Una tarde de sábado (II)

Después del incidente con la pasta, que Sofía disimuló incorporando más fideos a la olla y otro tarro de pomodoros en lo poco que Valeria dejó de salsa, los tres amigos pudieron por fin almorzar, pero no pasó mucho para que los pequeñines que crecían en la pancita de Valeria hicieran de las suyas y dejaran a su pobre madre expuesta, de nuevo, a la vergüenza.

—¿Si te serví cerdo? —preguntó Sofía cuando vio el plato vacío de Valeria, a solo dos minutos de que se hubieran sentado.

—Oh, sí, estaba delicioso —contestó Valeria sin siquiera haberse dado cuenta de lo rápido que lo había terminado.

Jaime intercambió una rápida mirada con Sofía, pero no se atrevió a decir nada, aunque los dos pensaron lo mismo.

—¿Quedó algo más de pasta? —preguntó Valeria dos minutos después.

—¡Pero si ya te habías comido…! —A Sofía casi se le escapa el detalle de que era el tercer plato de pasta que su amiga se había comido— El cerdo, y lo acabaste igual de rápido.

—¿Quieres un poco de mis fideos? —preguntó J
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