Son mellizos

Paola había dejado atrás la ciudad, y con ella, todas las ataduras y sombras de su pasado. Se instaló en un pequeño pueblo al sur, lejos de los murmullos y la influencia de los Hotman. Allí, encontró un lugar tranquilo, una pequeña cabaña con vistas al río, donde esperaba poder empezar de nuevo y vivir una vida en paz.

Los primeros días fueron un respiro. Disfrutaba de la soledad, explorando el paisaje, redescubriéndose a sí misma y adaptándose a la simplicidad de su nuevo entorno. Se sentía como si estuviera recuperando pedazos de sí misma que había perdido en esos años de matrimonio. Ahora que estaba sola, podía respirar sin miedo a las expectativas de nadie, podía caminar sin que el peso de la mirada de su suegra la siguiera, y, finalmente, podía empezar a curarse.

Sin embargo, semanas después de haber iniciado su nueva vida, algo cambió. Al principio, pensó que solo era el cansancio acumulado de los cambios recientes. Pero, poco después, los síntomas se hicieron más evidentes: náuseas, vómitos y una sensación constante de mareo. Se sintió aturdida y, al principio, trató de ignorarlo, convenciéndose de que era solo estrés o el efecto de tantas emociones reprimidas que ahora salían a la superficie.

Pero los días pasaban, y los síntomas empeoraban. Una mañana, tras un fuerte mareo y vómito, el pensamiento cruzó su mente como un rayo: ¿podría estar embarazada? La idea le parecía absurda. Había pasado tres años con Lucas sin lograr concebir, y los médicos incluso habían insinuado que sus posibilidades de quedar embarazada eran bajas. Durante años, había intentado, esperando con ansias ese milagro, solo para ser juzgada y humillada por su suegra por no darle un heredero. Después de tantos intentos fallidos, se había convencido de que nunca podría tener hijos.

Aun así, la duda persistía, y su mente no podía evitar volver a la noche que pasó con aquel hombre. ¿Y si…? El pensamiento le llenó de incertidumbre y un poco de miedo, pero también de esperanza. Podría ser solo una falsa alarma, pero necesitaba saber la verdad.

Con el corazón latiendo con fuerza, se dirigió al único centro médico en el pueblo y, tras una consulta, el médico confirmó lo que apenas se atrevía a pensar: estaba embarazada.

Paola sintió cómo una mezcla de emociones la invadía: incredulidad, alegría, y también una profunda gratitud. Después de tanto tiempo de dolor y decepción, la vida le estaba dando algo completamente inesperado, un nuevo comienzo en el sentido más literal.

Los meses pasaron en un susurro, cada uno llenando el mundo de Paola con una nueva luz. La llegada de su hijo había transformado su vida de maneras que nunca imaginó posibles. Su barriguita, más grande de lo normal, crecía como un recordatorio constante de que la vida estaba floreciendo dentro de ella. Las ecografías revelaron que sería un bebé grande, y Paola no podía dejar de imaginar cómo sería su pequeño, un pedacito de ella misma que pronto estaría en sus brazos.

El día del parto llegó con una mezcla de nervios y emoción. Paola se sentía preparada, lista para enfrentar cualquier cosa que viniera. En la sala de partos, con los médicos a su alrededor y el dolor de las contracciones atravesando su cuerpo, su corazón latía con fuerza. Con cada empuje, sentía que el mundo se desvanecía y, al mismo tiempo, que todo lo que había vivido la había llevado a ese momento.

Y entonces, como un rayo de luz atravesando la tormenta, el primero de sus bebés llegó al mundo. El llanto resonó en la sala, y Paola sintió que su corazón se desbordaba de amor. Pero, para su asombro, el doctor sonrió y anunció que había otro. Antes de que pudiera procesar completamente lo que estaba sucediendo, el segundo bebé nació, su llanto llenando el aire con una melodía nueva y vibrante.

Paola estaba en shock. ¿Dos? ¿No solo uno, sino dos hermosos angelitos? Las lágrimas brotaron de sus ojos, mientras una risa entrelazada con el llanto se escapaba de sus labios. Era más de lo que había soñado; había llegado a aceptar que nunca sería madre, y ahora tenía el regalo de dos vidas en sus brazos.

El doctor le pasó a cada uno de sus pequeños. Con manos temblorosas y llenas de asombro, Paola recibió a su hijo y su hija, sintiendo el calor de sus cuerpos contra el suyo. Eran perfectos, pequeños milagros que habían llegado para cambiar su vida por completo.

Mientras los miraba, la realidad de su nueva vida se asentaba en su corazón. Tenía dos bebés a los que amar y cuidar, y en ese momento supo que haría todo lo posible por brindarles un hogar lleno de amor, lejos de las sombras de su pasado.

Los bebés se acomodaron en su pecho, y Paola sintió que su corazón se expandía de felicidad. No solo había encontrado una nueva razón para vivir, sino que había creado una familia a partir de su dolor y sufrimiento. Por fin, había dejado atrás la tristeza y el desasosiego que la habían seguido, y ahora miraba hacia el futuro con esperanza.

Su vida había cambiado para siempre, y estaba lista para enfrentar lo que viniera, un día a la vez, con sus dos pequeños angelitos a su lado.

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Cinco años habían pasado desde que Paola había dado la bienvenida a Clara y Ethan, y cada día con ellos había sido un regalo. La pequeña familia había encontrado su ritmo en aquel pueblo alejado de la ciudad, donde los días eran simples y llenos de risas. Clara, con sus ojos verdes y cabello cobrizo, había heredado la curiosidad y la inteligencia de su madre. Ethan, con su cabello negro y una sonrisa traviesa, parecía una réplica de la alegría que emanaba de su hermana. Juntos, llenaban su hogar de vida y luz.

Sin embargo, en el fondo de su corazón, Paola sabía que había más allá de su pequeña burbuja. Aquella mañana, mientras los niños jugaban en el jardín, Paola se sentó con ellos bajo la sombra de un árbol, sintiendo que había llegado el momento de compartir su decisión.

—Chicos, hay algo importante de lo que quiero hablar con ustedes —comenzó, viéndolos dejar sus juegos y mirarla con atención.

—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Clara, inclinando la cabeza, mientras Ethan se acercaba más, curioso.

—Nos iremos a la ciudad —anunció Paola, sintiendo un nudo en el estómago al ver sus reacciones. Ambos niños se miraron entre sí, confundidos.

—¿Por qué? —preguntó Ethan, con su voz pequeña—. ¿No somos felices aquí?

Paola sonrió suavemente, sintiendo su corazón caldearse por la preocupación de sus hijos. Sabía que su vida en el campo había sido una bendición, pero también había limitaciones que quería que sus hijos superaran.

—Lo somos, y siempre recordaré lo felices que hemos sido aquí —respondió—. Pero quiero que tengan la oportunidad de conocer más cosas. La ciudad tiene muchas oportunidades, y quiero que puedan aprender, crecer y hacer nuevos amigos.

Clara frunció el ceño, tratando de comprender. —¿Oportunidades de qué?

—De educación, de actividades, de explorar el mundo —Paola explicó—. He hecho todo lo posible por enseñarles todo lo que sé, pero la ciudad tiene tantas cosas que podríamos descubrir juntos. Imaginen un lugar donde haya museos, parques, y escuelas con más recursos. Quiero que tengan todas las oportunidades que merecen.

Los niños asintieron lentamente, comprendiendo que, aunque estaban felices en su hogar, había un mundo más allá que aún no habían explorado. Sin embargo, su mirada era una mezcla de emoción y nerviosismo.

—¿Podremos llevar nuestras cosas? —preguntó Ethan, su voz apenas un susurro.

—Por supuesto, y también haremos nuevas aventuras —aseguró Paola, envolviendo a ambos en un abrazo cálido—. Será un nuevo comienzo para todos nosotros.

Paola vio cómo, poco a poco, la emoción comenzaba a brillar en sus ojos. Clara sonrió al imaginarse las aventuras, y Ethan, siempre el más inquieto, parecía ya emocionado por los cambios que vendrían.

Aunque sabía que el viaje a la ciudad cambiaría sus vidas para siempre, Paola estaba lista para enfrentarlo. Tenía la firme convicción de que, sin importar dónde estuvieran, lo más importante era que se tenían los unos a los otros. Con amor y determinación, todo lo demás podría resolverse.

Mientras sus hijos comenzaban a imaginar sus nuevos días en la ciudad, Paola sonrió al ver el brillo de esperanza en sus rostros. Aquella nueva aventura no solo sería una oportunidad para ellos, sino también un camino para que ella misma siguiera creciendo. Con sus dos pequeños a su lado, no había nada que temer. La ciudad, con todas sus promesas, los esperaba al igual que el padre de los mellizos.

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