Las mañanas en Paris eran apresuradas, se podría decir que también un poco extravagantes, aquella era conocida como la ciudad del amor, de la pasión, donde muchas mujeres que llego a conocer a lo largo de su vida, soñaban con conocer al hombre perfecto para vivir una historia romántica y pasional coronada por la torre Eiffel, ella, sin embargo, nunca había siquiera imaginado nada de ello, y, acostumbrada a la tranquila vida del estadounidense promedio que vivía en los barrios más tranquilos del lugar donde vivió siempre, no terminaba de acostumbrarse al ajetreo de una ciudad como Paris, en ese lugar la vida era rica y variada, por las mañanas y camino al museo, podía apreciar a un sin final de turistas alzando sus cámaras para fotografiar todo lo que encontraban a su paso, por las noches, de regreso a casa, era otro desfile mas de personas que ahora vestían de maneras mas extravagantes
El sol bañaba la terraza de aquel lujoso departamento propiedad de Belmont Fortier, y el refugio de Ceres, las aves revoloteaban de un lado a otro alborotadas por las pequeñas semillas que la castaña arrojaba sobre las rosas frescas para alimentarlas, su mirada estaba fija hacia la nada, perdida en los muchos pensamientos que la atiborraban desde temprano, era domingo, día libre para ella, ese día no tendría que ir al museo y, francamente, se sentía reconfortada por no tener que hacerlo, sus blancas mejillas volvían a colorearse de rojo al recordar aquel demasiado bochornoso momento entre ella y aquellos hombres que comenzaban poco a poco a meterse bajo su piel, aun podía sentir aquellos enormes y poderosos cuerpos pegados al de ella y recordaba lo diminuta que era en comparación a ellos, aquellas palabras que le habían dicho, resonaban en su mente como ecos que rebotaban una y otra vez, Auguste y Fortier,
El instinto del lobo es poderoso, incontrolable, el sexo es infame, violento, mas aun si es entre un macho y una hembra de la misma especie, no cabía duda que Belmont sabia eso, tenia su propio harem de hermosas lobas siempre dispuesto a complacerlo, sin embargo, había una en especifico que le agradaba mas que el resto, su hermosa flor de loto, como la llamaba el, Ekatherine, ese era su nombre, una hermosa loba de piel morena y ojos verdes como esmeraldas, carnosos labios rojos como el carmín, y una figura voluptuosa, era hermosa, erótica, sensual, pero no era por ello que Belmont Fortier la había convertido en su favorita, era aquella rebeldía natural y salvaje que siempre demostraba hacia el lo que lo enloquecía, no la amaba, no la amaría nunca, pero era suya y lo seria siempre, le había dado la marca de posesión, una marca ruin e infame peor que la que planeaba hacerle a Ceres, aquella marca solo era para decir
Paris era una ciudad enorme, demasiado hermosa y demasiado misteriosa, desde tiempos remotos había sido el escenario de diversos sucesos de índole histórica, sin duda, ser un guía turistas allí debía ser una experiencia francamente excitante, hablar de todo, de sus leyendas, sin embargo, Gevaudan siempre seria su hogar, aunque por el momento, había cosas que eran mas importantes.Travis caminaba a paso apresurado, su objetivo para estar en ducha cuidad, no era otro mas que el de encontrar a la señorita Ceres Gultresa, la hermosa mujer de cabellos rubios que había viajado hasta su pueblo natal en busca de información sobre su padre, su apellido no era el mejor del mundo, de hecho, en su comunidad era bastante repudiado, y sin embargo, a pesar de las cosa tan terribles que se contaban sobre aquella madre y su hijo que tenían aquel apellido, no sentía que la hermosa pintora fuese una mala persona
Ceres se sintio extrañada de ver a aquel muchacho allí, no se había olvidado de él, era el mismo y extraño guía de turistas que en un primer momento fue grosero con ella y, después, le contó sobre aquel suceso con los Gultresa que habitaron hace años en Gevaudan, la idea de tener un medio hermano que fuese un asesino, la hizo tener un escalofrío de vuelta, sin embargo, intuyendo que aquel muchacho tendría algo importante para decir, marco el número de Belmont para reportarse enferma, si bien, Gevaudan no estaba demasiado lejos de allí, sabía bien que aquel muchacho no abría hecho el viaje de no tener nada importante que decirle.- Hola, no esperaba su visita - dijo Ceres con cierto deje de recelo.- Lamento no haber avisado que vendría, pero, si me lo permite, tenemos que hablar - respondió Travis con premura y sintiéndose repentinam
Caminaba a paso apresurado hasta la estación de trenes, aun cuando sabia que estaba siendo seguido, lo sabía, estaba en territorio enemigo, pero poco importaba aquello, sabia defenderse bastante bien, no tenia miedo de unos cuantos lobos matones mandados por Belmont Fortier, mezclándose entre la gente, aun así prefería el dialogo a la confrontación, sin embargo, viéndose rodeado por varios hombres vestidos de negro, suspiro, sería la confrontación entonces, sacando su pequeño puñal de plata, miro fijamente a aquellos lobos, sin embargo, se sintió sorprendido de ver no a Belmont Fortier salir en medio de ellos, si no, a Auguste Dupont, aquellos que lo perseguían, no eran lobos, eran humanos tal cual lo era el, y aquella poderosa e intimidante presencia que sentía, no era de ellos, si no, de aquel lobo paria que se rumoraba había perdido a su manada completa en manos de Belmont Fortier, su presencia era incluso mas temible que la de el viejo lobo, sintiendo aquella presión en el pecho
La mañana había llegado tan fresca como agradable, por primera vez en meses, Ceres se levantaba sin sentir la humedad entre sus piernas, sin tener que correr de inmediato al baño para darse una larga ducha con agua fría, se había preparado café y delicioso pan tostado con variedad de mermeladas, las nubes grises presagiaban un día lluvioso, la torre Eiffel lucia majestuosa como siempre, se había sentado en el pequeño balconcito que regalaba desde las alturas una impresionante vista de la ciudad, se sentía ligera, tranquila, como si hubiese vuelto a ser ella misma, recordaba las palabras de Travis, el joven y amable guía de turistas en Gevaudan, su advertencia…mirando aquella pulsera de oro, no sabia muy bien que pensar al respecto de todo ello, había sido tal cual lo había dicho, una vez se puso el delicado objeto en la muñeca, y cayo en un profundo sueño, soñ&oacut
La clase por aquel día había terminado, esta vez, no vio el sumamente serio rostro de Auguste Dupont entre el público, y, no podía negarlo, lo había echado de menos, sin embargo, aun no podía dejar de pensar en las palabras de aquel guía de turistas, en la extraña coincidencia entre la pulsera y sus sueños, sentía que se estaba sumergiendo en aguas desconocidas, demasiadas cosas habían venido ocurriendo de manera meramente repentina, nunca antes su vida había sido tan agitada, siempre permanentemente en casa, pintando, viviendo el día a día sin mayor emoción, ahora, eran contados los días y las noches en que se sintiera en calma, un mar de turbulentos e}sentimientos y emociones parecían arrastrarla como si se tratase de una ola que le impedía terminar de ponerse pie, descubriendo aquel lienzo aun incompleto del lobo de pelaje castaño cuya mirada hab&ia
El sonido del celular sonaba una y otra vez logrando despertarla, de nuevo, una noche de sueños normales la hacía sentirse despejada, aunque, los recuerdos de la noche anterior en el parque, dónde había tenido lugar aquel encuentro demasiado íntimo entre ella y Auguste Dupont, aquello que había hecho, la imagen de aquel candente hombre de piel morena y ojos castaños probando desde sus dedos el sabor de su humedecida intimidad, había Sido demasiado excitante, la había besado, haciéndola probarse a si misma, eran tempranas horas de la mañana, Domingo para su gran fortuna, tendida sobre su cama, bajo su manos hasta aquel monte de venus suyo, aquel que jamás había experimentado el amor en carne, acariciándose así misma, intentando emular aquel sutil y delicado toqueteo que Dupont le había hecho la noche anterior, pudo sentir y experimentar aquellas sensaciones placenteras, la masturbación no era algo en lo que se detuviera a pensar, y aunque ya lo había hecho alguna vez y gracias a ese