Paola había regresado a la ciudad llena de esperanza y determinación. Con sus ahorros, había logrado rentar un pequeño departamento para ella y sus dos hijos, Clara y Ethan. Aunque el espacio era modesto, ella lo llenó de calidez, decorándolo con los dibujos de Clara y los juguetes favoritos de Ethan, convirtiéndolo en un verdadero hogar para su pequeña familia.
Cada mañana comenzaba igual: Paola preparaba el desayuno mientras Clara y Ethan se sentaban a la mesa, listos para empezar el día con sus risas y ocurrencias. Clara, siempre sonriente y educada, ayudaba a su mamá a colocar los platos y le hacía preguntas curiosas sobre la ciudad, los edificios y la escuela que pronto comenzaría. Ethan, por su parte, era el revoltoso de la familia. Con su risa contagiosa y sus comentarios inesperados, lograba hacer reír tanto a Paola como a Clara. Aunque a veces hacía más ruido del necesario, Paola sabía que su alegría llenaba de vida cada rincón del pequeño departamento. —Mamá, ¿ya conseguiste el trabajo? —preguntó Clara un día, mientras terminaba su desayuno. Paola se detuvo un momento, forzando una sonrisa para tranquilizar a su hija. —Aún no, cariño, pero estoy segura de que pronto lo encontraré. Había enviado su currículum a más de veinte empresas, aplicando para cualquier puesto que pudiera ayudar a cubrir los gastos de su nueva vida en la ciudad. Sin embargo, la espera comenzaba a preocuparla. El dinero que había ahorrado no duraría mucho tiempo, y cada día que pasaba sin recibir una respuesta aumentaba su ansiedad. Aunque trataba de ocultarlo, a veces, cuando creía que sus hijos no la veían, Paola soltaba un suspiro profundo, pensando en cómo iba a salir adelante. Aun así, cada mañana se despertaba con la esperanza de que aquel sería el día en que todo cambiaría. Preparaba a sus hijos para ir a la guardería y volvía a enviar currículos, chequeando constantemente su correo y su teléfono, esperando una llamada que trajera buenas noticias. Una tarde, después de pasar horas en la computadora buscando nuevas vacantes, recibió una notificación. Era un mensaje de una empresa en la que había aplicado hace semanas, invitándola a una entrevista al día siguiente. Su corazón dio un salto de alegría y, con una sonrisa genuina, llamó a sus hijos para contarles la noticia. —¡Niños! —exclamó Paola con entusiasmo—. ¡Mamá tiene una entrevista de trabajo mañana! Clara y Ethan corrieron hacia ella, emocionados al ver la alegría en el rostro de su madre. —¿Eso quiere decir que ya no estaremos solo en casa contigo, mamá? —preguntó Ethan, con una mezcla de curiosidad y tristeza. Paola rió y le dio un beso en la frente. —Significa que podremos tener más cositas para ustedes y que mamá podrá estar más tranquila. Clara, siempre observadora, le dio un abrazo a Paola y le susurró: —Estoy segura de que te darán el trabajo, mamá. Eres la mejor en todo. La mañana de la entrevista llegó, y Paola se preparó con esmero, recordando sus años de experiencia y cómo debía demostrar que era una excelente candidata. Al despedirse de Clara y Ethan en la guardería, ellos le lanzaron besos desde la puerta, deseándole buena suerte. Paola, emocionada y nerviosa, llegó al edificio para su entrevista. Al observar la enorme estructura moderna y las cámaras de seguridad en la entrada, se dio cuenta de que estaba frente a una televisora importante. Tomó aire y entró al vestíbulo, admirando la elegante decoración y las pantallas que transmitían noticias y programas en tiempo real. No tuvo mucho tiempo para examinar el lugar. De repente, una mujer joven y bien vestida, con expresión severa, se acercó a ella. Su cabello estaba impecablemente recogido y sostenía una tablet en una mano. —¡Por fin llegas! —dijo la mujer, lanzándole una mirada de desaprobación—. No es la mejor impresión para tu primer día de trabajo, ¿sabes? Paola se quedó atónita, sin entender exactamente lo que pasaba. Intentó explicar que venía para una entrevista, pero algo en la forma en que la mujer la miraba la hizo dudar. —Lo siento… no tenía idea de que… —Paola comenzó, pero la mujer le hizo un gesto para que la siguiera. —No hay tiempo para disculpas. Soy Ana Collins, tu supervisora. Tú serás mi asistente, y hoy tenemos una misión importante. La cadena va a hacer una entrevista exclusiva con una persona influyente en la ciudad, así que necesito que sigas mis instrucciones al pie de la letra. —Ana sacó una tarjeta de acceso del bolsillo y se la entregó a Paola—. Esto te permitirá moverte por las áreas de trabajo. No lo pierdas. Paola, aún en shock, tomó la tarjeta y siguió a Ana sin decir una palabra más. Se sentía abrumada, pero al mismo tiempo no quería corregir a Ana; después de todo, esta podía ser su única oportunidad de demostrar su habilidad en un trabajo como este. En la sala de equipos, Ana le entregó una cámara sorprendentemente pesada y varios accesorios adicionales. Paola, sin mucha experiencia en el uso de cámaras profesionales, trató de disimular su torpeza al sostenerla. —Bien, esta es tu responsabilidad hoy, Paola. Espero que puedas manejarla sin problema, —dijo Ana con tono autoritario, mientras caminaban hacia la salida de la sala—. Recuerda que hoy estamos entrevistando a una figura clave en la ciudad, así que quiero que estés preparada para todo. Paola asintió, tratando de procesar lo que ocurría. En su mente, repasaba la última vez que había tocado una cámara; no fue nada sofisticado, y mucho menos para un evento tan importante. Pero algo en la situación la hacía sentir que no debía detenerse. Por primera vez en mucho tiempo, alguien confiaba en ella para algo grande. Paola tragó saliva mientras escuchaba las instrucciones finales de Ana, quien la miraba con ojos severos, casi como si estuviera evaluando cada uno de sus movimientos. —Escucha, Paola, —dijo Ana, acomodándose el cabello y lanzándole una última mirada crítica—, lo único que tienes que hacer es sostener la cámara de modo que nadie se dé cuenta de que eres una principiante. Si arruinas esto, estarás fuera, y no voy a mover un dedo por ayudarte. ¿Entendido? Paola asintió nerviosa, tratando de recordar los pocos conocimientos que tenía sobre cámaras, y le dio la cámara un par de ajustes. Pero una inquietud la invadió; algo en la manera en que Ana hablaba sobre la entrevista le hizo sentir una curiosidad que no pudo reprimir. —¿Y quién es la persona a la que van a entrevistar? —preguntó Paola, intentando sonar casual. Ana bufó, como si la pregunta le pareciera innecesaria. —Eso no debería importarte, Paola. Lo único que necesitas saber es que es alguien poderoso, alguien que mueve los hilos en esta ciudad. Todos lo adulan, y las mujeres... —hizo una pausa, esbozando una sonrisa irónica—. Bueno, corren a su cama en cuanto tienen oportunidad. Hoy tienes suerte de conocer a alguien así. Ojalá lo disfrutes, porque no todos los días se está frente a alguien tan influyente. Paola asintió en silencio, sintiendo una mezcla de fascinación y nerviosismo. Mientras se dirigían al lugar de la entrevista, su mente empezó a divagar, imaginando cómo sería esa persona. ¿Sería un empresario importante? ¿Un político? ¿O quizás alguien más carismático y enigmático? El pensamiento de que, quizá, estuviera a punto de conocer a alguien con tanto poder le daba un extraño vértigo. Este trabajo improvisado la había sumergido en un mundo completamente desconocido, y aunque estaba llena de dudas, algo en ella la impulsaba a seguir adelante con eso.Paola sintió una punzada de sorpresa cuando Ana la dirigió hacia el estacionamiento de la televisora en lugar de una sala de entrevistas. Se quedó un momento en silencio, dudando si debería preguntar, pero Ana pareció notar su expresión perpleja y le lanzó una sonrisa irónica.—¿Qué pasa, Paola? ¿Creías que alguien tan importante como él se tomaría la molestia de venir hasta aquí? —Ana sacudió la cabeza con algo de desprecio—. Tenemos suerte de que haya aceptado siquiera una entrevista de diez minutos. No cualquiera obtiene una oportunidad así.Paola parpadeó, aún más confundida. Era sabido que TCL, la cadena de televisión para la que ahora trabajaba, era la más importante del país; usualmente, las personalidades más influyentes ansiaban aparecer en sus programas para ser entrevistadas. ¿Quién sería este hombre que consideraba la televisora como algo secundario?Durante el trayecto en auto, Paola trató de calmar sus nervios y concentrarse en la tarea que tenía por delante. Pero cuando
Paola subió a su auto con las manos temblorosas y el corazón destrozado. No tenía rumbo, pero sabía que necesitaba escapar, perderse en algún lugar donde pudiera dejar que el dolor fluyera, aunque solo fuera por unas horas. Manejando sin rumbo, terminó frente a un bar discreto y oscuro, el único lugar donde sabía que nadie la reconocería y donde podría ahogar sus penas sin ser molestada.Entró, pidiendo una copa casi sin mirar al barman, y se sentó en una esquina aislada. Las luces tenues del lugar y el murmullo de las voces la envolvieron, dándole una efímera sensación de anonimato y soledad. A medida que el alcohol comenzaba a hacer efecto, Paola dejaba que los recuerdos y las palabras hirientes de Lucas se diluyeran, aunque el efecto era efímero. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Lucas y Rose en su cama reaparecía, como una pesadilla de la que no podía despertar.—¿Cómo pude ser tan ingenua? —se dijo en voz baja, con una mezcla de furia y tristeza.Pensó en los tres años
Cada palabra de Rose era un veneno que se iba acumulando en su pecho. No tenía fuerzas para responder, ni siquiera para enfrentar a aquella mujer que estaba robándole lo que más había querido en el mundo. Sentía que algo se desgarraba dentro de ella, como si cada fibra de su ser estuviera rompiéndose en pedazos.Con una mano temblorosa sobre el pecho, dio media vuelta, decidida a escapar de aquel lugar que antes llamaba su hogar. Solo quería desaparecer, dejar de sentir. Quería que el dolor se apagara de alguna forma, aunque solo fuera por un momento.Pero al girar hacia la puerta, se detuvo de golpe. Allí, de pie en el umbral, estaba su suegra, observándola con una expresión que mezclaba sorpresa y desaprobación. La madre de Lucas, quien siempre había sido fría y reservada con ella, tenía ahora una mirada penetrante, como si supiera todo lo que acababa de suceder en esa habitación.—Paola —dijo con voz seca—, ¿qué está pasando aquí?Paola tragó saliva, sin poder decir una palabra. Sa
Paola había dejado atrás la ciudad, y con ella, todas las ataduras y sombras de su pasado. Se instaló en un pequeño pueblo al sur, lejos de los murmullos y la influencia de los Hotman. Allí, encontró un lugar tranquilo, una pequeña cabaña con vistas al río, donde esperaba poder empezar de nuevo y vivir una vida en paz.Los primeros días fueron un respiro. Disfrutaba de la soledad, explorando el paisaje, redescubriéndose a sí misma y adaptándose a la simplicidad de su nuevo entorno. Se sentía como si estuviera recuperando pedazos de sí misma que había perdido en esos años de matrimonio. Ahora que estaba sola, podía respirar sin miedo a las expectativas de nadie, podía caminar sin que el peso de la mirada de su suegra la siguiera, y, finalmente, podía empezar a curarse.Sin embargo, semanas después de haber iniciado su nueva vida, algo cambió. Al principio, pensó que solo era el cansancio acumulado de los cambios recientes. Pero, poco después, los síntomas se hicieron más evidentes: náu