CAPÍTULO 161

Los dedos de Darius rozaron la áspera veta de la puerta de madera, empujándola para abrirla con una promesa silenciosa grabada en su corazón. La cabaña, envuelta por imponentes pinos y susurros de magia antigua, exudaba un aura de tranquila anticipación, como si también reconociera el significado de esta noche, una noche marcada por la luminosa luna llena, cuya luz entraba por las ventanas como focos celestiales.

Se movió con determinación, iluminando el interior con el suave resplandor de las velas. Sus llamas parpadeantes danzaban con gracia sobre las paredes, proyectando sombras que se balanceaban al ritmo de una melodía inaudible.

El aire estaba impregnado del olor a pino y el sutil toque de jazmín; este último era una elección deliberada, porque Darius sabía que sus propiedades calmantes podrían calmar la tempestad que a menudo veía arremolinándose en la tormentosa mirada de Isabella.

Había una mesa preparada, cubierta con un mantel tejido con los hilos más finos y su superficie
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