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Siempre he pensado que el amor y la muerte son almas gemelas. No se buscan, solas llegan. Y si las buscas y las encuentras, te va mal.

Nunca supimos si nos buscamos o nos encontramos. Nos cuesta trabajo siquiera subrayar características principales de lo que vivimos, las charlas sin chiste de los primeros y últimos días confirman toda sospecha.

Fuimos raros. Ignorantes atrapados en un mundo de pensantes que vivieron en amor sin antes leer el instructivo. Sea como sea, es tarde. Se casará. ¿Qué otro resultado podía esperar? Siempre la supe emparejada, comprometida con alguien y obsesionada conmigo. Enamorada, que no es más que otra forma de decir lo mismo.

A decir verdad, creo que debería alegrarme. Que Zara se casé me da una nueva chance de enmendar el camino. Puedo reparar el engaño causado a quién nunca se supo engañada y hacerla feliz sin necesidad de que comparta mis besos, abrazos y palabras bonitas. Sería exclusiva, como siempre ha creído.

Sé que debería culparme. Hallar resentimiento en esos recuerdos de hotel barato y caricias caras. Avergonzarme sería lo menos que pudiese hacer mientras rezó, pero nunca he sido hipócrita frente a los ojos del Señor. Él sabe que no cambiaría un guión de mi película. Menos éste. Nunca éste. Porque en Zara hallé el trozo de vida que creía perdido. En sus brazos fui como siempre quise decir, como nunca más seré.

Saber que engañábamos, era veneno necesario cuando fuimos uno solo. Ajenos al no vernos. Únicos, mientras despertábamos a los vecinos con maratones de sexo y algo más. Eso fue lo nuestro. Sexo, sexo, sexo y algo más. ¿Qué más? nada más. O quizás todo más. Bien vale la pena disimular ahora que no estás. Te vas a casar. Carajo, Zara, te vas a casar.

¿Qué voy a hacer ahora cuando me dé la gana de hacerle al malo? Cuando quiera jugarle al macho y montarte sin tregua, ¿qué haré? Seguro te pasará lo mismo, pero distinto. Porque a nadie le venderás la mentira que me dijiste aquella noche en el estacionamiento de la pizzería.

‘’…no será lo mismo, tienes razón. Pero es lo que quiero. ¿Quién te dijo que mi anhelo era ser siempre la otra? Y no me vengas con que tú también jugaste ese papel porque sabes que en nada se parece. Mil veces le hice el amor a Gustavo imaginando tu cara. Le obsequié tu perfume para darle más realismo a la mentira. En verdad fui idiota. Pero ya no más. Ya no más, por favor…’’

Todo iba bien, hasta que dijiste por favor. Entonces supe que no me habías olvidado. Que si quería un último beso, ese era el momento. Lo tomé. Dejaste que lo tomará. Me imploraste que lo hiciera y lo hicimos en el carro.

‘’…ésta será la última vez. No podemos seguir con el rodeo. Hay mucha gente herida por nuestro juego. Para ya, por favor, para ya. Yo lo quiero. No como a ti, pero a nadie quise como a ti e igual viví dieciocho años. Ella te quiere. Tú la quieres. No se hagan más esto. No lo merecen. Mi número lo tienes, sabes que estaré ahí para todo, menos para lo que queremos. No estaré más para lo que queremos…’’

Pude insistir. Seguro estaba de que lograría algo, pero ya no quise. Me dejé engañar. Compré esa mentira de que lo hacías por ella y seguí adelante. Ahora que falta un día para tu boda, me doy cuenta de la estafa.

Gustavo me marcó, desesperado. No sabía que más hacer. Fuiste cruel al intentar dibujarme en él, pero más cruel contigo misma al conformarte con la mentira. Por eso digo que cuando tengas ganas de hacerle a la mala y de que te monte sin tregua será distinto. En mi no hay culpa. Fuiste tú quien mató los encuentros. Vivirás frustrada, siendo lo que no eres, lo que nunca serás.

Yo, en cambio, iré por el mundo como el más feliz de los sin vergüenzas. Esa se marchó en aquél mes de junio, cuando coincidimos en internet y acordamos el fallo. Era cumpleaños de la dueña de mis sonrisas, de regalo le tuve una compañera que jamás conocería.

Pedazo de hijo de puta, ¿no creen? yo no. En parte porque mi madre no tiene culpa de la desfachatez del hijo, y en otra porque solo represento lo que siete de cada diez anhelan, aunque pocos viven y casi nadie se enorgullece. Bien me merezco el insulto, pero a mi vieja déjenla tranquila. Ella nunca supo ni sabrá de la mierda de hijo que tuvo.

Llegó el día. Hoy te casas. Carajo, Zara, hoy te casas. Admito que en treinta mil veces que lo hicimos, nunca deseé tanto tocarte como ésta noche. Pero no te confundas. No me refiero a esas piernas diablas ni a esas caderas santas. Tampoco hablo de los rizos alborotados y largos que se desenroscaban entre mis dedos cuando te mentía sin apelo. Extraño tocarte el alma con verdades marchitas, juegos que supiste chuecos y aún así te divertías.

‘’Te amo’’, decía, y no recuerdo otra mentira tan grande. No te amo. Nunca te amé ni te amaré. Fuiste solo un tren que me arrastró entre fantasías nunca vividas, y, en el camino, me ayudaste a valorar lo que tenía. Porque eso sí, desde que llegaste, cada día la amo más ella.

Cuando le mientes al infeliz de Gustavo, me doy cuenta de lo afortunado que soy al tenerla como noviecilla y a ti como querida. Y si hablo en presente y no en pasado, es porque sé que aunque le juegues a la casita, bastará el más corto de mis mensajes para que te inventes un desayuno y te entregues a mí. Porque no fuiste mía. Eres mía.

Tampoco te hagas la inocente. Que hayas perdido el juego no te resta crédito. Fuiste tú quien me sonrió en aquella tienda cercana a la escuela, sabiendo que tenía historia con tu amiga y un noviazgo leal y bonito.

Ibas de la mano del pobre de Gustavo, desde entonces me odió. Nunca dio las gracias por desenmascarar cuan ligera era su amada, quizás no la vio. Quizás sí, pero es de hombres hacernos los tarugos cuando las cosas no van bien.

Dos años llevaba con ella cuando te me cruzaste en el camino. ¿Cómo no te iba a ver? Vas y vienes como perla preciosa; tentación de la buena y pecado del malo. Te vi. Nos vimos. Pronto nos contactamos y nos hablamos. Nunca me hablaste de Gustavo, pero yo sabía de él. Algunas veces me lo topé en los pasillos y otras tantas me maldijo sin hablarme. No lo culpo. Su amor se moría porque el ex de su amiga le desnudara hasta la mirada. Y que mirada…

Recuerdo el primer beso. Estábamos a las afueras de esa escuela repleta de conocidos y desconocidos que alguna vez nos hubieron visto. A ti con Gustavo y a mi con ella. Seguro que sí. Alguna amiga del chico que conocía a la amiga de la prima del novio de la amiguita que nunca me quiso para ella. Alguna razón siempre tuvo. O el primo del amigo del padre de la novia del hermano de Gustavo. También acertaba cuando hablaba mal de su cuñada, ¿no?

Es de justos aceptar nuestros pecados. Claro que sí. Sin embargo, lo nuestro ya roza en el cinismo, mujer. Mira que nunca nos corregimos. Mira que nunca nos arrepentimos.

¿Y cómo íbamos a arrepentirnos de aquellos besos apasionados? Esos que buscaste de lunes a domingo en los labios de Gustavo, mas nunca los hallaste. Esos que necesitabas en noches de ansiedad, mientras yo iba feliz al cine o a cenar con la mujer de mi vida. A quién sí amo. A quién siempre amaré.

Dicen que el primer beso nunca será superado. Aplica en el amor, quizás, porque en materia de pasión la nota mejoraba sábado a sábado. Cada beso superaba al anterior. Sé que el próximo, porque algún día volveremos a encontrarnos y me implorarás cinco minutos de locura, acabará con todos los anteriores y entonces sí no querrás volver a casa. Cuando lo veas a los ojos y le grites sin hablarle que deje de ser él y se convierta en mí, no pasará. Él nunca será como yo, y yo nunca seré para ti. No como tú quieres.

Las campanas de la iglesia suenan, el reloj marca la hora exacta en que la limusina debe llegar con la novia y el novio, o con la novia, y el novio llega después. O como sea ese bendito rodeo al que nunca le he prestado atención.

Imagino al pobre de Gustavo verte llegar; descender de esa limusina y pretender que la cara de deseo no le devore el rostro tierno que siempre hemos de demostrarle a la novia. No vaya a ser que la prima atrevida lo vea intenso y se lance a él el día en que nadie debe de fijarse en él. A decir verdad, no debo preocuparme por Gustavo. El tipo es tan buena gente que se casará contigo sabiéndose consuelo. Quien me preocupa eres tú. Tú y tu eterna lujuria que bien pudo contagiarme. Tú y tu eterno deseo de engañar gente y amar lo prohibido. Tú, tú, tú y tu maldita boda. Te vas a casar. Carajo, Zara, te vas a casar.

A menos de que la misa de 7 cambie cuando se atraviesa una boda, sospecho que se te hizo tarde. A ti, a Gustavo y a todos los invitados. Hay alguna gente en el recinto, pero no parecen con humor ni atuendo adecuado. Ni la señora rechoncha que va a disculparse ante figuras, hombres y dioses por ser como es de lunes a sábado. Ni el niño que va en camisa manchada de todo y tenis partidos en dos. Ni la madre, ni el hermano, ni siquiera el Padre que ya comenzó a hablar y se rehusa a tocar temas de amor mundano. Todo para Dios. Nada para mí. Nada para ti. Tampoco para Gustavo ni para ella que ni en el juego cuenta. La mentira comienza a caerse desde el principio.

7:30… 7:50… 10:00. ¿Dónde estás?

Revisé veinte veces el celular, pero las veinte decidí no molestarte. Chequé mi perfil, y, como acariciando la culpa inexistente, le dejé un mensaje a mi niña. No vaya a ser que piense que la amo menos.

Han pasado dos meses. No sé si te casaste, hallaste arrepentimiento o si moriste en el camino. Sé nada de ti. Como si hubieras desaparecido. Quizás sea momento preciso para sentar cabeza y al menos sentir culpa por alguien, pero no. No me sorprende. Si no sentí culpa por Gustavo que perdió a la mujer que le mantuvo feliz durante tres años. Si no sentí culpa por ti al ver que te enviciabas con la trampa del ratón y cada vez me hablabas más de ‘’amor’’ y menos como loca. Si no sentí culpa por mí que a tu lado he encontrado lo peor de mis adentros. Si no sentí culpa por ella que es a quien más amo y a quien le debo mis sonrisas, nada en esta bandida vida podrá causarme arrepentimiento. Voy muerto desde junio. Tengo tantas culpas que no me quedó de otra más que hacerlas mis amigas.

Diez meses más. Ya corrió un año desde aquella boda que nunca supe si se llevó a cabo o no. Si te casaste o no. Carajo, Zara, ¿te casaste o no?

Esperaba algo parecido a esto. Sabía que jugarías chueco y que desaparecerías del mapa. Imaginé que tu madre me negaría si te marcaba, entonces maldeciría la pérdida de ese bobo celular en la feria de San Marcos. Era entendible. Me quiso en un inicio, mas pronto vio que lo mío con su hija no iba enserio. Un año juntos y seguía sin dejar a la otra. Pobre señora. Le costaba entender que su hija era la otra.

Sin embargo, el juego ya se extendió demasiado. Una cosa es que quieras vivir sin mí, y otra es que puedas. Quieres, pero no puedes. Quisiste cuando llevábamos dos meses y me bastó el peor de los poemas para enredarte entre mis brazos. Quisiste a los seis meses, pero fuiste tan ingenua que lo intentaste en pleno invierno, y, con lo poco que te gusta lo helado, batallé nada para calentarte hasta las ideas. Quisiste, pero nunca pudiste. ¿Por qué podrías ahora? El matrimonio, por mucho que te empeñes en respetarlo, sé que no será un obstáculo. ¿Entonces?

No me aguanto más. Me inventaré una ida al baño y te marcaré. Poco importa que esté en el cine viendo una película que solo yo quiero ver.

¿Bueno?

La voz del otro lado descarta el tercero de los escenarios. El que más me angustiaba. No moriste.

—Buen día. ¿Se encuentra Zara?

Sé que eres tú. Sabes que soy yo.

—Ella ya no vive aquí. Volvió a Sinaloa con su esposo.

Mientes. Sé que mientes. Sabes que lo sé. Seguro en cualquier momento tumbas las palabras y te echas a reír. Sí. Seguro eso viene.

Un minuto de silencio. Quizás dos. Quizás solo fueron segundos en los que no se oyeron ni tu respiración ni mi suspiro entre cortado. Colgamos.

Volví a la sala y ella me recibió con la sonrisa de siempre. Me molestó. ¿Cómo podía estar tan feliz con una mierda como yo? ¿Por qué se conforma? Si es linda, buena, preciosa por dentro y por fuera, no como la puta de Zara. ¿Se casó o no?, ¡a quién carajo le importa!

Ya vamos en el carro. Comenta sobra la película con la emoción que no siente. Yo voy mudo. En mi mundo. Tan indiferente como ella cuando le pedí que fuéramos al cine a ver esa entrega que para nada le entretenía. Lo hizo por mí. Lo hace por mí. Vive por mí.

En cierto momento nota mi seriedad, pregunta qué me pasa. La voz le tiembla, no sabe lo que tengo y ya quiere pedir perdón. Lo pide. Terrible error.

—¿De qué pides perdón?

—Lo siento.

—¿Sientes qué?

Lloró como llora cada semana cuando arruino una buena tarde, una buena noche, una buena vida. Mientras lo hace, mi celular vibra en el bolsillo. Es un número desconocido, pero el mensaje vaya que lo identifico.

Voy de negro. Sol #214.

Era Zara. De negro su brasier y negra mi alma que de la nada brinca de emoción, la comparto con ella. Como debe ser. Como siempre será. Sonríe. Aliviada por reparar el error que nunca cometió. Del que nunca supo, como tampoco sabría que esa noche su amado haría llorar a otra mujer, pero por motivos diferentes.

El motel que Zara anexó, será testigo del beso que borrará todos los anteriores. Y entonces sí, no querrá volver a casa. Porque cuando vea a Gustavo a los ojos y le grite sin hablarle que deje de ser él y se convierta en mí, no pasará. Él nunca será como yo, y yo nunca seré para ella. No como ella quiere.

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