CAPÍTULO 60

Daniel observaba desde su ventana, sus ojos admiraban sus tierras. Desde lo alto tenía una vista completa. El aire era fresco, pero Daniel se sentía confiado; su manada era fuerte y habían vivido en este territorio durante generaciones.

Un sentimiento de melancolía se instaló en su corazón al saber que hijo había nacido y aún no lo conocía. Su más ferviente deseo era encontrarlos.

—¿En que tanto piensas cariño? —Agatha deslizó su mano por el hombro de Daniel.

Daniel se removió y se apartó de ella. Tomó una copa y se sirvió un poco de vino.

—Necesito estar solo —habló.

—Seré silenciosa, lo prometo. —Ella se acercó de nuevo, lo tomó por los hombros y empezó a besar su cuello, tratando de lograr un encuentro íntimo con el Alfa.

—Ya te dije que necesito estar solo. —exclamó dándole un leve empujón.

La mirada de Agatha se endureció al recibir tal gesto.

—Ella decidió irse —gritó—, prefirió irse, apartarse antes que quedarse a tu lado. Te aborrece, desprecia nuestro mundo.

—¡Cállate! —
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