Son pocas las veces las que he llorado en mi vida, pero esa noche derramé todas las lágrimas que un cuerpo pueda producir. Juré venganza y prometí no descansar hasta encontrar al monstruo que vejó, maltrató y humilló a mi madre por tantos años. Siempre supe que su mirada escondía una triste historia, pero jamás, ni en mis peores pesadillas, imaginé algo como eso. Tay no lo sabe y prefiero que sea así, su alma y su corazón son muy nobles y haré lo posible porque nada lo turbe, como pasó conmigo.
Mi móvil comienza a vibrar en mis pantalones y me aleja de mi línea de pensamiento. Saco el aparato y veo en la pantalla la fotografía que le tomé a Mel esta mañana, cuando su pelo color chocolate reposaba en mi pecho y sus hermosas facciones estaban relajadas, sumidas en un sueño profundo.
—John, ¿qué
—Ve con tu familia, Mick —le digo a mi chofer cuando llegamos a casa.—Mi lugar está aquí, señor Stuart —dice serio.—No, Mick. Tu lugar es con tu esposa e hija. Sé que lo que más deseas es ir con ellas y abrazarlas.—Si me necesita…—Lo sé, Mick. Gracias.Es un alivio que no tomaran represalias contra él y que pueda volver con su familia. Él hizo un gran trabajo, se cercioró de que no hubieran instalado un rastreador en el auto y estuvo atento durante el camino, asegurándose de que no nos siguieran. Aunque estoy seguro de que Giuseppe tiene mi dirección, no me habría dejado ir si no fuese así, pero el maldito quiere que me doblegue ante él, que le entregue a Melissa y a las chicas voluntariamente. Y para colmo, tiene a Taylor de garantía.¿Qué voy a hacer?
Pasamos toda la noche esperando una llamada que nunca llegó. No sabemos nada de Mel o de Taylor, y la idea de que haya sucedido lo peor no deja de rondar mi cabeza. Tanto Giuseppe como Steven, son dos malditos sin corazón. Me están castigando con lo que más amo en este mundo y no tengo ningún control. Ni el dinero, o los contactos de Alex, han podido ayudarme. No sé qué hacer.«…No llenes tu corazón de odio, sé juicioso. No actúes por impulso, analiza antes las consecuencias de tus acciones. No tomes venganza, haz justicia».Mi madre tenía tanta razón. No me arrepiento de haber ayudado a Melissa, sino de no medir mis acciones, de poner en riesgo a Taylor por seguir con mis planes de venganza. Pude darle aviso a la policía y dejar en sus manos el destino de La Perla, de Steven y Giuseppe, pero preferí seguir hurgando para o
Todas las acciones tienen consecuencia. Causa y efecto, lo llaman. Es irónico cómo cambian las cosas de un segundo al otro. Un movimiento en falso, y todo se va a la mierda.Hasta hace poco, lo tenía todo: dinero, prestigio… ¿amor? Sí, lo digo entre interrogantes porque todavía no estoy seguro si algo de lo que viví con Melissa fue real. Y mientras sigo buscando argumentos que justifiquen lo que hizo, Taylor está de pie en el juzgado, tratando de desestimar los cargos que me imputaron: asesinato, secuestro y tráfico humano. ¡Sí! Como lo leen. Increíble ¿verdad?Taylor y Alexia tienen una teoría muy sólida: todo fue planeado por Steven, utilizando para tales fines a su mujer, la misma que intenté “salvar”, la misma de la que me enamoré como un idiota. Porque, ¿de qué otra forma se justifica que la fiscal&iac
Capítulo 16Dos años después—Por el cargo de asesinato ¿cómo encuentran al acusado?—Culpable, señor juez —responde uno de los miembros del jurado.—Por el cargo de secuestro ¿cómo encuentran al acusado?—Culpable, señor juez. —Por el cargo de tráfico humano ¿cómo encuentran al acusado?¿Qué creen que dijo? Culpable, por supuesto.La condena: cuarenta años sin opción a libertad condicional. Solo faltan treinta y ocho más, lo que me dejaría libre a mis setenta y tres años, si es que estoy vivo para entonces. Taylor sigue tratando de encontrar pruebas para impugnar la sentencia, aunque le he dicho que deje de intentarlo. No hay caso, Giuseppe manipuló los hilos a su favor y supo muy bien cuáles mover para asegurarse de que siga aquí ha
Melissa—Vamos, Moisés. Cómete la pasta rápido que tengo que llevarte a la escuela —le pido a mi hijo, a la vez que meto su merienda en la lonchera.—Estoy comiendo, ma. —Se queja.—¿Cómo que “ma”?—Sí, señora —bromea.—Déjalo ya, Meli. Son cosas de niños, es la moda —replica mi madre.Mírenla pues. Todavía recuerdo los chancletazos que me lanzaba si le daba una mala respuesta, pero como que las reglas de corrección no aplican para los nietos. Una vez que mi hijo termina de comer, le limpio la boca con una servilleta y le cuelgo su mochila en los hombros. La escuela queda cerca de casa y de ahí agarraré el carrito por puesto[1] para ir al centro de Maracaibo. Hoy es mi primer día en El Palacio del Blummer[2]
Tres años después—¿Prométeme que no te vas a burlar? —pregunta desde el vestidor de nuestra casa en Madrid. Decidimos poner mucha tierra de por medio entre los Bartoli y nuestra nueva vida. La familia de Mel también se trasladó aquí, viven en una casa que compré para ellos, habían estado separados por muchos años y quería que mi esposa los tuviera cerca.—No me voy a burlar —contesto desde la cama, donde la he estado esperando los últimos diez minutos.—Si te ríes…—No me reiré, maracucha. —A los pocos segundos, sale de su escondite y me deja verla.—¡Oh Dios! ¿Por qué pensabas que me burlaría de ti? Estás más hermosa que nunca, mi amor —confieso mientras me la como con la mirada.La relación malsana con Steven dejó
Cada vez que me miro al espejo, desconozco a la mujer que se refleja en él. He perdido mi esencia, mi humanidad. Rogué durante años por un milagro, pero dejé de creer que existiera un Dios al que pudiera pedirle algo como lo que yo necesito.Debería rendirme, dejar de luchar por seguir viviendo, o mejor dicho, sobreviviendo, pero no puedo. Simplemente, no tengo más opción que seguir adelante.Esta noche, me siento especialmente ansiosa sin saber por qué. He hecho esto por años, ya debería estar acostumbrada a mostrar mi cuerpo a cada desgraciado que paga la cuota, pero es inevitable. El asco y la vergüenza siempre arderán en mis venas. Creo que a pesar de todo, no he perdido toda mi humanidad; aún queda algo de mí salvable ¿habrá alguien que lo vea?Me quito la bata negra de seda y la dejo en el respaldo de la silla antes de salir a escena.
—Este año, nos honramos en otorgarle el premio Cannes Lions al señor John Alexander Stuart y a su agencia Stuart Publicity.El público aplaude de pie, aunque para mí no es la gran cosa. Ni el reconocimiento ni los premios me importan mucho, pero debo aparentar que sí. Desde hace muchos años, no hay nada que me haga feliz, y mucho menos algo tan superfluo como esto.Me levanto de mi asiento y camino hasta el pódium sin preocuparme por sonreír. Los que me conocen saben cómo soy y no pienso cambiar para su complacencia.—Buenas noches. Antes que nada, felicito a todos los que me acompañaron en esta categoría, fue todo un honor para mí. En segundo lugar, le doy las gracias a mi equipo de trabajo porque sin ellos no estaría delante de ustedes recibiendo este premio. Y por último, aunque no menos importante, le agradezco a mi madre, quien dio todo por