La mañana llegaba tan molesta como siempre, no había razón alguna que lo hiciera amar la luz del día, era, después de todo, un lobo, un ser de la noche que no disfrutaba del sol con demasiado ánimo.
Abriendo los ojos, Belmont Fortier se incorporaba en su cómoda y lujosa cama, mirando hacia la nada y aun sintiendo aquellas sensaciones que su demasiado húmedo sueño le había regalado, necesitaba ducharse, bajar aquel animo demasiado levantado con el que había despertado, despojándose de sus pijamas, el apuesto Belmont dejaba que el agua fría le ayudara a entender que aquello no había sido más que un sueño, uno demasiado agradable, demasiado apasionado, su deseo por la talentosa Ceres Gultresa iba en aumento, su hambre de ella era cada vez mayor, incontrolable, su bestia interior ya quería tomarla, pero sabía que no podría aun hacerlo, no hasta que
Ojos celestes y castaños, se miraban fijamente peleando una batalla interna, imperceptible a la vista, en aquel pequeño y elegante estudia que pertenecía al gobernador, aquel hombre, perfectamente humano, común y corriente, podía respirar aquella asfixiante tensión que se derivaba de Fortier y Dupont, quería correr a abrir las ventanas para permitir que el aire de afuera lo aliviara un poco, a pesar de tener el refrescante clima encendido, se sentía sofocado por la presencia meramente agresiva qué despedían ambos hombres.– Bien, supongo que se den de preguntar porque razón los he traído aquí, así que iré al grano, la razón no es otra que el comienzo de su nuevo proyecto en conjunto con Dark Woods, el dueño de esta compañía, ha contactado conmigo solicitando algunas hectáreas en venta para comenzar a construir una fábrica aqu
El sudor perlaba su pálida frente, gemidos entrecortados, pasiones desmedidas, besos apasionados que le robaban el alma y el aliento, el calor que estallaba dentro de su vientre al sentir cada una de aquellas estocadas dentro de ella, los ojos celestes, como el color del cielo más limpio una mañana de primavera, que la miraban con deseo, adoración, de nuevo, estaba pasando de nuevo, aquel sueño tan vivido, morboso, un deseo prohibido, era pintora, era su jefe, un hombre que, por lo menos, era un par de décadas mayor a ella, aquella pasión desmedida, aquellas visones morbosas, aquellas sensaciones pecaminosas, aquello, era un manjar prohibido del que ella no deseaba probar, no lo amaba, no lo amaría nunca, ella no deseaba amarle, sin embargo, aquel calor lujurioso y pecaminoso en su pequeño vientre, la hacia tocar el cielo, la hacia desearlo, sentir el calor de su cuerpo desnudo sobre el de ella, para luego fundirse en mi
El horror nace de la monstruosa deformación de la normalidad, un lobo puede despertar miedo, pero no horror, ya que su apariencia y comportamiento es fácilmente predecible. Pero qué ocurre si ese lobo es más grande de lo habitual, parece poseer una fuerza y reflejos sobrenaturales, tiene rasgos extraños, y sobre todo encuentra un extraño placer en matar a niños y arrancarles la cabeza,el horror se apodera de los corazones de todo aquel que oye estas historias y entonces nacen las leyendas.Esto es lo que ocurrió en el condado de Gévaudan, región boscosa al sur de Francia donde los lobos campaban a sus anchas, el 30 de junio de 1764 apareció el cadáver degollado de una jovencita, de apenas 14 años, llamada Jeanne Boulet.Su cuerpo apareció parcialmente devorado, con las ropas por completo rasgadas. Los lobos podían atacar a los vecinos de la zona, pero no con e
Las mañanas en Paris eran apresuradas, se podría decir que también un poco extravagantes, aquella era conocida como la ciudad del amor, de la pasión, donde muchas mujeres que llego a conocer a lo largo de su vida, soñaban con conocer al hombre perfecto para vivir una historia romántica y pasional coronada por la torre Eiffel, ella, sin embargo, nunca había siquiera imaginado nada de ello, y, acostumbrada a la tranquila vida del estadounidense promedio que vivía en los barrios más tranquilos del lugar donde vivió siempre, no terminaba de acostumbrarse al ajetreo de una ciudad como Paris, en ese lugar la vida era rica y variada, por las mañanas y camino al museo, podía apreciar a un sin final de turistas alzando sus cámaras para fotografiar todo lo que encontraban a su paso, por las noches, de regreso a casa, era otro desfile mas de personas que ahora vestían de maneras mas extravagantes
El sol bañaba la terraza de aquel lujoso departamento propiedad de Belmont Fortier, y el refugio de Ceres, las aves revoloteaban de un lado a otro alborotadas por las pequeñas semillas que la castaña arrojaba sobre las rosas frescas para alimentarlas, su mirada estaba fija hacia la nada, perdida en los muchos pensamientos que la atiborraban desde temprano, era domingo, día libre para ella, ese día no tendría que ir al museo y, francamente, se sentía reconfortada por no tener que hacerlo, sus blancas mejillas volvían a colorearse de rojo al recordar aquel demasiado bochornoso momento entre ella y aquellos hombres que comenzaban poco a poco a meterse bajo su piel, aun podía sentir aquellos enormes y poderosos cuerpos pegados al de ella y recordaba lo diminuta que era en comparación a ellos, aquellas palabras que le habían dicho, resonaban en su mente como ecos que rebotaban una y otra vez, Auguste y Fortier,
El instinto del lobo es poderoso, incontrolable, el sexo es infame, violento, mas aun si es entre un macho y una hembra de la misma especie, no cabía duda que Belmont sabia eso, tenia su propio harem de hermosas lobas siempre dispuesto a complacerlo, sin embargo, había una en especifico que le agradaba mas que el resto, su hermosa flor de loto, como la llamaba el, Ekatherine, ese era su nombre, una hermosa loba de piel morena y ojos verdes como esmeraldas, carnosos labios rojos como el carmín, y una figura voluptuosa, era hermosa, erótica, sensual, pero no era por ello que Belmont Fortier la había convertido en su favorita, era aquella rebeldía natural y salvaje que siempre demostraba hacia el lo que lo enloquecía, no la amaba, no la amaría nunca, pero era suya y lo seria siempre, le había dado la marca de posesión, una marca ruin e infame peor que la que planeaba hacerle a Ceres, aquella marca solo era para decir
Paris era una ciudad enorme, demasiado hermosa y demasiado misteriosa, desde tiempos remotos había sido el escenario de diversos sucesos de índole histórica, sin duda, ser un guía turistas allí debía ser una experiencia francamente excitante, hablar de todo, de sus leyendas, sin embargo, Gevaudan siempre seria su hogar, aunque por el momento, había cosas que eran mas importantes.Travis caminaba a paso apresurado, su objetivo para estar en ducha cuidad, no era otro mas que el de encontrar a la señorita Ceres Gultresa, la hermosa mujer de cabellos rubios que había viajado hasta su pueblo natal en busca de información sobre su padre, su apellido no era el mejor del mundo, de hecho, en su comunidad era bastante repudiado, y sin embargo, a pesar de las cosa tan terribles que se contaban sobre aquella madre y su hijo que tenían aquel apellido, no sentía que la hermosa pintora fuese una mala persona
Ceres se sintio extrañada de ver a aquel muchacho allí, no se había olvidado de él, era el mismo y extraño guía de turistas que en un primer momento fue grosero con ella y, después, le contó sobre aquel suceso con los Gultresa que habitaron hace años en Gevaudan, la idea de tener un medio hermano que fuese un asesino, la hizo tener un escalofrío de vuelta, sin embargo, intuyendo que aquel muchacho tendría algo importante para decir, marco el número de Belmont para reportarse enferma, si bien, Gevaudan no estaba demasiado lejos de allí, sabía bien que aquel muchacho no abría hecho el viaje de no tener nada importante que decirle.- Hola, no esperaba su visita - dijo Ceres con cierto deje de recelo.- Lamento no haber avisado que vendría, pero, si me lo permite, tenemos que hablar - respondió Travis con premura y sintiéndose repentinam