente tenso entre ellos.

El beta sostuvo sus muñecas y las apartó buscando sus labios. Lo besó con fervor como si fuera los últimos instantes unidos. Jules, a pesar de querer apartarse por la impresión que le causó la exagerada reacción de su pareja, se quedó allí sin moverse dejando que él se desahogara, sentía que lo necesitaba.

–Por favor, no me dejes– su voz sonaba llena de súplica –Haré lo que desees, no volveré a forzarte, pero no me dejes– decía contra sus labios y Jules comprendió que no podía dejar el lado de este hombre, porque el lobo sería capaz de morir en la mayor tristeza y soledad o en la locura.

–Está bien, no te dejare, cálmate– sacudió las manos para que las soltara, pero él solo lo volvió a atraer hacia su pecho
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