Paola sintió una punzada de sorpresa cuando Ana la dirigió hacia el estacionamiento de la televisora en lugar de una sala de entrevistas. Se quedó un momento en silencio, dudando si debería preguntar, pero Ana pareció notar su expresión perpleja y le lanzó una sonrisa irónica.
—¿Qué pasa, Paola? ¿Creías que alguien tan importante como él se tomaría la molestia de venir hasta aquí? —Ana sacudió la cabeza con algo de desprecio—. Tenemos suerte de que haya aceptado siquiera una entrevista de diez minutos. No cualquiera obtiene una oportunidad así.
Paola parpadeó, aún más confundida. Era sabido que TCL, la cadena de televisión para la que ahora trabajaba, era la más importante del país; usualmente, las personalidades más influyentes ansiaban aparecer en sus programas para ser entrevistadas. ¿Quién sería este hombre que consideraba la televisora como algo secundario?
Durante el trayecto en auto, Paola trató de calmar sus nervios y concentrarse en la tarea que tenía por delante. Pero cuando llegaron frente a una imponente mansión, su curiosidad y asombro aumentaron aún más. La residencia era elegante y vasta, rodeada de jardines bien cuidados y con una fachada de mármol que irradiaba lujo y poder. Había algo casi intimidante en la forma en que aquella construcción se elevaba sobre ellas, como si estuvieran a punto de ingresar a otro mundo, uno lleno de secretos y exclusividad.
Ana estacionó el vehículo, y una asistente salió de la mansión para recibirlas. Paola apenas tuvo tiempo de procesar el ambiente antes de que las llevaran hacia una de las habitaciones interiores. La asistente caminaba rápidamente, con una actitud eficiente y casi fría, sin intercambiar miradas con ellas. Llegaron a una gran puerta doble de madera tallada que estaba abierta de par en par.
Paola y Ana intercambiaron una mirada rápida y cautelosa. La escena frente a ellas tenía algo extraño, como si se estuvieran asomando a una situación inesperada. La asistente, al ver lo que ocurría dentro, se tensó y, sin decir palabra, retrocedió unos pasos, dejándolas solas frente a la entrada.
Paola y Ana observaron la escena con una mezcla de sorpresa y tensión. Frente a ellas, un hombre estaba de rodillas, temblando y suplicando, su voz impregnada de un miedo palpable.
—Por favor, señor Maxwell... ¡Perdóneme! —El hombre en el suelo apenas levantaba la mirada, sus manos juntas en un gesto de súplica—. No tenía otra opción… lo juro.
El hombre al que llamaba "señor Maxwell" estaba sentado en un sofá de cuero negro, sosteniendo una copa en la mano y moviendo el líquido con calma, como si las súplicas fueran simples ruidos de fondo. A pesar de estar de perfil, Paola pudo notar su imponente presencia; su cuerpo atlético y postura elegante irradiaban una autoridad absoluta. Su expresión, fría y calculadora, acentuaba aún más el poder que emanaba de él.
—¿Cómo te atreves a traicionarme? —dijo Maxwell en voz baja, casi como un susurro cargado de desprecio—. Tú, un simple peón. No mereces ni siquiera mi tiempo.
El hombre en el suelo comenzó a balbucear, tratando de excusarse, pero Maxwell no lo dejó continuar. Se levantó de golpe y, con un movimiento rápido, tomó al hombre por el saco. Lo levantó con una facilidad intimidante, su rostro ahora solo a unos centímetros de su presa.
—Eres tan ruidoso... —le dijo, su voz cortante—. Me repugna tu cobardía.
Con un movimiento firme, Maxwell lo lanzó hacia una de las paredes, y el hombre impactó con fuerza, cayendo al suelo de forma estrepitosa. La copa en la mano de Maxwell apenas había perdido una gota, y él la levantó una vez más para dar un sorbo, su expresión fría y sin atisbo de compasión.
Paola se quedó sin aliento.
La escena frente a Paola y Ana se volvió aún más macabra cuando el hombre en el suelo empezó a toser violentamente, la sangre brotando de su boca, tiñendo el suelo de rojo oscuro. La atmósfera se volvió aún más densa y tensa. Un par de hombres con trajes oscuros se acercaron al hombre caído, sin mostrar la más mínima expresión de preocupación, y lo levantaron con brutalidad. Su cuerpo colapsó como un muñeco de trapo, y en pocos segundos lo arrastraron fuera de la habitación, como si fuera un cadáver en lugar de una persona que aún luchaba por respirar.
Maxwell, sin inmutarse, volvió a su asiento como si nada hubiera sucedido. Con una calma aterradora, levantó la copa y observó el contenido, como si estuviera esperando que algo sucediera, sin prestarle atención a la escena que acababa de presenciar.
—Llévense a ese inútil —ordenó con una voz fría y distante, sin ningún atisbo de emoción. Luego se giró hacia Paola y Ana, que se mantenían paradas en la entrada, observando la escena con incredulidad.
Paola no podía apartar la mirada de Maxwell. No solo estaba asombrada por su frialdad, sino también por algo más profundo. La conexión que sentía era inmediata, y un extraño sentimiento de reconocimiento se apoderó de ella. Los ojos de Maxwell, su mandíbula fuerte, la forma en que se movía… todo le resultaba familiar.
Maxwell no esperó mucho tiempo antes de dirigir su mirada hacia ellas, su rostro impasible y autoritario. Su voz, ahora completamente controlada, cortó el aire.
—Ustedes tienen 10 minutos para hacerme sus preguntas. No más.
Ana, visiblemente nerviosa pero profesional, asintió rápidamente y comenzó a organizar los detalles para la entrevista. Se movió con rapidez, ajustando la cámara y pidiendo a Paola que tomara su lugar como la camarógrafa. Paola, aún atónita, siguió las órdenes sin decir una palabra. Apenas pudo reaccionar a la intensidad de la situación, ya que estaba demasiado abrumada por lo que acababa de presenciar. Pero mientras lo hacía, algo dentro de ella la hacía sentir que este encuentro no era una coincidencia.
Al tomar su lugar y colocar la cámara, Paola finalmente miró a Maxwell más de cerca. Fue en ese momento cuando su corazón se detuvo por un instante. Reconoció sus ojos. Reconoció la forma en que su mandíbula se apretaba. Todo en él le parecía terriblemente familiar.
No era solo el hombre dominante que había visto en las noticias o en la tele. No. Era el mismo hombre con el que había compartido una noche intensa y fogosa seis años atrás, la noche que había resultado en algo mucho más grande que un simple encuentro de una sola noche.
Era el padre de sus mellizos.
El shock la envolvió de golpe. Su mente se quedó en blanco, incapaz de procesar lo que acababa de recordar. Paola miró a Maxwell nuevamente, y esta vez sus ojos reflejaban no solo desconcierto, sino también una profunda incomodidad. ¿Cómo podía ser que después de todo este tiempo, estuviera frente a él otra vez, en circunstancias tan inesperadas?
Maxwell no pareció notar la reacción de Paola, aunque, por un breve momento, sus ojos se posaron en ella con una mirada que parecía penetrar hasta lo más profundo de su ser. Tal vez, algo en su gesto o en su presencia había despertado un atisbo de reconocimiento en él también, pero no dijo nada al respecto.
Ana, impaciente por comenzar, le dio un pequeño empujón a Paola, indicándole que comenzara a grabar, pero Paola no podía apartar la mirada de Maxwell. La situación estaba a punto de volverse aún más complicada de lo que ya era.
Paola subió a su auto con las manos temblorosas y el corazón destrozado. No tenía rumbo, pero sabía que necesitaba escapar, perderse en algún lugar donde pudiera dejar que el dolor fluyera, aunque solo fuera por unas horas. Manejando sin rumbo, terminó frente a un bar discreto y oscuro, el único lugar donde sabía que nadie la reconocería y donde podría ahogar sus penas sin ser molestada.Entró, pidiendo una copa casi sin mirar al barman, y se sentó en una esquina aislada. Las luces tenues del lugar y el murmullo de las voces la envolvieron, dándole una efímera sensación de anonimato y soledad. A medida que el alcohol comenzaba a hacer efecto, Paola dejaba que los recuerdos y las palabras hirientes de Lucas se diluyeran, aunque el efecto era efímero. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Lucas y Rose en su cama reaparecía, como una pesadilla de la que no podía despertar.—¿Cómo pude ser tan ingenua? —se dijo en voz baja, con una mezcla de furia y tristeza.Pensó en los tres años
Cada palabra de Rose era un veneno que se iba acumulando en su pecho. No tenía fuerzas para responder, ni siquiera para enfrentar a aquella mujer que estaba robándole lo que más había querido en el mundo. Sentía que algo se desgarraba dentro de ella, como si cada fibra de su ser estuviera rompiéndose en pedazos.Con una mano temblorosa sobre el pecho, dio media vuelta, decidida a escapar de aquel lugar que antes llamaba su hogar. Solo quería desaparecer, dejar de sentir. Quería que el dolor se apagara de alguna forma, aunque solo fuera por un momento.Pero al girar hacia la puerta, se detuvo de golpe. Allí, de pie en el umbral, estaba su suegra, observándola con una expresión que mezclaba sorpresa y desaprobación. La madre de Lucas, quien siempre había sido fría y reservada con ella, tenía ahora una mirada penetrante, como si supiera todo lo que acababa de suceder en esa habitación.—Paola —dijo con voz seca—, ¿qué está pasando aquí?Paola tragó saliva, sin poder decir una palabra. Sa
Paola había dejado atrás la ciudad, y con ella, todas las ataduras y sombras de su pasado. Se instaló en un pequeño pueblo al sur, lejos de los murmullos y la influencia de los Hotman. Allí, encontró un lugar tranquilo, una pequeña cabaña con vistas al río, donde esperaba poder empezar de nuevo y vivir una vida en paz.Los primeros días fueron un respiro. Disfrutaba de la soledad, explorando el paisaje, redescubriéndose a sí misma y adaptándose a la simplicidad de su nuevo entorno. Se sentía como si estuviera recuperando pedazos de sí misma que había perdido en esos años de matrimonio. Ahora que estaba sola, podía respirar sin miedo a las expectativas de nadie, podía caminar sin que el peso de la mirada de su suegra la siguiera, y, finalmente, podía empezar a curarse.Sin embargo, semanas después de haber iniciado su nueva vida, algo cambió. Al principio, pensó que solo era el cansancio acumulado de los cambios recientes. Pero, poco después, los síntomas se hicieron más evidentes: náu
Paola había regresado a la ciudad llena de esperanza y determinación. Con sus ahorros, había logrado rentar un pequeño departamento para ella y sus dos hijos, Clara y Ethan. Aunque el espacio era modesto, ella lo llenó de calidez, decorándolo con los dibujos de Clara y los juguetes favoritos de Ethan, convirtiéndolo en un verdadero hogar para su pequeña familia.Cada mañana comenzaba igual: Paola preparaba el desayuno mientras Clara y Ethan se sentaban a la mesa, listos para empezar el día con sus risas y ocurrencias. Clara, siempre sonriente y educada, ayudaba a su mamá a colocar los platos y le hacía preguntas curiosas sobre la ciudad, los edificios y la escuela que pronto comenzaría. Ethan, por su parte, era el revoltoso de la familia. Con su risa contagiosa y sus comentarios inesperados, lograba hacer reír tanto a Paola como a Clara. Aunque a veces hacía más ruido del necesario, Paola sabía que su alegría llenaba de vida cada rincón del pequeño departamento.—Mamá, ¿ya conseguiste