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Darren y yo estábamos en la cafetería. La casa donde crecí, cada rincón, cada pedazo de madera habían sido recorridos desde mis primeros pasos. También se daban los malos recuerdos cuando papá dormía en el suelo o en el sillón hasta las cuatro de la tarde. Cuando mamá salía para llevarme a la escuela, luego a su trabajo en la panadería y no la veía hasta las siete de la tarde, supuestamente Oscar tendría que estar cuidando de mí aunque la vecina al lado de casa, la señora Pierce venía a pedido de mamá y le daba unos veinte dólares por las horas que se quedaba.

En cierto modo, la casa estaba mantenida desde hace un año. Oscar decidió mudarse luego que yo consiguiera mi independencia y culminara mi carrera de enfermería. Ese año, él firmó la sucesión junto a mamá. Legalmente, la escritura de la residencia era mía por completo. Esto mismo le explicaba a Darren. Sus ojos no podían estar más sorprendidos, parecía que iban a saltarse de su cara. No esperaba esta propuesta.

—Creo que es dema
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