Richard mantuvo la boca cerrada y se giró hacia Marco, manteniendo una expresión neutral. —Así es —respondió con calma, aunque la tensión en el aire era palpable. Marco se acercó a ambos, Olga dio dos pasos atrás, ahora notaba que la charla con Richard había sido tan amena que se habían acercado bastante. Marco mantuvo la sonrisa, pero esta no llegaba a sus ojos. —Richard es un hombre de muchos talentos… aunque no todos son útiles. Olga frunció el ceño, mirando a Marco con una mezcla de sorpresa y desagrado. —Estoy segura de que Richard es más capaz de lo que insinúas —dijo, con un tono firme pero educado. Richard sonrió levemente, se sintió agradado de ver la preferencia de Olga. —Hago lo que puedo —respondió, manteniendo la compostura. Marco soltó una risa breve y sin humor. —Claro que sí. Pero no te preocupes, Olga, yo me aseguro de que no se meta en problemas. La tensión creció, pero Olga no apartó la mirada de Marco, dejando claro que no esta
Bianca miró a ambos a la expectativa, su ceño estaba fruncido mientras buscaba respuestas a lo que acaba de escuchar, que le parece una blasfemia a ella, a su madre. — ¿De qué se trata todo esto, papá? Creo que estás delirando, no puedo creer lo que acabo de escuchar —Bianca cruzó los brazos—. Una cosa es tener una amante pobretona, pero esto... Olga bajó la vista, muerta de vergüenza. Marco, por su parte, seguía sorprendido, atrapado en sus propios pensamientos. —Luego hablo contigo Bianca, ahora estoy en medio de una conversación. —Papá, necesito una explicación. ¡Ahora mismo! —Exigió Bianca. —Eh… Todo ha sido un malentendido, señora —intentó Olga, con un tono cortante, sabiendo bien que Bianca había oído cada palabra. Pero Bianca no era ingenua. Observaba la manera en que su padre miraba a Olga, como si aún la anhelara con toda su alma, como si no pudiera pensar en otra cosa. Le costaba aceptar que Marco Marchetti, el hombre más poderoso que conocía, estuvier
Alex se echó a reír. Richard lo observó e hizo una mueca. —Alex estoy hablando muy en serio, hemos asumido que la esposa de James Foster es inocente, pero nos caen evidencias de que está ligada a la mafia rusa, ahora también al mismo Marco Marchetti obsesionado con su madre. ¿Qué haremos? Simplemente ignorarlo no es una opción. Que la mujer te guste no quiere decir… —Richard, si James Foster me ha enseñado algo es que tener estrategias de juego es jugar un paso adelante. — ¿Entonces contemplas la posibilidad de que ella forme parte de esto? —No lo sé, podría jugar para nosotros. Richard le dio la espalda y Alex subió las manos tratando de calmarlo. —Estoy seguro que no forma parte de este asunto de la manera que sugieres. Escucha Richard, Irina fue una herramienta de James Foster, una útil y versátil, ahora puedo verlo muy claro. Alex se sentó en su escritorio, Richard lo imitó y se sentó frente a él, Alex continuó. —En Boston encontré a una Laila feliz,
Alex se concentró en lo que venía a hacer. Caminó hacia Bianca y puso una mano en su espalda. —Irina no es una niña igualmente, no te quitará a tu padre. —Su madre le dijo que ella no era su hija. Alex celebró, pero no lo demostró. —Entonces no hay de qué preocuparse. Bianca respiró profundo. —Creo que tienes razón —concedió—. ¿De qué querías hablarme? Alex se separó y se paró frente a ella para tener toda su atención, esta vez no estaba ahí para reproches. —Vengo porque una vez más me siento traicionado por ti. Bianca frunció el ceño. — ¿Qué hice ahora? Todo lo que hago para ti es censurable. —Solo me fijo en lo que es censurable, creo que he sido bastante benevolente dado las circunstancias. —Porque mi padre te obliga… —Porque soy un ser humano, no un santo, pero como la madre de mi hija te había colocado en un lugar especial. —Pero lo dices en pasado —le reprochó, Bianca era experta en voltear las cosas y terminar siendo la víctima. Ale
Silencio… El aire se volvió denso y sofocante. Los ojos de Bianca brillaban con una determinación férrea. Estaba feliz de que Irina los hubiera visto. Los ojos de Alex expresaban sorpresa y tensión. Irina sintió cómo el peso de la situación se hacía insoportable. Por un instante, sus ojos encontraron los de Alex, pero no había preguntas en ellos, ni reproches. Solo la fría confirmación de algo que ya sabía. Alex, aun sujetando a Bianca por la cintura, aflojó el agarre. Sin dejar de ver los ojos de Irina, buscó en su rostro alguna pista sobre lo que estaba sintiendo. Pero ella no dio ninguna. La tensión en el aire era sofocante, aunque solo fueron unos cuantos segundos. Irina tragó grueso y bajó la mirada, su voz apenas fue un susurro: —Perdón… Regresaré luego con el medicamento de la señora Bianca. Sin esperar respuesta, giró sobre sus talones y salió de la habitación. El sonido de la puerta cerrándose resonó como un golpe seco en la habitación. Bianca exhal
Irina cerró la puerta de su habitación con un movimiento lento, como si el peso de sus pensamientos la estuviera aplastando. Se dejó caer en la cama, y las lágrimas acudieron a sus ojos sin que pudiera detenerlas. — ¿Qué me pasa? —murmuró, cubriéndose el rostro con las manos, como si quisiera esconderse de sí misma. Había llegado allí con un propósito claro: hundir a Alex Salvatore, exponerlo, destruirlo. Pero ahora, todo parecía desmoronarse dentro de ella. —No vine aquí para esto… —se recriminó, su voz quebrada por la frustración—. No vine para caer en su trampa. El recuerdo de los besos de Alex la golpeó con fuerza. Desde ese momento, algo dentro de ella había cambiado. Un deseo incontrolable, irracional, había comenzado a crecer, y por más que intentaba negarlo, sabía que estaba perdiendo el control. — ¿Cómo pude permitirlo? —Se preguntó, su tono lleno de reproche—. ¿Cómo pude dejar que me afectara de esta manera? Irina apretó los puños, tratando de recuperar la c
Irina estaba en shock, su madre pedía respuestas y Alex despotricaba en contra de James. ¿Y ella qué? Caramba, era ella la principal perjudicada. —Hasta cuándo, James —susurró sintiéndose desdichada por presenciar otro acto comprometedor y censurable de su marido. Entonces Alex la agarró por los antebrazos y la apretó con fuerza, no como para dejarle cardenales, pero con la suficiente garra para expresar que era importante. —Irina, mírame a los ojos y júrame que no sabías nada. — ¡Suéltame! —Se sacudió Irina—. ¿Qué no sabía nada de qué? ¿Que no conocía a mi esposo? Pues es lo que es... — ¿Por qué James tendría dos contratos a su nombre en una clínica de fertilidad? Eres tú quien tiene problemas reproductivos —enfatizó Olga—. Aunque tuviera una amante, ¿para qué hacerla inseminar? No es algo normal —Olga miró a Alex—. A menos que fuera un trabajo para su jefe. Irina miró a Alex. — ¡Eres tú quien tiene que dar tantas explicaciones Alex Salvatore! Alex se
Irina sintió que sus piernas fallaban, tuvo que sentarse, de repente todo comenzó a tener sentido, la mirada de Alex, su risa, le eran familiares, eran las de Ryan. Irina sintió como si el mundo a su alrededor se desmoronaba en un solo instante. El sobre en sus manos parecía pesar toneladas, cada letra en ese documento era una herida nueva, un golpe directo a todo lo que creía conocer. Su pecho se apretó y la respiración se volvió irregular. ¿Era posible que hubiera estado viviendo junto a un monstruo todo este tiempo? La indignación y el horror luchaban dentro de ella. Sentía rabia, pero también una terrible impotencia. James, el hombre con quien compartió su vida, había cruzado límites que ni en sus peores pesadillas imaginó. No solo la engañó, no solo manipuló su confianza, sino que jugó con lo más sagrado: su propia maternidad. Miró a Alex, buscando en él algún indicio de manipulación, de engaño. Pero en sus ojos solo encontró algo inesperado: comprensión. Y eso la con