Cap. 50: Descubiertos.

Antonia sonrió triunfante, Alfredo no pudo correr tras de Juliana, entonces volteó y observo a su exesposa con furia.

—Esto ha ido demasiado lejos, Antonia. No permitiré que sigas causando problemas. Te exijo que te largues de mi casa en este momento —gruñó.

Antonia, satisfecha con el caos que había causado, levantó las manos en un gesto de rendición fingida.

—No puedes echarme, aquí vive mi hijo —vociferó.

Alfredo tensó la mandíbula, apretó los dientes, agarró del brazo a Antonia, y la sacó de la casa, le cerró las puertas en las narices.

—¡Alfredo! ¡No puedes hacerme esto! ¡No tengo donde ir!

Alfredo no se inmutó, ordenó a una empleada que guardaran como pudieran las cosas de Antonia, colocó dinero en un sobre y pidió que se lo entregaran. Sintiéndose impotente y lleno de desesperación, fue a buscar a Juliana, la encontró en la habitación, sentada en la cornisa frente a la ventana, con lágrimas corriendo por sus mejillas.

—Juliana, por favor, escúchame. No quería que esto pasara.
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