Enlace con el enemigo
Enlace con el enemigo
Por: Daly3210
Negocios

Aquel era un lunes laborable como cualquier otro, o eso fue lo que pensó Estela esa mañana cuando llegó a la empresa. Sin embargo, su jefe tenía otros planes completamente diferentes para ese día. 

—Creo que no lo estoy entendiendo bien, señor—contestó la joven, enteramente convencida de que su audición le estaba jugando una mala pasada. 

«Seguramente el café de la panadería estaba adulterado», pensó, recordando que hoy su sabor estaba especialmente amargo. 

—Sabes que odio repetirme, Mancini—soltó su jefe con sorna y evidente desagrado. 

Estela suspiró, armándose de paciencia. Aquel hombre solía sacar lo peor de ella, por medio de sus respuestas cortantes e ínfulas de grandeza. 

—Lo sé, señor. Me lo ha dicho antes. Pero esto…—dejó inconclusa la frase, porque no hallaba la manera de decirlo. De hecho, tenía miedo de pronunciarlo en voz alta y que aquello se convertiría en una realidad, una de la que no pudiese escaparse.

«No, seguramente escuché mal», volvió a decirse. 

—No tengo todo el día, Mancini—apremió el hombre, tecleando como si nada en su computador. 

Evidentemente, para él aquella situación no tenía nada de extraordinario, era como si todos los lunes en la mañana llamará a una de sus empleadas y le pidiera matrimonio.

¡Y vaya propuesta de matrimonio!

Estela se sintió abrumada al repetir en su cabeza aquella extraña escena. En el momento en que pidió que se presentará en su oficina, imagino cualquier cosa, cualquier otra cosa hubiese tenido más sentido: un regaño, saturarla con trabajo o incluso despedirla. 

¡Pero esto! ¡Esto era demasiado! 

—Te casarás conmigo—le había dicho con aquella voz fría.

Su primer impulso al escucharlo había sido reírse. Aquello tenía que ser un chiste, ¿verdad? Pero luego recordó con quién estaba hablando y lo gracioso del asunto desapareció para transformarse en una creciente angustia. 

Alexander Karlsson era todo menos un hombre que gustase de la comedia. De hecho, nunca lo había visto sonreír, lo único que tenía para ofrecer era aquella mueca retorcida que hacía a cualquiera hacerse en los pantalones. 

«Entonces, ¿por qué la había llamado esa mañana para decirle semejante cosa?», volvió a preguntarse cada vez más segura de que en cualquier momento se despertaría en su cama completamente agitada, luego de semejante pesadilla. 

Lamentablemente, el sueño estaba durando demasiado y debía darle una respuesta a ese hombre… 

—No lo entiendo, señor—confesó con evidente turbación—. ¿Por qué querría casarse conmigo?

—Simple, negocios—respondió el otro, como si aquello no fuese más que una transacción bancaria. 

—Pero yo no tengo dinero, ni nada en lo que usted o su empresa puedan beneficiarse. 

—Desde luego que no—le soltó como si eso fuese lo más obvio—. No es de ti de quién espero obtener beneficios. 

—¿Entonces?

Estela cada vez se sentía más perdida en aquella conversación.

—Digamos que estoy obligado a casarme y tú pareces ser la mejor opción. 

Esta vez la mujer sí se rio. ¿Ella era la mejor opción? ¿Desde cuándo? En todo lo que llevaba trabajando para la empresa IKEA, sabía perfectamente que el presidente de dicha compañía no solía salir con cualquiera. De hecho, se rumoreaba que mantenía un romance con una reconocida modelo y que lo habían visto juntos en algunas ocasiones. Aunque claro, eso eran simples rumores, y eso se debía a lo meticuloso que era aquel sujeto con su vida privada. 

Entonces, ¿cómo casarse con una "don nadie" le podría resultar beneficioso?

Estela no quería insultarse a sí misma, pero tenía los pies sobre la tierra. Su vida era bastante modesta, nada comparada a la lujosa vida que rodeaba a este hombre, y aun así, decía que quería casarse con ella. ¡Absurdo!

—Creo que tiene usted una larga lista de opciones—le comento con sutileza—. En todo caso, le agradezco que me considere como una de las mejores, realmente me siento halagada de estar entre las primeras. Pero me temo que debo declinar su ofrecimiento, señor. 

Alexander la miró fijamente con sus enigmáticos ojos azules. Aquel hombre era atractivo, reconoció Estela al estar bajo su escrutinio. Tenía el aspecto exacto de un príncipe: cabello rubio y ondulado, tez blanca, con unos labios gruesos que hacían juego con su rostro perfectamente simétrico. Además, era alto, con porte atlético, que al caminar parecía gritarle al mundo el poder y la sofisticación que lo envolvían. 

—En realidad no te lo estoy consultando—una sonrisa macabra se dibujó en sus labios—. Te lo estoy informando, Mancini. Te casarás conmigo—declaró con tanta seguridad que la mujer sintió que sus piernas le temblaban. 

—¿Por qué?—volvió a preguntar la razón, pero esta vez con un hilo de voz. De pronto se sentía debilitada. 

—Porque así lo he decidido. 

—¿Acaso usted…?

Pero Estela no se animó a terminar su pregunta, porque la mirada del hombre le dio la respuesta que necesitaba. No, Alexander Karlsson no sentía nada romántico por ella, era exactamente como le decía: negocios. Aunque seguía sin entender qué beneficio podría sacar de todo este asunto. 

—No eres mi tipo—aun así el hombre decidió responder a su inconclusa pregunta. Aunque Estela hubiese preferido que no lo hiciera. 

La joven se sintió ofendida. Sabía que no estaba al nivel de una modelo de pasarela, pero tampoco se consideraba a sí misma fea. 

—Usted tampoco es mi tipo—le soltó molesta. 

—Muy bien, parece que al fin nos estamos entendiendo—y de esa manera abrió uno de los cajones de su escritorio y se dispuso a sacar una carpeta—. Esto será simplemente negocios. Aquí puedes leer el contrato, si hay algo que no te guste lo cambiaremos. Aunque claro, dudo mucho que no te muestres satisfecha con lo que está allí estipulado, ya que el dinero que obtendrás será mucho más del que verás en toda tu miserable vida. 

Estela se quedó estupefacta al ver la indiferencia con la que hablaba. No había leído el contrato, pero realmente no necesitaba hacerlo, porque su decisión ya estaba tomada. 

—Lo siento, pero no me casaré con usted—declaró firmemente, negándose a leer aquellos papeles. De ninguna manera los firmaría. 

Sin embargo, Alexander Karlsson no estaba dispuesto a obtener un "no" como respuesta, y aquello se lo demostraría de la peor manera…

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