Dereck Maxwell

Paola sintió una punzada de sorpresa cuando Ana la dirigió hacia el estacionamiento de la televisora en lugar de una sala de entrevistas. Se quedó un momento en silencio, dudando si debería preguntar, pero Ana pareció notar su expresión perpleja y le lanzó una sonrisa irónica.

—¿Qué pasa, Paola? ¿Creías que alguien tan importante como él se tomaría la molestia de venir hasta aquí? —Ana sacudió la cabeza con algo de desprecio—. Tenemos suerte de que haya aceptado siquiera una entrevista de diez minutos. No cualquiera obtiene una oportunidad así.

Paola parpadeó, aún más confundida. Era sabido que TCL, la cadena de televisión para la que ahora trabajaba, era la más importante del país; usualmente, las personalidades más influyentes ansiaban aparecer en sus programas para ser entrevistadas. ¿Quién sería este hombre que consideraba la televisora como algo secundario?

Durante el trayecto en auto, Paola trató de calmar sus nervios y concentrarse en la tarea que tenía por delante. Pero cuando llegaron frente a una imponente mansión, su curiosidad y asombro aumentaron aún más. La residencia era elegante y vasta, rodeada de jardines bien cuidados y con una fachada de mármol que irradiaba lujo y poder. Había algo casi intimidante en la forma en que aquella construcción se elevaba sobre ellas, como si estuvieran a punto de ingresar a otro mundo, uno lleno de secretos y exclusividad.

Ana estacionó el vehículo, y una asistente salió de la mansión para recibirlas. Paola apenas tuvo tiempo de procesar el ambiente antes de que las llevaran hacia una de las habitaciones interiores. La asistente caminaba rápidamente, con una actitud eficiente y casi fría, sin intercambiar miradas con ellas. Llegaron a una gran puerta doble de madera tallada que estaba abierta de par en par.

Paola y Ana intercambiaron una mirada rápida y cautelosa. La escena frente a ellas tenía algo extraño, como si se estuvieran asomando a una situación inesperada. La asistente, al ver lo que ocurría dentro, se tensó y, sin decir palabra, retrocedió unos pasos, dejándolas solas frente a la entrada.

Paola y Ana observaron la escena con una mezcla de sorpresa y tensión. Frente a ellas, un hombre estaba de rodillas, temblando y suplicando, su voz impregnada de un miedo palpable.

—Por favor, señor Maxwell... ¡Perdóneme! —El hombre en el suelo apenas levantaba la mirada, sus manos juntas en un gesto de súplica—. No tenía otra opción… lo juro.

El hombre al que llamaba "señor Maxwell" estaba sentado en un sofá de cuero negro, sosteniendo una copa en la mano y moviendo el líquido con calma, como si las súplicas fueran simples ruidos de fondo. A pesar de estar de perfil, Paola pudo notar su imponente presencia; su cuerpo atlético y postura elegante irradiaban una autoridad absoluta. Su expresión, fría y calculadora, acentuaba aún más el poder que emanaba de él.

—¿Cómo te atreves a traicionarme? —dijo Maxwell en voz baja, casi como un susurro cargado de desprecio—. Tú, un simple peón. No mereces ni siquiera mi tiempo.

El hombre en el suelo comenzó a balbucear, tratando de excusarse, pero Maxwell no lo dejó continuar. Se levantó de golpe y, con un movimiento rápido, tomó al hombre por el saco. Lo levantó con una facilidad intimidante, su rostro ahora solo a unos centímetros de su presa.

—Eres tan ruidoso... —le dijo, su voz cortante—. Me repugna tu cobardía.

Con un movimiento firme, Maxwell lo lanzó hacia una de las paredes, y el hombre impactó con fuerza, cayendo al suelo de forma estrepitosa. La copa en la mano de Maxwell apenas había perdido una gota, y él la levantó una vez más para dar un sorbo, su expresión fría y sin atisbo de compasión.

Paola se quedó sin aliento.

La escena frente a Paola y Ana se volvió aún más macabra cuando el hombre en el suelo empezó a toser violentamente, la sangre brotando de su boca, tiñendo el suelo de rojo oscuro. La atmósfera se volvió aún más densa y tensa. Un par de hombres con trajes oscuros se acercaron al hombre caído, sin mostrar la más mínima expresión de preocupación, y lo levantaron con brutalidad. Su cuerpo colapsó como un muñeco de trapo, y en pocos segundos lo arrastraron fuera de la habitación, como si fuera un cadáver en lugar de una persona que aún luchaba por respirar.

Maxwell, sin inmutarse, volvió a su asiento como si nada hubiera sucedido. Con una calma aterradora, levantó la copa y observó el contenido, como si estuviera esperando que algo sucediera, sin prestarle atención a la escena que acababa de presenciar.

—Llévense a ese inútil —ordenó con una voz fría y distante, sin ningún atisbo de emoción. Luego se giró hacia Paola y Ana, que se mantenían paradas en la entrada, observando la escena con incredulidad.

Paola no podía apartar la mirada de Maxwell. No solo estaba asombrada por su frialdad, sino también por algo más profundo. La conexión que sentía era inmediata, y un extraño sentimiento de reconocimiento se apoderó de ella. Los ojos de Maxwell, su mandíbula fuerte, la forma en que se movía… todo le resultaba familiar.

Maxwell no esperó mucho tiempo antes de dirigir su mirada hacia ellas, su rostro impasible y autoritario. Su voz, ahora completamente controlada, cortó el aire.

—Ustedes tienen 10 minutos para hacerme sus preguntas. No más.

Ana, visiblemente nerviosa pero profesional, asintió rápidamente y comenzó a organizar los detalles para la entrevista. Se movió con rapidez, ajustando la cámara y pidiendo a Paola que tomara su lugar como la camarógrafa. Paola, aún atónita, siguió las órdenes sin decir una palabra. Apenas pudo reaccionar a la intensidad de la situación, ya que estaba demasiado abrumada por lo que acababa de presenciar. Pero mientras lo hacía, algo dentro de ella la hacía sentir que este encuentro no era una coincidencia.

Al tomar su lugar y colocar la cámara, Paola finalmente miró a Maxwell más de cerca. Fue en ese momento cuando su corazón se detuvo por un instante. Reconoció sus ojos. Reconoció la forma en que su mandíbula se apretaba. Todo en él le parecía terriblemente familiar.

No era solo el hombre dominante que había visto en las noticias o en la tele. No. Era el mismo hombre con el que había compartido una noche intensa y fogosa seis años atrás, la noche que había resultado en algo mucho más grande que un simple encuentro de una sola noche.

Era el padre de sus mellizos.

El shock la envolvió de golpe. Su mente se quedó en blanco, incapaz de procesar lo que acababa de recordar. Paola miró a Maxwell nuevamente, y esta vez sus ojos reflejaban no solo desconcierto, sino también una profunda incomodidad. ¿Cómo podía ser que después de todo este tiempo, estuviera frente a él otra vez, en circunstancias tan inesperadas?

Maxwell no pareció notar la reacción de Paola, aunque, por un breve momento, sus ojos se posaron en ella con una mirada que parecía penetrar hasta lo más profundo de su ser. Tal vez, algo en su gesto o en su presencia había despertado un atisbo de reconocimiento en él también, pero no dijo nada al respecto.

Ana, impaciente por comenzar, le dio un pequeño empujón a Paola, indicándole que comenzara a grabar, pero Paola no podía apartar la mirada de Maxwell. La situación estaba a punto de volverse aún más complicada de lo que ya era.

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