Capítulo 5

Capítulo 5

Esta mañana, mientras respondía unos emails en mi oficina, recibí una serie de mensajes que me dieron mucho en qué pensar.

Al inicio, creí que se trataba de un error. El primer mensaje decía: «deseas con tanta fuerza algo durante tanto tiempo, que cuando lo obtienes, ya has perdido las esperanzas». Un segundo mensaje llegó con una diferencia de unos minutos. «Hay momentos en los que miras atrás y no sabes que pasó exactamente, solo sabes que, desde que sucedió, nada volvió a ser lo mismo». Pero ese estaba firmado por Melissa. Pensé por unos minutos si debía responderle. Después, planteé la idea de llamarla, pero de inmediato llegué a la conclusión de que eso sería un error. Que ella me estuviera escribiendo era un paso, y si hacía mal las cosas, retrocedería.

Entonces escribí:

«Quizás no puedas borrar el pasado, pero puedes trazar un mejor futuro».

«¿Por qué yo? No soy nadie».

«No eres a la única persona a la que he ayudado. No hay motivos. Solo toma la decisión sin preguntar por qué».

«Tengo miedo, no conoces a Steven».

«No estarás sola, Melissa. Lo prometo».

Después de ese mensaje, no hubo más. Han pasado dos semanas desde ese día y, aunque intenté llamarla, el número salía desconectado. Por suerte, he tenido mucho trabajo en la empresa, viajes de negocios y reuniones, y eso me ha mantenido la cabeza fría. Pensar en Melissa me vuelve loco y odio perder el control.

Sexo, de eso no he tenido mucho, solo encuentros casuales, nada que considere relevante.

—Señor Stuart, hay alguien que desea verlo —anuncia Marco por el intercomunicador.

—¿Quién? —pregunto con frialdad. Odio que me hable con rodeos.

—Hanna, señor.

—Hazla pasar.

En un par de minutos, la puerta de mi oficina se abre, dejándome ver la silueta esbelta de Hanna. Trae consigo un portafolio y viste de manera formal, como si se tratara de una entrevista de trabajo. Se sienta frente a mí, esbozando una pequeña sonrisa.

—Buenos días, John —saluda con cierta reserva en el tono de su voz—. Estoy muy apenada por lo que pasó, fue estúpido e inmaduro y aprendí la lección. Vine aquí para rogarte por una segunda oportunidad, sabes que mi sueño es ser la mejor publicista de Boston y no podré lograrlo en otra agencia.

—Hanna, no sé qué decir. No creo que sea lo adecuado.

—Tengo una constancia médica donde aseguran que estoy estable ahora y asistiré dos veces a la semana con una psicóloga que me ha ayudado a comprender muchas cosas.

—Pero ¿no es perjudicial para ti estar tan cerca de mí? —pregunto con cierta duda. No quiero que resulte lastimada de nuevo.

—Conocí a alguien —dice ruborizada—. No quiero sonar cliché, pero fue amor a primera vista. Él me comprende y me quiere. Entre nosotros no habrá nada más que una relación profesional, te lo prometo.

Lo pienso por varios minutos, analizando si es o no lo mejor. En el pasado, ella no supo mantener el margen ¿cómo podría confiar que será diferente ahora? Por otra parte, siento que le debo algo, que saqué provecho de la situación y que ella quedó sin nada.

—Podemos planificar una cena para que conozcas a Samuel. Él me dijo que no tendría ningún problema.

—Bueno, podría ser algún fin de semana.

—Entonces ¿puedo regresar? —pregunta con un brillo de ilusión en sus ojos.

—Me gustaría hablar con tu psicóloga y con tus padres. No quiero que lo de aquella vez se repita. Si ellos me dan luz verde, entonces sí. ¿Estás de acuerdo?

—Sí, sí. Habla con ellos, me darán la razón. Gracias, John. No te arrepentirás. Te dejaré los datos con Marco para que hagas las llamadas. Gracias otra vez —dice mientras se pone en pie con un salto enérgico.

—Me alegro que estés mejor, Hanna.

—Gracias. Espero tu llamada. —Luego de eso, se va.

A las diez de la mañana, Marco entra a mi oficina con la correspondencia y los datos que Hanna me dejó. Lo primero que hago es llamar a sus padres, ellos me dicen que están de acuerdo, siempre que su psicóloga lo autorice. Mi segunda llamada es a la especialista, me comenta de los avances de Hanna y asegura que está en condiciones de trabajar, que en aquel momento estaba confundida, pero que ahora está más centrada. Le doy las gracias y me despido de ella. Le pido a Marco que llame a Hanna para decirle que puede volver al trabajo, pero que estará a prueba por un mes, antes de firmar algún contrato definitivo.

Al mediodía, decido salir a almorzar a un restaurant cercano de las oficinas, donde sirven comida tailandesa. Ahí, me reúno con Taylor y Sabrina. Yo no tengo nada nuevo que contar, pero ellos están muy felices por la casa que compraron. Están esperando que termine la remodelación para hacer una gran fiesta y celebrarlo por todo lo alto.

El resto de la tarde, se va entre reuniones, videoconferencias y llamadas. Esta semana, cerramos un trato con un nuevo cliente, uno que aportará grandes cifras a la agencia. Hasta estoy pensando en ampliar las oficinas o quizás comprar un edificio.

Vuelvo a casa cuando finaliza mi horario. No tengo mucho por hacer y decido dormirme temprano. Entre tantos viajes, no he descansado lo suficiente y comienza a pasarme factura.

Antes de apagar mi móvil, veo que me llegó un nuevo mensaje. Lo leo.

«Necesito hablar con usted personalmente. Lo espero en Budare Bristo mañana a las ocho».

¡Es Melissa!

Dos semanas sin saber de ella y de pronto me dice que nos encontremos. No la entiendo, pero ahí estaré. Tendría que iniciar el apocalipsis para que falte a esa cita.

***

A las siete en punto, estoy subiendo a mi Harley Davidson; tenía tiempo sin conducirla, pero Arthur le hace mantenimiento semanal y está lista para usarse. A mi madre le hubiera dado un infarto si estuviera viva, odiaba estos “cachivaches”, pero yo no le veo el problema. Un accidente puede pasar tanto en moto como en auto, todo depende de quién esté detrás del volante.

Detengo la moto en el estacionamiento del café y me bajo enseguida. Para hoy, opté por jeans, una camiseta blanca, chaqueta negra de cuero y aviadores. No es que me importe mucho la ropa que use, pero espero dejar una buena impresión en Melissa. Taylor dice que a las mujeres les gustan los chicos malos y puede que eso haga la diferencia.

Definitivamente, estoy chiflado. Un hombre de treinta y dos años no debería vestirse para impresionar.

La campanilla del café suena cuando abro la puerta. Miro de a un lado a otro, buscando a Melissa, pero no la veo. Decido sentarme en la misma mesa en la que la abordé la última vez y dejo mi casco sobre la silla disponible a mi lado. Mientras espero, leo el menú. Hay muchas opciones y no sé qué elegir.

Comenzaré con un café.

—Señor Stuart —murmura la sensual voz de Melissa. Levanto la mirada hacia ella y mi cuerpo se tensa, sobretodo mi miembro.

¡Mierda! Nunca me había excitado tan rápido en toda mi vida.

Está usando una falda de jeans deshilachada, un top azul ajustado –que deja expuesto el perfecto escote de sus pechos– y botas de invierno. De su brazo, cuelga un abrigo negro, que le servirá de mucho cuando salga fuera. El otoño está por culminar y la temperatura comienza a descender considerablemente.

—Melissa. Toma asiento, por favor. —Mi voz sonó normal, aunque estoy profundamente afectado ante su presencia. Todo mi cuerpo grita ¡tócala!, pero sé que no debo, por eso me contengo.

—Gracias por venir, señor Stuart —murmura con voz pausada, como si cada palabra le fuera difícil de pronunciar.

—Puedes decirme John. —Le pido, colocando mi mano sobre la suya. Al sentirme, tiembla, pero no la aparta. Mi instinto me dice que acaricie su piel con mi pulgar, pero mi lógica me insta a que no lo haga. Un paso en falso, y todo se desplomará. Sin embargo, solo con tener mi mano sobre la suya, me siento en las nubes. Su piel es suave y cálida, de ella brota un tipo de energía que electriza la mía. Es un cosquilleo que va en aumento de la misma forma que avanza el reloj.

—Está bien, John —dice con una pequeña sonrisa que no llega a sus ojos. Sus pupilas hoy se ven más claras, como el color del arce, de un tono otoñal. Mi vista está centrada en ella, en sus labios carnosos que se han humedecido al menos dos veces, en lo hermoso que se ve su cabello suelto cayendo sobre sus hombros y perdiéndose detrás de su espalda. ¡Quiero tocarla! No solo eso, deseo besarla.

—Melissa… —susurro con plétora agonía.

—Acepto —dice sin más.

—¿Aceptas? —pregunto incrédulo.

—No puedo seguir con Steven. Él es… no sabes lo que ha sido mi vida.

El tono quebrado de su voz provoca que mi corazón duela. Me aventuro a acariciar su mano y hasta me atrevo a tomar la otra. Ella cierra los ojos y deja escapar un par de lágrimas. Tengo que repetirme en la cabeza «no lo abraces», para poder contenerme.

—Te ayudaré.

—Pero no tienes idea del peligro que corres. Si él sabe que tú me ayudaste… ¿estás seguro que quieres hacerlo?

—Quiero, Melissa. No le tengo miedo a Steven. Yo te protegeré —prometo.

—¿Por qué lo harías? —La duda se ve reflejada en sus ojos. Comprendo su miedo, no entiende porqué un hombre querría exponerse al peligro por ella. Y aunque no es la primera vez que hago algo así por una mujer, sé que con Melissa es distinto. No solo deseo salvarla, la quiero conmigo, y ese nunca fue el plan.

—¿Necesitas un motivo?

—Siempre hay un motivo.

—No espero nada a cambio, si eso piensas. No soy como él.

»Y sí, tengo un motivo, pero no es algo para hablar en un café. Te lo diré en algún momento, pero no aquí. Solo necesito que confíes en mí. Sabes muy bien que no eres la primera a la que ayudo y todas ellas retomaron su vida, están cumpliendo sus sueños. Son libres ahora.

—Confío en ti, John. —Su pulgar se pasea por el dorso de mi mano derecha y mis pulsaciones se disparan ¡Me está acariciando! ¿Latidos? ¿Qué son esos? Mi corazón está taladrando mi pecho con una fuerza brutal que me está dejando sin aire.

—¿Qué estás haciendo conmigo? —pregunto con una exhalación cansada. Tomo aire con fuerza para retomar el aliento y entonces me lleno de algo más, de su dulce fragancia. Todo en mí duele de una manera que jamás había sentido. Creo que me estoy enamorando de ella.

—¿De qué hablas? —La incertidumbre retumba en el tono de su voz.

—Me haces sentir cosas… he pensando mucho en ti, más de lo que debería.

—No confundas esto, John. Si crees que ayudarme te dará el derecho a algo más, estás equivocado. Sería lo mismo que estar con Steven —aparta sus manos de las mías.

—No estoy reclamando ningún derecho sobre ti, solo digo lo que siento. Lo que más deseo es que seas libre y no mi prisionera. —Espero que sean las palabras correctas para que no dude de mis intenciones. Ella me mira fijamente sin pronunciar ni una sílaba, analizando mis palabras. Porque sí, quiero más de ella, algo que nunca me planteé con las demás chicas, pero jamás la obligaría.

—Bien, John. Aunque ni yo misma lo entiendo, te creo. Necesito creerte. Cuando vea otra oportunidad, me comunicaré contigo y te diré dónde encontrarnos. Tienes que estar preparado, ese día me iré contigo.

—¿Por qué no hoy? —pregunto, tomando de nuevo su mano. Se estremece, pero no la aleja de mí. Su mirada se torna lúgubre y me infunde temor.

¿Me estará mintiendo? ¿Qué esconden sus pensamientos?

—Tengo que hacer algo antes —contesta.

Veo que su labio inferior tiembla, pero se apresura a atraparlo entre sus dientes.

—Estaré listo, Melissa.

—Bien. Ahora, debo irme —quita su mano con suavidad y se pone en pie.

—Espera ¿no vas a comer? —Duda unos minutos antes de decir:

—Con una condición: yo ordeno.

—Estoy un tus manos. —Eso es suficiente para que se siente de nuevo en la silla.

—Dos arepas de carne mechada para el señor y dos reinas pepeadas[1] para mí. De bebida, papelón con limón.

Dijo todo eso en español. Desde hoy, me declaro fan de su idioma de origen. Posiblemente, fue la forma que lo pronunció, o tal vez su voz, pero incrementó mi ansiedad.

—¿Qué pediste? No entiendo mucho de español.

—Arepas. Las amarás en cuanto las pruebes, te lo aseguro.

¿Y si te amo a ti?

¡Mierda! ¿De dónde carajos salió eso?

—Esto es una locura —musito entre dientes.

—¿Qué dijiste? —pregunta, ladeando la cabeza.

—Decía que las amaré como tú lo haces —compongo.

—No tanto como yo, pero sí que te gustarán —afirma con una hermosa sonrisa. Creo que han sido pocas las veces que he visto sus labios formando una curva hacia arriba y sin duda me ha robado el corazón.

—¡Mierda! Esto está brutal. ¿Porque nadie me había dicho que existían? Quiero dos más, Mel. Pídelas, por favor.

¡Le dije Mel! Espero que pase por alto mi exabrupto.

—Te dije que las amarías —sonríe. Adoro cuando lo hace, me comería cien arepas solo para verla feliz.

—¿Cómo es que se llama esta bebida?

—Papelón con limón.

—Está bueno. Tengo que traer a Taylor un día.

—¿Taylor? —pregunta con curiosidad.

—Mi hermano. No de sangre, pero lo es. ¿Tú tienes hermanos? —Ella se mueve inquieta en su asiento y baja la mirada a sus dedos entrelazados—. Lo siento, no quise incomodarte.

—No es que… no sé…

—No tienes que decirme nada, Melissa. Lo entiendo.

—Creo que debería irme ya —dice, mirando la hora en su reloj de muñeca.

—Sí, entiendo. Solo déjame pagar y podemos irnos.

—Lo mejor es que salga sola. Puede que alguien esté fuera y entonces…

—Sí, tienes razón. —Odio tener que dejarla ir, pero no puedo hacer más.

—Adiós, John.

Mis ojos siguen su trayecto hasta que abandona el café y de inmediato una sensación de vacío golpea mi corazón.

Estoy más que jodido. ¡Me enamoré de una stripper!

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