Capítulo 1

Dani

La noche recién comenzaba y ya quería irme. Si trabajaba en este bar de mala muerte era únicamente para poder pagar cosas básicas como la comida, la luz, el agua y el departamento que alquilaba junto a una compañera, entre otras cosas. Los viernes y sábados en la noche trabajaba desde las ocho de la noche hasta las seis de la mañana, cuando el bar cerraba, y eran mis días menos favoritos de la semana porque los borrachos abundaban en el negocio. Llevaba apenas tres semanas en el trabajo y ya quería largarme, pero no podía. Era eso o quedarme sin casa, porque mi compañera, por más que nos lleváramos muy bien, no iba a pagar mi parte del alquiler. Pero repetía en mi mente que esto sería un trabajo temporal, que alguien vería alguno de los tantos currículums que dejé en todos aquellos negocios y me contratarían y yo iría contentísima a hablar con el jefe y le daría mi renuncia.

—¿Qué le sirvo? —le pregunté al hombre de cuarenta y tantos años que acababa de sentarse en la barra.

—Whisky —respondió, mirándome descaradamente.

Rodé los ojos. Por eso detestaba tanto trabajar aquí. El acoso de parte de los hombres hacia nosotras, las tres mujeres que nos encargábamos de servir bebidas. Mi compañera Rose observó al tipo y revoleó sus ojos, sin importarle que él estuviera viéndola también.

—Detesto trabajar aquí. Quiero largarme —Rose murmuró en mi oído.

—Somos dos —afirmé, dándole toda la razón. El acoso que sufríamos era bastante grande. A menudo, los tipos nos piropeaban, creyéndose inteligentes, apuestos y todos unos galanes, cuando en realidad, en vez de conquistarnos, nos provocaban asco.

Mi primer día de trabajo tuve la necesidad de ir con mi jefe a notificarle que uno de los clientes no paraba de decirme obscenidades. Esperaba que él se encargara de echar a aquel tipo del bar, pero me quedé sorprendida cuando me dijo que lo soportara un par de horas, que no exagerara, que yo era simplemente una empleada y él un cliente. Exacto, yo era la empleada, trabajaba aquí y me merecía un trato correcto. Él como jefe y dueño del bar debía echar al hombre o pedirle que se comportara. No tenía por qué aguantar esto, era injusto, pero no podía reprocharle a mi jefe su decisión. Necesitaba el dinero.

Le entregué el vaso de whisky al hombre.

—Rose, voy al baño —le avisé a mi compañera, quien asintió.

Me metí en el baño de mujeres y saqué el teléfono para llamar a mamá.

—Hola, ¿cómo va todo? —preguntó. Sonaba contenta—. Me alegra que llamaras.

—Bien —mentí. La noche era un asco.

—¿Qué tal el trabajo?

—Estupendo —fingí una sonrisa.

Mamá creía que trabajaba en una cafetería nocturna, porque si le decía que trabajaba en un bar lleno de tipos borrachos que me acosaban, le daría un infarto y me haría regresar a casa. Desde antes de graduarme del instituto siempre tuve claro que quería independizarme y mudarme a un departamento cerca de la universidad. Me aceptaron en la Universidad de Washington, en Seattle, me dieron una media beca, lo que significaba que mi plan iba al pie de la letra, por eso me mudé de Nueva York. La parte fea del plan era todo esto, la parte de también tener que trabajar, pero todo fuera por mi título universitario. Mi madre no quería que me mudara a Seattle, pensaba que no estaba lista para vivir sola, para estar lejos de la familia, pero le rogué que me dejara porque necesitaba dar este paso tan importante. Son logros personales que quería tener.

—¿Cuándo vas a venir a vernos? Con tu padre y tus hermanos te echamos mucho de menos.

—Mamá, recién he empezado la universidad —sonreí. También los echaba mucho de menos. Era lo que quería, pero era duro.

Me quedé unos minutos hablando con ella y luego le dije que debía cortarle. Volví a la barra y vi a un chico alto entrando al bar, con expresión de furia en su rostro. Por lo general, en mis tres semanas como trabajadora, noté que los clientes siempre eran los mismos ebrios, pero a este chico no lo había visto nunca. Notó mi mirada sobre él y caminó hacia mí de inmediato.

—¿Qué te sirvo? —le pregunté cuando lo tuve parado frente a mí.

Era más alto de lo que se podía notar en la lejanía. Sus ojos grises iban acompañados con su entrecejo medio fruncido, lo que le daba ese toque intimidante. Su musculatura era notoria, no excesiva, pero se notaba que ejercitaba. De inmediato capté varios moretones en sus brazos, moretones que parecían tener ya varios días. Su cabello negro azabache me llamó la atención, le quedaba demasiado bien con su personalidad intimidante.

—Necesito hablar con el dueño del bar.

—¿Para qué lo necesitas?

—Vengo por el trabajo de guardia de seguridad. Bueno, a la entrevista —respondió. Su voz ronca era muy seductora. Tenía acento inglés. Y yo tenía gran debilidad por los chicos con acento.

Él dio un paso hacia adelante y su perfume llegó a mis fosas nasales, deleitándome. Era un perfume de los que parecían ser caros. Entonces, al pensar en ello, miré su ropa: vestía con una remera blanca en cuello V, jeans negros, zapatillas negras, y llevaba un reloj de plata en su muñeca, que, por cierto, también lucía caro.

—¿Estás bien? —su voz me trajo de regreso y alejó mis innecesarios divagues.

—Sí, perdona. ¿Qué era lo que querías?

—Hablar con el dueño de bar, vengo para una entrevista.

Cierto. La entrevista.

Jacob, el cuarentón, dueño de este asqueroso y caro bar, citaba a nuevos empleados a horas inadecuadas. Yo tuve la suerte de ser citada por la mañana, pero Rose, mi compañera, no: el jefe la citó a las nueve de la noche. Rose también tenía la misma necesidad de trabajar que yo, por eso asistió a la entrevista. Lamentablemente, a la entrevista de este chico la tenía que hacer yo, no el dueño.

—Sí, ven, pasa por aquí —le hice una seña para que me siguiera.

Entramos al cuarto de descanso, que tenía un pequeño escritorio con sillas para las entrevistas. Un sofá negro viejo pero cómodo yacía en el otro extremo de la habitación. Nathan tomó asiento frente a mí.

—¿Tú harás la entrevista?

—Sí —respondí, viéndolo extraña. Me senté y dejé mis brazos sobre la mesa después de buscar en el cajón su currículum—. ¿Por qué?

—Pensé que solo servías bebidas.

—Yo también, pero a mi maldito jefe le gusta darnos trabajos que no nos corresponden —sonreí del lado.

Nathan no respondió, solo asintió, con esa misma expresión seria con la que cruzó el bar.

—Entonces... Nathan Saigless... —leí su nombre—. Aquí dice que antes has trabajado como guardia de seguridad en dos bares de Inglaterra.

Afirmó con la cabeza.

—¿Por qué viniste a los Estados Unidos?

—Eso es un poco personal, ¿no crees?

Me encogí de hombros.

—Tú mismo lo dijiste, hasta hoy al empezar mi turno, yo también creía que solo servía bebidas, pero mi jefe me ha encargado esta entrevista. No tengo idea de qué preguntarte —admití. A juzgar por el calor que subía a mis mejillas, creo que mis mejillas ya estaban coloradas.

Nathan, alejando su expresión seria, me obsequió una leve sonrisa.

—¿Entonces por qué simplemente no dejamos esta entrevista y tú le dices al jefe que te he convencido y que él tiene que considerar darme el trabajo?

Sonreí.

Claro. Él la quería fácil.

—No quiero tener un guardia de seguridad deshonesto en el lugar en el que trabajo.

Sonrió levemente una vez más.

Qué lindo era.

—¿Deshonesto? —enarcó una ceja—. No me conoces.

—Exacto. —Miré los leves moretones en sus brazos y, aunque no fuera asunto mío, no pude evitar preguntarme qué le había pasado. Quizá se metió en una pelea. Nathan tenía ese aire de meterse en líos. Sí, lo sé, está mal juzgar por las apariencias.

Su voz me sacó de mi pequeña sumisión. Atrapada.

—¿Los músculos de mis brazos te llaman la atención? —Su tono era de arrogancia—. Sí, lo sé, tengo buen físico.

Rodé los ojos.

Cómo odiaba que las personas fueran así.

—Arrogante.

—Solo digo la verdad —respondió, con esa mirada que podía atravesar mis ojos y hacerme sentir incómoda. Me removí en mi asiento—. Entonces... —miró el nombre de mi camisa—. Dani —pronunció, saboreando mi nombre. Su acento era algo adictivo—. ¿Tengo el trabajo?

—No, eso no lo decido yo.

Mis ojos volvieron a ser atraídos por el reloj caro de su muñeca. Sí, realmente se veía caro.

—¿Piensas robarme el reloj? Digo, por cómo lo miras —Y otra vez la arrogancia en su tono.

Lo miré mal.

—Eres muy molesto, ¿te lo han dicho?

—Eres mala disimulando miradas, ¿te lo han dicho? —contraatacó—. Tal vez debería decirle a nuestro jefe que intentaste robar mi reloj.

Agrandé un poco los ojos.

—¿Cuándo intenté hacer eso? Mentiroso. Además, ¿en serio? ¿Nuestro jefe? Tú no trabajas aquí aún.

—Exacto. Aún.

Increíble.

—¡Bueno, sí que eres arrogante!

Sonrió, mostrando sus perfectos dientes. Nathan tenía una sonrisa muy linda.

—No suelo serlo —contestó, volviéndose serio de repente. Vaya, también había cambios repentinos de humor en él—. Pero de verdad espero trabajar aquí.

Esa es una pregunta que se hace en las entrevistas.

—Oh, bien, esa es una buena pregunta: ¿por qué quieres trabajar aquí?

—Porque soy nuevo en el país, en la ciudad, y tengo que trabajar. Necesito el dinero —contestó, obvio.

—Bueno, el jefe te llamará si te cree apto para el trabajo.

Nathan se inclinó hacia adelante, tomando mi mano derecha y haciendo una leve presión.

—En serio necesito el trabajo —repitió, con esa mirada seria, combinada con una pequeña pizca de preocupación y ¿desesperación?

Me tomó unos segundos dejar de ver sus ojos y quitar mi mano de debajo de la suya. Nathan observó mi acción.

—Disculpa.

—Ah, eres arrogante, pero te disculpas —bromeé. Creo.

La verdad no sabía mucho de Nathan, pero su mirada de necesito el trabajo y su tono preocupado me recordó a mi entrevista, que, por cierto, fue mi primera. Me llamaba mucho la atención sus ojos profundos, grises, penetrantes, sobre todo ese acento inglés que le quedaba divino con su voz. Probablemente al trabajo iban a dárselo a Nathan, porque él fue el único que se interesó en el puesto de guardia de seguridad. En este bar las peleas eran frecuentes, siempre terminaba algo roto, como los vasos, botellas, o la cara de algún borracho. Tenía entendido que los tres anteriores guardias renunciaron por cantidad de peleas en la semana, ellos terminaban bastante heridos al intentar separar a los contrincantes. Si Nathan quería este trabajo tenía que saber lo que le esperaba.

Nathan salió del cuarto de descanso cuando se lo indiqué y salí detrás de él, dispuesta a advertirle sobre las pelas. Hice una mueca de disgusto cuando noté la cantidad de nuevos clientes que llegaron al bar mientras yo estuve dentro de esa habitación con Nathan. Esta iba a ser una noche larga.

—Estás preciosa, mi niña —me dijo un tipo, un cincuentón, cuando pasé por al lado de la barra. Sostenía un vaso de whisky y me observaba descaradamente, con deseo.

—Y tú qué asco das —respondió Nathan, sorprendiéndome. Su tono fue bastante agresivo. El tipo lo miró, al igual que Nathan a él, y el primero terminó por apartar la mirada, incómodo.

Intercambié miradas con mi compañera Rose y luego seguí caminando, detrás de Nathan, quien ya estaba cruzando la puerta del bar. Me apresuré y salí al exterior, abrazándome por el fresco viento de la noche.

—¡Nathan! —lo llamé, deteniendo su paso.

—Dani —se dio la vuelta. Él tenía una manera peculiar de decir mi nombre. Me agradaba mucho.

—Gracias por eso —sonreí de lado. Él solo asintió—. Deberías saber que aquí las peleas son muy frecuentes, y por lo general, quien más termina herido es el guardia de seguridad —hice una mueca.

—¿Intentas ahuyentarme?

—No —dije rápidamente—. Estoy advirtiéndote —proseguí.

Nathan se pasó la mano por su pelo oscuro.

—Estoy acostumbrado a las peleas —contestó, rodeando un hermoso auto negro, aparentemente caro. ¿En serio él necesitaba el trabajo? Tenía muchas cosas muy caras—. Hasta pronto, Dani.

Se metió en su coche y se marchó.

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