Aquel era un lunes laborable como cualquier otro, o eso fue lo que pensó Estela esa mañana cuando llegó a la empresa. Sin embargo, su jefe tenía otros planes completamente diferentes para ese día.
—Creo que no lo estoy entendiendo bien, señor—contestó la joven, enteramente convencida de que su audición le estaba jugando una mala pasada. «Seguramente el café de la panadería estaba adulterado», pensó, recordando que hoy su sabor estaba especialmente amargo. —Sabes que odio repetirme, Mancini—soltó su jefe con sorna y evidente desagrado. Estela suspiró, armándose de paciencia. Aquel hombre solía sacar lo peor de ella, por medio de sus respuestas cortantes e ínfulas de grandeza. —Lo sé, señor. Me lo ha dicho antes. Pero esto…—dejó inconclusa la frase, porque no hallaba la manera de decirlo. De hecho, tenía miedo de pronunciarlo en voz alta y que aquello se convertiría en una realidad, una de la que no pudiese escaparse.«No, seguramente escuché mal», volvió a decirse. —No tengo todo el día, Mancini—apremió el hombre, tecleando como si nada en su computador. Evidentemente, para él aquella situación no tenía nada de extraordinario, era como si todos los lunes en la mañana llamará a una de sus empleadas y le pidiera matrimonio.¡Y vaya propuesta de matrimonio!Estela se sintió abrumada al repetir en su cabeza aquella extraña escena. En el momento en que pidió que se presentará en su oficina, imagino cualquier cosa, cualquier otra cosa hubiese tenido más sentido: un regaño, saturarla con trabajo o incluso despedirla. ¡Pero esto! ¡Esto era demasiado! —Te casarás conmigo—le había dicho con aquella voz fría.Su primer impulso al escucharlo había sido reírse. Aquello tenía que ser un chiste, ¿verdad? Pero luego recordó con quién estaba hablando y lo gracioso del asunto desapareció para transformarse en una creciente angustia. Alexander Karlsson era todo menos un hombre que gustase de la comedia. De hecho, nunca lo había visto sonreír, lo único que tenía para ofrecer era aquella mueca retorcida que hacía a cualquiera hacerse en los pantalones. «Entonces, ¿por qué la había llamado esa mañana para decirle semejante cosa?», volvió a preguntarse cada vez más segura de que en cualquier momento se despertaría en su cama completamente agitada, luego de semejante pesadilla. Lamentablemente, el sueño estaba durando demasiado y debía darle una respuesta a ese hombre… —No lo entiendo, señor—confesó con evidente turbación—. ¿Por qué querría casarse conmigo?—Simple, negocios—respondió el otro, como si aquello no fuese más que una transacción bancaria. —Pero yo no tengo dinero, ni nada en lo que usted o su empresa puedan beneficiarse. —Desde luego que no—le soltó como si eso fuese lo más obvio—. No es de ti de quién espero obtener beneficios. —¿Entonces?Estela cada vez se sentía más perdida en aquella conversación.—Digamos que estoy obligado a casarme y tú pareces ser la mejor opción. Esta vez la mujer sí se rio. ¿Ella era la mejor opción? ¿Desde cuándo? En todo lo que llevaba trabajando para la empresa IKEA, sabía perfectamente que el presidente de dicha compañía no solía salir con cualquiera. De hecho, se rumoreaba que mantenía un romance con una reconocida modelo y que lo habían visto juntos en algunas ocasiones. Aunque claro, eso eran simples rumores, y eso se debía a lo meticuloso que era aquel sujeto con su vida privada. Entonces, ¿cómo casarse con una "don nadie" le podría resultar beneficioso?Estela no quería insultarse a sí misma, pero tenía los pies sobre la tierra. Su vida era bastante modesta, nada comparada a la lujosa vida que rodeaba a este hombre, y aun así, decía que quería casarse con ella. ¡Absurdo!—Creo que tiene usted una larga lista de opciones—le comento con sutileza—. En todo caso, le agradezco que me considere como una de las mejores, realmente me siento halagada de estar entre las primeras. Pero me temo que debo declinar su ofrecimiento, señor. Alexander la miró fijamente con sus enigmáticos ojos azules. Aquel hombre era atractivo, reconoció Estela al estar bajo su escrutinio. Tenía el aspecto exacto de un príncipe: cabello rubio y ondulado, tez blanca, con unos labios gruesos que hacían juego con su rostro perfectamente simétrico. Además, era alto, con porte atlético, que al caminar parecía gritarle al mundo el poder y la sofisticación que lo envolvían. —En realidad no te lo estoy consultando—una sonrisa macabra se dibujó en sus labios—. Te lo estoy informando, Mancini. Te casarás conmigo—declaró con tanta seguridad que la mujer sintió que sus piernas le temblaban. —¿Por qué?—volvió a preguntar la razón, pero esta vez con un hilo de voz. De pronto se sentía debilitada. —Porque así lo he decidido. —¿Acaso usted…?Pero Estela no se animó a terminar su pregunta, porque la mirada del hombre le dio la respuesta que necesitaba. No, Alexander Karlsson no sentía nada romántico por ella, era exactamente como le decía: negocios. Aunque seguía sin entender qué beneficio podría sacar de todo este asunto. —No eres mi tipo—aun así el hombre decidió responder a su inconclusa pregunta. Aunque Estela hubiese preferido que no lo hiciera. La joven se sintió ofendida. Sabía que no estaba al nivel de una modelo de pasarela, pero tampoco se consideraba a sí misma fea. —Usted tampoco es mi tipo—le soltó molesta. —Muy bien, parece que al fin nos estamos entendiendo—y de esa manera abrió uno de los cajones de su escritorio y se dispuso a sacar una carpeta—. Esto será simplemente negocios. Aquí puedes leer el contrato, si hay algo que no te guste lo cambiaremos. Aunque claro, dudo mucho que no te muestres satisfecha con lo que está allí estipulado, ya que el dinero que obtendrás será mucho más del que verás en toda tu miserable vida. Estela se quedó estupefacta al ver la indiferencia con la que hablaba. No había leído el contrato, pero realmente no necesitaba hacerlo, porque su decisión ya estaba tomada. —Lo siento, pero no me casaré con usted—declaró firmemente, negándose a leer aquellos papeles. De ninguna manera los firmaría. Sin embargo, Alexander Karlsson no estaba dispuesto a obtener un "no" como respuesta, y aquello se lo demostraría de la peor manera…—Lo siento, pero no me casaré con usted—declaró firmemente, negándose a leer aquellos papeles. De ninguna manera los firmaría.Después de declarar dichas palabras, la joven pensó que el asunto estaba completamente zanjado y se dispuso a abandonar aquella oficina. Sin embargo, el mover de una silla y los inminentes pasos detrás de su espalda, le hicieron detener cualquier intento de escapar de ese despacho.Estela se quedó paralizada al sentir una mano sujetando fuertemente su brazo, pero no solamente era la osadía del asunto lo que la hizo parar en seco, sino que además, en ese punto dónde su mano se encontraba con su brazo, pudo sentir un inusual corrientazo. —¿Qué hace?—preguntó la mujer en un susurro. —No podrás deshacerte de este asunto tan fácilmente—fue la simple respuesta de su jefe, atreviéndose con sus acciones a irrumpir en su espacio personal. —No puede estar hablando en serio. Ya le dije que no…—Créeme, Mancini, estoy hablando muy en serio. No me obligues a usar manera
El día martes inició de una manera completamente diferente. Estela despertó con el sonido de su acostumbrada alarma, pero esta vez no era para asistir a su trabajo como solía serlo, sino que significaba el inicio de una nueva rutina: la de buscar empleo. Con una taza de café humeante, la joven se dispuso a detallar cada una de las ofertas de trabajo disponibles en el periódico. Tacho y resaltó, seleccionando así las mejores opciones, mientras que con ayuda de su computador enviaba su currículum a diferentes direcciones. —Buenos días—de repente una voz familiar, interrumpió su ajetreada búsqueda. —Amelia, has despertado ya—se levantó de la silla del comedor y se dispuso a preparar el desayuno—. Siéntate, cariño, prepare algo de comer para las dos. —Gracias, pero no se suponía que deberías estar en el trabajo—se sorprendió la menor de encontrarla aún en casa.Estela se mordió el labio inferior, dubitativa. No quería preocupar a su hermanita, pero lo cierto era que no podía ocultar
«¿Qué tan malo podría ser convertirse en su esposa?», se preguntó Estela, por primera vez en varias semanas. Sin embargo, tan pronto como el pensamiento la invadió, lo rechazó rápidamente. ¡De ninguna manera haría una cosa así! —Esto es acoso, señor Karlsson—señaló con firmeza—. Si continúa haciéndolo, me veré obligada a poner una denuncia en su contra. Así que, deténgase, si no quiere afrontar las consecuencias. —¿Amenazas? El hombre soltó una carcajada seca. —Tómelo como quiera. —Te recuerdo, Mancini, que no estás en posición de amenazar—le recordó con frialdad—. Soy yo quien tiene el poder para convertir tu vida en un infierno, así que cuida muy bien tus palabras. —¿Quién se cree que es? De ninguna manera me casaré con usted, ¡búsquese a otra y déjeme en paz!—la última frase, Estela la había gritado sin darse cuenta de las personas que se encontraban a su alrededor, la cuales le regalaron insistentes miradas. La joven colgó el teléfono y lo guardó de mala manera en su bols
—Acepto. Alexander Karlsson mostró una media sonrisa retorcida al escucharla. Se notaba que estaba enteramente complacido de que las cosas hubiesen salido como esperaba. —¿Qué te hizo creer que podías rechazarme?—se jactó seguro de que no había forma de que ninguna mujer lo rechazará. Él era Alexander Karlsson, no un tipo cualquiera al que podían ignorar. Estela prefirió no decir nada más, no tenía caso renegar de su futuro matrimonio. La decisión estaba tomada y por más que no soportará a aquel hombre, se convertiría en su esposo. —Quisiera leer esos papeles—señaló recordando los documentos que se había negado a leer semanas atrás. Alexander asintió y sacó de uno de los cajones de su escritorio, la carpeta que contenía todos los detalles sobre el contrato matrimonial. La joven tomó asiento en la silla desocupada frente a él, y se dispuso a revisar detalladamente aquellos papeles. Sabía muy bien que debía leer minuciosamente, puesto que no podía confiar en aquel sujeto. Todavía
—¿Mudarme? ¿Pero como se le ocurre?—renegó Estela, de esa decisión tan precipitada. —Déjate de tonterías, Mancini—la calló el hombre al otro lado de la línea—. Ya has firmado el contrato, así que a partir de este momento las cosas se harán a mi modo. Y claramente no pretenderás que deje que mi prometida viva en un barrio de mala muerte.Estela tuvo que reconocer a regañadientes, que Alexander Karlsson tenía un punto. —Pudo haberme avisado. No está bien que tome este tipo de decisiones sin siquiera consultarme. —Tonterías. Recoge tus cosas—dicho eso, colgó el teléfono. La joven exhaló soltando así en el aire toda su frustración. Al parecer, su inminente matrimonio ya había iniciado con el pie izquierdo. «Y todavía no nos hemos casado», pensó, dándose cuenta de que Alexander ya buscaba mantenerla controlada.—Hermana, ¿entonces tú no enviaste a estas personas?—volvió a cuestionar Amelia con preocupación. La jovencita temía haber cometido un grave error. —Tranquila, Amelia. Sí, los