Capítulo 3

Sabrina luce realmente hermosa en su vestido de novia. No puedo negar que Taylor hizo una gran elección. Ella también es abogada y, aunque es una riquilla de cuna, no es para nada la típica hija malcriada. Ha aprendido a defenderse sola en la vida sin depender de sus padres.

Taylor sonríe como un tonto, hasta creo que está babeando un poco. Le hago una seña con la mano, rozando la comisura de mis labios como burla. Él gira los ojos con disgusto, lo que me hace sonreír. Disfruto molestándolo, es mi pasatiempo favorito.

—… Puede besar a la novia —indica el oficiante. Los novios se dan un pequeño pico y todos en la iglesia aplauden emocionados. ¿Tanto alboroto por un beso?

Luego de la ceremonia, llegamos al salón donde se celebrará la fiesta. La decoración es muy elegante, mientras que música instrumental armoniza el ambiente.

Luego de su primer baile oficial, hago sonar mi copa, llamando la atención de los invitados. Todos fijan su mirada en mí, lo que aumenta mis nervios. No soy bueno dando discursos, o escribiéndolos.

—Muchas felicidades a ambos —comienzo—. Taylor, sabes que eres como un hermano para mí y me da vergüenza decir esto, pero no tengo nada preparado. Tú más que nadie está al tanto de que no soy un hombre de grandes palabras. Por suerte, mamá escribió esta carta para ti, especialmente, para leerla hoy.

Desdoblo el papel y comienzo a leer.

—“Querido Taylor, lamento no poder acompañarte en este memorable día. Escribí esta carta a sabiendas de que John no tendría nada preparado para decir, tú sabes cuán torpe puede llegar a ser (cariño es broma, mamá te ama a pesar de eso) –todos ríen–. Quiero que sepas que te amé desde el instante que llegaste a nuestras vidas, te convertiste en el hombre que toda madre anhela tener, amoroso, compresivo, sincero y, sobretodo, honrado. Mi consejo para ti y tu esposa es que no dejen que la rutina y los afanes de la vida apaguen el amor, aprendan a amar tan intensamente que no quede espacio para el odio, perdonen con la misma frecuencia con la que discuten, recuerden a cada instante porqué decidieron unir sus vidas y aférrense a eso. Amar no es suficiente, deben mantenerlo vivo. Te amo, Taylor. Nunca lo olvides”.

Termino de leer la carta, con dificultad. Mi mamá era el ser más especial de este mundo y la extraño cada día. Taylor me mira con los ojos húmedos y articula «Gracias». Señalo al cielo y él lo entiende. Todo es por ella.

El momento emotivo ha finalizado, dando lugar a la fiesta. Me acerco a la mesa donde está sentada Alexia y la invito a bailar. Una vez en el centro de la pista, nos balanceamos al ritmo de una balada romántica que desconozco. Nunca le he prestado atención a ese tipo de música.

—Necesito que investigues a la novia de Steven —susurro en su oído. Ella sabe de quién hablo, no tengo que decirle nada más.

—John Stuart siempre tan directo.

—Contigo no hacen falta formalidades.

Alexia es prima de Sabrina y es una excelente investigadora, por no decir la mejor.

—En cuanto termine la investigación que ya me pediste, lo haré.

—No, esta es la prioridad ahora —replico con cierta molestia.  

—Huy, pero no me ladres —dice socarrona.

No comento nada más y bailamos hasta que termina la canción.

Más tarde, despedimos a los nuevos esposos, quienes se marchan en una limusina blanca adornada con la típica frase recién casados en la parte trasera.

Después de eso, subo a mi Mercedes plateado y le indico a Mick que me lleve a casa. No tengo mucho por hacer los fines de semana, y más desde que mis encuentros con Hanna se redujeron a nada. Ella me llama algunas veces, y otras más entra a mi oficina, sugiriendo que hagamos un buen uso del escritorio, pero ya le he dicho que eso no va a pasar y parece que lo está entendiendo.

Durante el camino, observo las hojas que caen de los árboles, anunciando la llegada del otoño. El tráfico es algo pesado, por lo que el auto apenas se mueve. Miro con detalle a una chica que aparta las hojas del suelo, buscando algo entre todas ellas. Pero no, no es cualquier chica, es Candy.

—Mick, detén el auto ahora mismo. —Cuando lo hace, me bajo y troto hasta ella.  

—¿Candy, eres tú? —Ella da un respingo y me mira con los ojos entornados—. No huyas, por favor —le pido cuando noto sus intenciones.

—¿Qué quiere de mí? —pregunta con nerviosismo. Sus hermosas pupilas color whisky brillan con algo muy parecido al miedo. ¿Me teme? Espero que no.

—No es nada malo, Candy —digo en tono sereno. Lo último que quiero es asustarla. Ella se arrodilla en el suelo. La imito. Sus manos se mueven de forma frenética entre las hojas, buscando no sé qué.

—Mire, señor, no puedo reunirme con usted, me mantienen vigilada y hasta esta charla resulta peligrosa —Sus manos tiemblan mientras sigue con su búsqueda implacable.

—Tranquila, Candy. ¿Qué estás buscando?

—Nada y todo —responde sin mirarme–. Busco un anillo que traía en mi dedo, es plateado, un aro sencillo. Lo necesito, no puedo volver sin él. —Habla tan rápido que sus palabras salen atropelladas.

—¿Volver a dónde? —indago.

—Melissa, ¿este señor te está molestando? —dirijo mi mirada hacia el hombre alto y musculoso que se paró detrás de ella. Viste de negro y tiene grandes músculos en sus bíceps y pectorales. Es como la mole de los Cuatro Fantásticos. Sin embargo, no me asusta.

—No, Max. El señor me está ayudando a encontrar mi anillo. Tú sabes que soy muy torpe, venía jugando con él y se me cayó entre las hojas.

—Déjalo así, compraremos otro de camino.

Odio el tono que usó con ella, fue demasiado hostil y arrogante. Melissa, como dijo el mastodonte que se llamaba, se pone en pie para marcharse con él.

—¡Lo encontré! —grito, al dar con el anillo que ella buscaba con preocupación. Melissa me mira perpleja, sin parpadear. Quisiera preguntarle si está bien, pero Max mira todo con atención. Debo recordar lo que dijo: la vigilan—. Ten, tómalo —extiendo mi mano y ella titubea un poco antes de alcanzarlo. Sus dedos hacen un leve contacto con los míos y aquel simple roce, aunque poco, me sacude. Quiero más, tocarla entera, sin olvidar un espacio de su hermoso cuerpo.

—Gracias señor, fue usted muy amable al ayudarme. —Su voz suena frágil y a la vez sensual. Su acento me dice que no es de aquí. El maldito de Steven debió traerla de algún país suramericano.

Una pequeña sonrisa se asoma en sus labios carnosos antes de dar media vuelta y alejarse con Max. Me gustaría seguirla, pero no quiero meter a Mick en esto. Subo al auto y volvemos a ponernos en marcha. Ya no hay rastros de ella ni del mastodonte en el camino, no sé qué dirección tomaron. Espero que Alexia haya encontrado alguna información que me sirva para llegar a ella, mi deseo de salvarla se ha transformando en urgencia y no tendré paz hasta que lo logre.

***

—Hola, John ¿está todo bien? —pregunta Vivian. Necesito información de Melissa y sé que ella me la puede dar. El fin de semana fue una tortura, los datos de las chicas solo están en la fundación y Martha maneja todo con supremo cuidado. Tuve que esperar hasta hoy para poder contactarla.

—Sí, no te preocupes. Solo necesito cierta información de Candy. ¿Por qué dices que es peligrosa? —Ella niega con la cabeza.

¿No me va a ayudar o no sabe más?

—Ella no es peligrosa, te lo digo por Steven. Para él, Candy no es una stripper más, es su tesoro, y la cuida como si en verdad lo fuera.

—¿Qué más sabes?

—Steven es muy peligroso, John. Es lo único que te puedo decir.

—Entiendo que estés asustada, pero…

—Lo siento, John. No quiero involucrarme.

—Lo entiendo. Gracias.

Me despido de ella y salgo de la fundación rumbo a la oficina. La charla con Vivian no respondió mis dudas. Lo que dijo, ya lo sabía. Lo que necesito es una dirección, un indicio al menos de dónde puedo encontrarla.

En el trabajo, no había mucho por hacer, así que decidí ir temprano a casa. Por suerte, Hanna estaba en una reunión con los asesores de Lewis Cosmetics y pude pasar de ella. Cada día es más difícil deshacerme de Hanna y se está volviendo asfixiante. Creo que al terminar la campaña, rescindiré de su contrato.

Entro directo a mi oficina cuando llego a casa, me siento en mi sillón reclinable mientras aflojo mi corbata y me quito el saco. Destapo una botella de whisky y lleno un vaso de vidrio hasta la mitad, necesito serenarme y beber siempre funciona.

No tengo grandes aficiones, no juego golf, ni voy a fiestas o miro partidos de fútbol en la tele. Soy como un lobo solitario, y eso no era algo que me molestara realmente, pero ahora es distinto y creo que Melissa es la responsable de eso. Jamás me encontré extrañando a una mujer, o deseando que estuviera sentada sobre mi regazo.

¡Es una m****a!

Si mamá estuviera aquí, quizás hablaría con ella de esto. Pero no está, el maldito cáncer se la llevó de mí muy pronto y, lo peor, en medio de sufrimientos. Luchó tanto contra esa enfermedad y al final perdió. Recuerdo ese día, estaba sentada junto a la ventana en una mecedora, le gustaba ver el atardecer, decía que era como un regalo.

John —me dijo con su voz frágil. Me acerqué a ella y tomé su mano—. “Mi final se siente muy cerca. Sé que no te gustan las despedidas, pero piensa que esto no lo es. No me marcho para siempre, solo me ausentaré de este mundo físico, mi alma descansará en algún otro lugar. Quiero que recuerdes estas palabras, nunca las olvides: no llenes tu corazón de odio, sé juicioso. No actúes por impulso, analiza antes las consecuencias de tus acciones. No tomes venganza, haz justicia. No hagas preguntas, busca soluciones. Sé siempre íntegro, no elijas el camino fácil porque el final será escabroso. Desde el instante que supe que estabas dentro de mí, te empecé a amar, nunca lo dudes. Si alguien un día te hace desconfiar de lo que fui y de lo que tú significaste para mí, no lo creas. Tú has sido y siempre serás lo más grande en mi vida. Te amo”.

Su frágil mano se debilitó al final de sus palabras. Esa tarde, mamá se fue. Taylor llegó minutos después y estalló en llanto sobre mí. Yo no lloré ese día, no lo hice aún después. Solo acepté lo que mi madre me dijo, que no era una despedida, que siempre estaría presente en mi corazón. Las lágrimas llegaron inesperadamente un año después, cuando encontré uno de sus diarios y cometí el error de leerlo.

Mi teléfono móvil vibra en el bolsillo de mi pantalón, sacándome de mis recuerdos. El número no me parece conocido, pero decido responder.

—Sí, buenas noches.

—¿Me comunico con el señor Stuart?

—¿Quién me habla? —pregunto con reserva. Tengo que ser precavido.

—Soy Scarlet, la recepcionista del club La Perla.

—Hola, Scarlet. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Cariño, por mí nada, soy un caso perdido. Te llamo por Candy, sé que quieres ayudarla y yo también quiero que lo hagas.

—¿Ella sabe de esta llamada?

—No, solo escúchame atentamente. En dos días, saldré con ella a hacer unas compras y te enviaré un mensaje con la dirección. Lo único que debes hacer es estar a la hora en ese lugar ¿entiendes?

—Candy dice que la tienen vigilada —replico con duda.

No sé si pueda confiar en Scarlet. Aunque, ¿no fui yo quien le dio la tarjeta?

Sé cómo despistar a sus guardaespaldas, por eso no te preocupes.

—Bien, estaré ahí.

—No me llames a este número. Yo volveré a comunicarme contigo cuando pueda.

—Gracias.

—No me las des, cariño.

La línea queda en silencio después de eso. Sigo dudando de las intenciones de Scarlet, pero no tengo otra opción si quiero ayudar a Melissa.

Los siguientes días pasan tan lentos como el andar de una tortuga, o quizás sea mi ansiedad por ver a Melissa. Es una locura, en las noches me cuesta conciliar el sueño y en el día se me hace difícil hilar las ideas. ¿Cómo puede afectarme tanto una mujer que apenas conozco? Y no es que sepa mucho de ella, por no decir nada.

—Hola, cariño. ¿Por qué esa carita? —pregunta Hanna, irrumpiendo en mi oficina.

Tengo que hablar con Marco de esto. ¿Cómo es posible que ella siga entrando sin ser anunciada? No sé ni para qué hago la pregunta, es lógico que con dos pestañeos Hanna se mete a cualquiera en el bolsillo… menos a mí.

—Es la única que tengo —replico sin mirarla. No tengo tiempo para ella y sus intromisiones.

—Oh, John. Yo sé que te tiene tan cabreado —ronronea mientras hace girar mi silla de escritorio para meterse entre mis piernas.

—No va a pasar, Hanna.

—¿Por qué no? Llevas más de tres semanas rechazándome. ¿Te estás acostando con alguien más, es eso? —reclama.

—Primero, eso no es tu problema —digo, apartándola de mí con efectividad, pero sin maltratarla—. Segundo, pensé que habías entendido que tu contrato con mi empresa anula nuestro acuerdo previo. Ya no habrá más sexo casual entre nosotros. No mezclo negocios con placer, bien lo sabes.

—Pero Johnny —pronuncia el apodo que eligió para mí, con un puchero—. Eso no tiene porqué afectarnos, podemos separar muy bien lo personal de lo profesional.

—No lo creo. Has venido casi a diario con insinuaciones a mi oficina.

—Entonces no lo haré más. Podemos vernos fuera del horario laboral —insiste.

—Dije no, Hanna. Eso ya se acabó —sentencio.

—¿Y si renuncio? Puedo encontrar empleo en otro…

—Eso no haría la diferencia, sabías muy bien que esto nunca iba a llevar a nada. Perdóname si soy insensible, pero es la verdad.

—Lo entiendo. ¿Entonces se terminó? —murmura cabizbaja.

—Lo siento.

Hanna da media vuelta y sale de mi oficina. Esperé algún portazo o quizás un berrinche, pero lo tomó muy bien. Quizás es más madura de lo que pensé.

Después de eso, trato de concentrarme en el trabajo., aunque he mirado el reloj como un maníaco. Estoy esperando el dichoso mensaje de Scarlet para saber dónde nos vamos a encontrar. Antes me jactaba de la paciencia como una de mis grandes virtudes, pero parece que todo lo concerniente a Melissa me convierte en otra persona. No hay paciencia, no lobo solitario… no corazón insensible. Incluso, hasta he dejado de pensar en el hombre que me engendró.

El sonido de una notificación llama mi atención. «Seis en punto, Copley Center», dice el tan ansiado mensaje. Es un centro comercial no muy cercano a mi oficina. Miro la hora en mi Rolex, marca 5:10 p.m. Debo salir ahora mismo, si quiero llegar a tiempo. Me quito el saco y lo cambio por un jersey de cuello en “V”, que es más acorde para un centro comercial. Por suerte, tengo varios cambios de ropa en mi oficina para casos como estos.

Salgo de ahí y me parece raro no ver a Marco en la recepción, pero decido marcharme sin darle aviso. Si me necesita, que me llame.

Camino hasta el ascensor y presiono el botón para llamarlo. Espero que no se detenga en cada uno de los catorce pisos hasta llegar aquí. Las puertas se abren poco después, por suerte, y comienzo a entrar en el ascensor, pero un grito inusual de Marco me detiene. Él nunca levanta la voz en la oficina y menos me llama por mi nombre.

—¿Qué rayos te pasa?

—Es Hanna, señor Stuart. Dicen que tiene mucho tiempo en el baño y no quiere abrir la puerta.

¡Mierda! Si no me voy, llegaré tarde a la cita. Espero que no sea más que un berrinche.

Hago mi camino hasta el baño, toco la puerta tres veces mientras llamo a Hanna, pero no responde.

—Marco, busca al señor Méndez, que traiga la llave del baño —ordeno.

Sigo tocando la puerta de forma incesante, pero Hanna no responde. Y yo que pensaba que era muy madura para su edad, y me sale con esto. Debí suponer que era un error contratarla en mi empresa.

—¿Por qué tardaron tanto? —Le reclamo a Marco. Pasaron más de diez minutos y estoy bastante urgido por resolver esto e irme para mi cita con Melissa.

—Es que…

—No importa. ¡Abra la puerta ahora mismo!

Cuando Méndez logra abrirla, entro al baño de inmediato y les pido a los demás que se queden fuera, no sé en qué condiciones esté…

—¡Hanna! ¡Pidan una ambulancia! —grito.

***

Nunca pensé que ella fuese el tipo de chica depresiva. Tomó una gran cantidad de pastillas que por poco la mata. Evidentemente, perdí mi cita con Melissa, no podía dejar sola a Hanna en el hospital, me sentía responsable. Debí pensar un poco más las cosas antes de involucrarme con una chica menor que yo y, para colmo, contratarla en mi agencia de publicidad. Nunca confíes cuando una mujer te dice que será solo sexo, siempre habrá un daño colateral.

—John —susurra Hanna cuando logra abrir los ojos. Llevaba dormida casi seis horas. Es un alivio que esté despierta.

—¿Por qué lo hiciste?

—John, yo —titubea—… me enamoré de ti.

—Hanna, lo siento tanto. No debí aceptar aquel trato cuando me lo propusiste. Fue imprudente de mi parte —lamento.  

—Mentí, John. Te amo desde antes de que me conocieras. Fui a esa conferencia con la intención de seducirte. Haría cualquier cosa por ti —confiesa, lágrimas ruedan por sus mejillas, incrementando mi sentimiento de culpa.

—Debí saberlo. Es que… sabes que soy una persona muy insensible y yo… lo siento tanto —balbuceo. No dejaré que asuma toda la culpa. Ella es muy joven e impulsiva y se supone que a mis treinta y dos años tendría la experiencia para saber que había sentimientos involucrados para ella. Quizás lo sabía, pero no me tomé el tiempo para pensar en Hanna. ¡Soy un egoísta!

—¿Te asustaste? ¿Crees que… sientes algo por mí? —pregunta con un brillo de esperanza en su mirada.

—Claro que me asusté, me preocupo por ti.

—Pero no lo suficiente —gimotea.

—Tranquila, Hanna, todo estará bien. Llamaré a tus padres para que decidan qué es lo mejor para ti.

—No, John. No soy una niña, tengo veintitrés años y puedo cuidarme sola —grita alterada.

—Luego de esto, no puedo confiar en que serás responsable de ti. De verdad lo siento.

En cuanto llegan sus padres, les explico lo que sucedió, omitiendo algunos detalles por respeto a su intimidad. Ellos deciden llevarla a casa. Hanna estará bajo vigilancia profesional durante un período. Es una lástima que siendo tan brillante, decidiera tomar el camino fácil.

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