Cuando mucho más tarde se volvió hacia ella y le dijo muy serio que debería reconsiderar su renuncia, pensó, con optimismo, que no podía soportar estar separado de ella, que tal vez comenzaba a sentir algo mas que atraccion sexual hacia ella.–La situación ha cambiado –siguió sorprendiéndose a sí mismo.Que su amante trabajase para él no era precisamente la situación ideal, la posecividad quesentia hacia Alejandra era demasiada no sabi si podria controlarse si en algun momento alguno de sus trabajadores intentara conquistarla. Asi que tuvo que admitir aunque no quisiera que se sentia celoso de cualquier hombre que la mirara con interes. –Lo sé –dijo ella, pasando las manos por sus anchos hombros–. Es peor.–No me digas que sigues preocupada por el trabajo –murmuró –Si haces eso, no puedo pensar –Alejandra lo acarició suavemente y experimentó una oleada de poder al sentirlo temblar.–Lo mismo digo –Marc separó sus piernas con las manos.–No hagas eso. Estamos... hablando –intentó
–¿Por qué no pasamos del postre? –sugirió, tirando de ella para sentarla ensus rodillas–. Tengo hambre de otra cosa...–Sólo piensas en sexo –bromeó Pero no protestó cuando empezó a quitarle el vestido y tampoco cuando inclinó la cabeza para rozar delicadamente un pecho con su boca, sucumbiendo al placer que le ofrecían sus labios. Marc la llevó en brazos a la cama. Disfrutaba al escuchar sus gemidos y jamás se cansaba de verla desnuda, el cabello extendido sobre la almohada, su voluptuoso cuerpo entregado. Aunque sabía que era suya, tenerla no había disminuido su deseo por ella. A veces, en la oficina, bajaba a la primera planta con cualquier excusa para verla, para rozarla con un brazo.Sabiendo que no se verían en unos días, quería que aquella noche durase todo lo posible y la acarició con los dedos y con la lengua hasta que Alejandra le suplicó que la hiciera suya. Cuando por fin se enterró en ella estaba tan húmeda que no pudo aguantar más que unos minutos antes de dejarse ir.
De modo que no me gustan los dramas románticos, ni ahora ni nunca. Lo que no añadió fue que algún día se casaría con alguien tan ambicioso como él o alguien que le diese libertad para seguir viviendo como le gustaba. No quería una mujer que estuviera continuamente haciendo exigencias, diciéndole que debería trabajar menos, levantando los ojos al cielo cada vez que tenía que viajar al extranjero e intentando convertirlo en un hombre domesticado y obediente. Era algo que había tenido claro desde siempre, pero se preguntaba por qué ahora sonaba como un cliché.–Sé que no entiendes lo que digo – suspiró–, pero te aseguro que algún día me darás las gracias por hacer sido sincero. Yo no soy el hombre que tú necesitas...–No, es verdad –admitió ella.–Estás buscando alguien que tenga la cabeza en las nubes como tú, pero yo no soy así.–¿Te he importado alguna vez? –le preguntó ella entonces.–Pues claro que sí –respondió incómodo.–Quieres decir que te importaba acostarte conmigo.–Yo no he
No lo culpaba por el final de la relación, se culpaba a sí misma. Pero se levantaría como fuera.–Y sí, te agradecería que no fueras a mi despacho... aunque si tienes que hacerlo tampoco pasa nada.Había tenido que hacer acopio de fuerzas para decir esa última frase, pero al menos Marc ya no estaba mirándola con esa expresión ridículamente condescendiente. Le había dado la excusa que necesitaba para marcharse y la miraba con cierta reserva.Alejandra respiró profundamente. La recuperación tenía que empezar en algún momento y podía lidiar con reserva mejor que con compasión.Marcelo levanto la cabeza para mirar a la pelirroja que le había sonreído coquetamente durante toda la cena. Sabía que, aunque se mostrase tan comunicativo como un ladrillo, ella seguiría intentando flirtear con él. Atractivo, rico y sin compromiso, era uno de los solteros más cotizados de la ciudad. Estaban terminando de cenar en uno de los mejores restaurantes de toda la ciudad y lo lógico era ir a su apartamento
Por un segundo, Marcelo tuvo la extraña sensación de que el tiempo se había detenido. Y luego se preguntó si había oído bien.–Eso es imposible –dijo por fin, levantándose para pasear por el salón–. Me dijiste que tomabas la píldora y confié en ti. ¿Estabas mintiendo?–No te dije que tomase la píldora, dije que no creía que fuera un problema...Él se pasó una mano por el pelo.–No puedes estar embarazada. –Me he hecho cuatro pruebas –dijo –. No hay ninguna duda, estoy embarazada.–Esto no puede estar pasando –Mmarc se dejó caer sobre el sofá, mirándola con tal expresión de incredulidad que Alejandra olvidó el discurso que había ensayado.–Sé que es una sorpresa. También ha sido una sorpresa para mí. Había ido al médico porque estaba cansada, con sueño y le dolía la espalda, esperando que le recetase un analgésico, unos suplementos y tal vez un masaje... y había salido con las piernas temblorosas cuando le dijo que estaba embarazada de tres meses.–Estaba tomando la píldora –siguió–,
El médico miró hacia la cama.–Necesitas estar traquila y descansar. Tienes la tensión alta y eso puede dar lugar a todo tipo de problemas. Aunque el latido del niño es fuerte, no me gustan nada esas ojeras que tienes. Estás estresada y seguramente no tomas los nutrientes necesarios. Por supuesto, no hay necesidad de comer para dos como hacían antes, pero necesitas comer bien. Voy a darte una receta de ácido fólico, pero sobre todo debes descansar. Al menos durante un mes, asi que te aconsejaria que pideiras un tiempo en el trabajo.¿Cómo podía haber recorrido una distancia tan grande en tan poco tiempo? De la confusión total al pánico y de ahí a la angustia por la posible pérdida de aquel ser diminuto que crecía dentro de ella.Marcelo salió de la habitación con el médico y cuando volvió unos minutosdespués su expresión lgo seria. –Estaba mintiendo, ¿verdad? –murmuró –. No quería asustarme, pero es más serio de lo que dice. Lo he visto en su cara.–¿Ah, sí? Entonces tendre que sa
Alejandra había estado ocho días en el apartamento de Marcelo porque no había podido convencerlo de que descansaría igual en su apartamento.–No puedo cuidarte si no estás aquí –había dicho él, con total firmeza.Decirle que estaba tirando dinero en el alquiler de un piso que no ocupaba nadie no sirvió de nada, aunque Marc había inclinado a un lado la cabeza, fingiendo que la escuchaba con atención.–No debes estresarte por cosas poco importantes. Recuerda lo que dijo el médico.La única concesión había sido llevarle su ordenador portátil para que pudiera seguir en contacto con su grupo de trabajo,regulando el tiempo en el que podia trabajar. La comida era preparada por un cocinero y Marcelo volvía temprano de la oficina todos los días, aunque ella le aseguraba que no había necesidad.Marcelo daba el cien por cien en todo lo que hacía y también daba el cien por cien en la tarea de evitar que perdiese el niño. Y aunque le gustaba, resultaba turbador pensar que era una tarea de la que
–Es tan diferente a tu ático en donde vives –comentó–. Tu ático es tan minimalista e impersonal.–¿Un poco como yo? –sugirió él.No la había visto tan animada desde que empezaron a salir juntos varias semanas antes, cuando soñaba con casarse con él.Agatha se encogió de hombros.–Tú lo has dicho, no yo.Marc tuvo que sonreír.–¿Entonces te gusta?–Es maravillosa. Qué escondite tan fantástico. Me sorprende que quieras volver a tu lujoso atico después de pasar aquí un fin de semana, esto es el paraiso. Él desvió la mirada.–Demasiada tranquilidad puede ser agotadora.–¿Tienes gente que se encarga del jardín y la casa?–Naturalmente.–Porque podría hacerlo yo mientras esté aquí. Así tendría algo que hacer.–Estás aquí para descansar, Alejandra, recuerda lo que te indico el doctor.–La jardinería es relajante.–Si tú lo dices... –Marcelo salió del coche para abrirle la puerta.Todo lo que podrían necesitar, incluyendo lo necesario para que él trabajase desde allí, había sido enviado con