El día que tanto había esperado al fin llegó, esa mañana se levantó temprano para estar a primera hora en la empresa. Se vistió con un traje que mandó a diseñar para ese momento que llevaba esperando toda la vida. El color de su ropa era de azul marino en representación del poder que recibiría en unas horas más, el nombre de su sucesor quedaría en el olvido y de eso se encargaría él. Peinó su cabello perfectamente y colocó los gemelos de oro con un diamante incrustados que su abuelo le regaló en el último cumpleaños que pudo acompañarle. Se vio al espejo y no pudo evitar sonreír, las manos de su prometida rodearon su cuerpo compartiendo el mismo deseo, ser como los antiguos dueños de aquel lugar. —¿Por qué no puedo ir contigo? —hizo un puchero apartándose de él y quitando la pelusa imaginaria de su saco. —Tu presencia no es relevante, sólo necesito a quien pueda votar por mi. —Es obvio que tendrás la presidencia, no hay nadie tenga más acciones que tú que cuentas con las de tus he
Elora Seguí al doctor sin poder creer lo que estaba pasando, pellizcando mi brazo ante lo que llevábamos semanas esperando, la angustia que sufrimos esperando lo peor aquella primera noche y en principal su esposa. Calista me pareció una mujer fuerte desde el momento en que la conocí, alguien que no fácilmente se rompería y lo corroboré con los días. Pero hubieron dos ocasiones en la que la vi tan rota, el día en que su abuela murió y el día del funeral. Pero nada de eso se comparó con lo que vi en estos dos meses, era un cuerpo ausente, como sin alma y con una gran agonía en sus ojos. Una mujer muy diferente a lo que conocí, una mujer que estaba rota al perder lo que más quería. La comprendía, en su lugar estuviese internada en algún lugar especial al no poder sobrellevar tanto dolor. Eso me demostraba nuevamente lo fuerte que era ella, sin duda alguien que tenía mi admiración. Vi a los médicos revisar sus signos vitales, hacerle preguntas de rutina para asegurar que todo estaba e
Calista Tomé mi bolso para salir de la oficina, era la hora justa en la que los Michailidis se reunían para almorzar. Lo supe en una de los tantos informes de Nicholas. Subí al ascensor en el momento en que Egan se unía a mi, juntos iríamos a recoger a su madre al departamento para volver a la mansión Vasileiou. Mis guardaespaldas seguían mi paso a medida que avanzaba por el primer piso, la prensa estaba reunida en las afueras del edificio en espera del nuevo presidente del Emporio. Cuando salí y el viento cálido chocó contra mi rostro, los camarógrafos se me vinieron encima con un sinnúmero de preguntas mientras sacaban fotos del momento. «¿Calista cómo has tomado la noticia de la muerte de tu esposo? ¿Es cierto los rumores de que tú te harás cargo del Emporio? ¿Habrá un nuevo cambio con tu nuevo mandato sobre una de las empresas más importantes del país?»Me detuve viendo a las cámaras mientras mis guardaespaldas se encargaban de que nadie sobrepasara en mi espacio personal. —La
CalistaAlguien irrumpió en el despacho, entrando con gran ira a paso apresurado, tomándome del antebrazo para girarme y querer estampar una bofetada en mi rostro pero fui más rápida al sostener el suyo antes de que impactara contra mi. Mis ojos se clavaron en los suyos, ya nada me sorprendía, ni siquiera el que mi hermana quisiera golpearme sin un motivo aparente, segada por querer tener lo que yo tenía. —¿Por qué has vuelto, Calista? ¡Ojalá te hubieses quedado en el hoyo donde sea que estuviste escondida estos meses! —se exaltó queriendo hacer un berrinche como él que hacía frente a nuestros padres para que estos cedieran y la complacieran en todo. Cristel creció rodeada de cada uno de sus caprichos, pensando en que se merecía el mundo entero sin necesidad de mover un solo dedo por ser bonita. —¿Querías que muriera, Cristel? —solté su brazo y me recargué sobre el cristal cruza dime de brazos y pasando una mirada sobre ella. Su vientre abultado comenzaba a ser notorio, su embarazo
Aetos El pitido de la máquina que controla el ritmo cardiaco molesta mis sentidos, con esfuerzo abro mis ojos encontrándome en una sala blanca rodeada de aparatos, sintiéndome perdido y aturdido sin saber qué hacía en aquel lugar. No había nadie a mi alrededor, cuando quise apartar las agujas de mi mano la puerta de la habitación se abrió dejando pasar a personal médico que comenzaron a revisarme y hacerme preguntas que a penas pude contestar. Mi garganta picada, tenía sed. Mis ojos se encontraron con un rostro conocido, permaneciendo con una sonrisa que me pareció exagerada en su rostro. «¿Qué es lo que me había llevado a aquel estado? —Agua —le pedí en un hilo de voz debido a la resequedad. No tardó en darme lo que pedí cuando la lluvia de recuerdos aparecieron en mi mente, aturdiéndome un poco y fue como si algo hiciera clic en mi cabeza. —¿Calista?—Ella está bien, no te preocupes. Logramos salir a tiempo de casa, es una mujer tan fuerte. Las imágenes de ese día vinieron a mi
Calista Me dejé caer en el sillón de la oficina sin contener la sonrisa que me provocaba volver a verlo, sin importar que fuera a través de una pantalla. Mi corazón latía acelerado, emocionada como una adolescente antes de ver al primer amor de su vida. Encendí la laptop para hacer la videollamada a su móvil, Elora me había informado que hace unos minutos se lo había entregado y puesto al tanto de todo. «1, 2, 3...» Tomé una calada de aire viendo nuevamente su hermoso rostro, las lágrimas comenzaron a salir y no me molesté en contenerlas. Mi corazón parecía querer estallar con tantas emociones que me avasallaron, quise volar hasta allá para abrazarlo y besarlo hasta el cansancio, llorar en su pecho y hacerle saber el dolor que me causó su ausencia y la felicidad que me desbordaba saber que muy pronto estaríamos juntos de nuevo. —¡Joder, Calista! —la exclamación salió de su boca cuando sus ojos se cristalizaron y de sus ojos se deslizó una pequeña lágrima viéndose tan humano al de
Calista Saboreé el delicioso desayuno como si fuese lo mejor que había probado en el mundo, últimamente mi hambre era voraz y tenía que dedicarle tiempo al gym o me convertiría en una ballena. Todas las mañanas era la misma rutina, vomitar hasta vaciar mi estómago para luego comer como si no hubiese probado bocado en días. Mi bebé me tenía así. Estaba ansiosa por ver crecer mi vientre, nunca pensé que esto me emocionaría tanto pero cada que pensaba en ello una enorme sonrisa se dibujaba en mi rostro. Por las noches solía imaginar cómo sería, si tendría mis rasgos o los de su padre, amaba el color de mis ojos pero realmente deseaba que tuviera los de Aetos que eran maravillosos. Suspiré sacando mi móvil viendo la foto de pantalla que era la misma que tenía en mi antigua oficina en VM. Mis ojos se llenaron de lágrimas, la sensibilidad era algo que todavía me costaba controlar. —¿Calista? —alguien se detuvo frente a mí y al alzar la mirada solo maldije mi suerte al ver a Ulises fren
Calista Egan se quedó dormido después de media hora de vuelo lo que fue muy bueno y evitaría dar explicaciones, el resto del vuelo fue bastante tedioso para mi, algunas turbulencias me hicieron ponerme de pie e ir a vomitar al baño. Esperaba que aquellos síntomas desaparecieran pronto porque estaba cansada de vaciar mi estómago a cada nada y a la sensibilidad de este con algunos olores. —Sólo unas horas y estaremos con papá —susurré a mi pequeña pancita que sólo era visible para mi. Estaba demasiado nerviosa pensando en las posibles reacciones que tendría con la noticia, quizá si se hubiese dado en otro momento hubiese entrado en shock al no tener planeado ser madre a corto plazo pero él o ella llegó en el momento más adecuado, cuando necesitaba una razón para aferrarme a la vida, cuando sentí perderlo y reconfortarme que un pedacito de él yacía dentro de mi. Mojé mi rostro y me observé en el reflejo del baño, estaba pálida. Un movimiento más y volvería a vomitar. Con esfuerzo regr