Cada palabra de Rose era un veneno que se iba acumulando en su pecho. No tenía fuerzas para responder, ni siquiera para enfrentar a aquella mujer que estaba robándole lo que más había querido en el mundo. Sentía que algo se desgarraba dentro de ella, como si cada fibra de su ser estuviera rompiéndose en pedazos.
Con una mano temblorosa sobre el pecho, dio media vuelta, decidida a escapar de aquel lugar que antes llamaba su hogar. Solo quería desaparecer, dejar de sentir. Quería que el dolor se apagara de alguna forma, aunque solo fuera por un momento. Pero al girar hacia la puerta, se detuvo de golpe. Allí, de pie en el umbral, estaba su suegra, observándola con una expresión que mezclaba sorpresa y desaprobación. La madre de Lucas, quien siempre había sido fría y reservada con ella, tenía ahora una mirada penetrante, como si supiera todo lo que acababa de suceder en esa habitación. —Paola —dijo con voz seca—, ¿qué está pasando aquí? Paola tragó saliva, sin poder decir una palabra. Sabía que cualquier intento de explicación sería inútil, que su suegra probablemente culparía a la “frialdad” que su hijo le había arrojado como si fuera una excusa para justificar su infidelidad. Sintió cómo el peso de todo aquello la aplastaba, como si la tierra misma quisiera tragarla entera. Sin mirar atrás, Paola salió de la habitación, ignorando las miradas de Lucas y Rose, que aún parecían disfrutar su derrota. Caminó por el pasillo como si estuviera en un trance, como si su alma se hubiese quedado atrapada en ese cuarto. Sin embargo, antes de llegar a las escaleras, sintió una mano firme en su brazo que la detuvo. Se giró lentamente, con los ojos empañados y la respiración temblorosa, y vio a Brenda, su suegra, que la miraba con una mezcla de desprecio y satisfacción. Por un instante, Paola pensó que Brenda, la madre de Lucas, quien rara vez le había mostrado afecto, podría al menos tener un poco de empatía en ese momento. Pero la mirada de Brenda era dura, sin un atisbo de compasión. Paola intentó hablar, pedir una mínima comprensión, pero Brenda la interrumpió antes de que pudiera siquiera abrir la boca. —Es lo menos que te mereces, Paola —dijo Brenda, con un tono cortante, casi venenoso—. Mi hijo no necesitaba una mujer como tú. ¿Qué clase de esposa no puede darle a su marido un heredero? Paola sintió cómo las palabras de su suegra se clavaban en ella como puñales. La humillación que había experimentado hacía unos minutos en la habitación con Lucas y Rose ahora se multiplicaba. Sintió cómo sus defensas se desmoronaban, y aunque quería mantenerse fuerte, Brenda continuaba lanzándole reproches con frialdad. —Eres la única responsable de esto. Lucas tuvo que buscar consuelo en otra mujer porque tú no fuiste suficiente, porque te empeñaste en hundirlo en la miseria de un matrimonio vacío, sin hijos, sin una familia de verdad. Una mujer que no puede cumplir con el deber de dar un heredero solo trae desgracia —continuó, cada palabra cargada de desprecio—. Y eso es lo que has hecho, Paola: arrastraste a mi hijo a tu propio fracaso. Las palabras de Brenda se repetían en su mente como un eco, mientras Paola intentaba procesar la frialdad de cada acusación. Ella sabía que los problemas de fertilidad que habían tenido eran un tema delicado, un dolor silencioso que llevaba en el fondo de su alma y que Lucas siempre había tratado de ignorar o minimizar. Pero jamás pensó que aquel dolor se volvería un arma en su contra, en el momento en que más vulnerable se encontraba. Por un instante, se sintió responsable, culpable de haber sido “insuficiente,” de no haber cumplido con las expectativas de Brenda y Lucas. Durante años había sentido el peso de esa responsabilidad, y ahora, en medio de su dolor, comenzó a creerlo. Quizás era cierto, tal vez había sido ella quien había fallado, quien había arruinado todo desde el principio. Brenda, viendo su silencio y la confusión en su rostro, esbozó una sonrisa cruel, como si el triunfo fuera suyo. Soltó su brazo, dejándola allí, destrozada y en completo silencio, sabiendo que había dejado una herida que sería difícil de sanar. Paola apenas podía respirar. Con el corazón destrozado y la mente atormentada, salió de la casa sin mirar atrás. Sabía que había perdido todo: su matrimonio, su dignidad, y ahora, al parecer, hasta la certeza de quién era ella misma. . . . Paola se estacionó frente a la mansión Hotman, su antigua casa, con el corazón latiendo con fuerza. Había pasado los últimos tres años allí, viviendo una vida que ahora parecía pertenecer a otra persona. Inspiró profundamente, preparándose para el enfrentamiento que sabía que tendría con Brenda. Desde el primer día, su suegra la había despreciado, y si bien había soportado muchas humillaciones en silencio, hoy no permitiría que Brenda la debilitara. Al entrar en la mansión, encontró a Brenda en el salón, sentada con la misma postura altiva de siempre. Al verla, Brenda frunció el ceño, claramente confundida. —¿Qué haces aquí? —preguntó con frialdad. Paola no dudó. Abrió su bolso, sacó el documento de divorcio y se lo extendió a su suegra, su voz serena y firme. —Solo vine a dejar esto. Es el acta de divorcio. Solo falta la firma de Lucas. Brenda tomó el papel con una mirada de sorpresa, que pronto se transformó en una sonrisa de triunfo. Observó el documento y, sin ocultar su satisfacción, le dirigió una mirada despectiva. —Al menos has entendido finalmente que no eres digna de mi hijo. Deberías haberte dado cuenta antes —dijo Brenda, con una sonrisa cruel—. Lucas merece una mujer que le dé lo que necesita, alguien que pueda cumplir con su papel. Paola sintió un pinchazo de rabia, pero la contuvo. No había venido a defenderse ni a entrar en una discusión. Ya había tomado su decisión. Sin embargo, aún le quedaba algo pendiente antes de marcharse para siempre. —Voy a subir por mis cosas —anunció, con un tono de calma que la sorprendió incluso a ella misma. Pero cuando dio el primer paso hacia las escaleras, Brenda se interpuso en su camino, bloqueándole el paso con una expresión de burla. —No, querida, aquí no tienes nada que llevarte —dijo Brenda con una risa amarga—. Todo lo que tienes es gracias a mi hijo, y no permitiré que te lleves nada de esta casa. Paola apretó los labios, dándose cuenta de que no valía la pena discutir. Ella no tenía interés en llevarse nada material de ese lugar; lo único que necesitaba era cerrar ese capítulo de su vida. Miró a Brenda por última vez, con una expresión serena y resignada. —Está bien. No necesito nada de aquí —dijo, y se dio la vuelta para marcharse. Mientras salía, sintió un peso aligerarse. Sabía que esa casa estaba llena de cosas, pero ninguna de ellas le pertenecía realmente. Lo único que llevaba con ella era el anillo que su madre le había regalado, un símbolo de todo lo que había sido suyo antes de Lucas, antes de esa familia que solo la había hecho sentir menos de lo que era. Cuando cerró la puerta de la mansión, sintió que finalmente estaba dando el primer paso hacia su libertad.Paola había dejado atrás la ciudad, y con ella, todas las ataduras y sombras de su pasado. Se instaló en un pequeño pueblo al sur, lejos de los murmullos y la influencia de los Hotman. Allí, encontró un lugar tranquilo, una pequeña cabaña con vistas al río, donde esperaba poder empezar de nuevo y vivir una vida en paz.Los primeros días fueron un respiro. Disfrutaba de la soledad, explorando el paisaje, redescubriéndose a sí misma y adaptándose a la simplicidad de su nuevo entorno. Se sentía como si estuviera recuperando pedazos de sí misma que había perdido en esos años de matrimonio. Ahora que estaba sola, podía respirar sin miedo a las expectativas de nadie, podía caminar sin que el peso de la mirada de su suegra la siguiera, y, finalmente, podía empezar a curarse.Sin embargo, semanas después de haber iniciado su nueva vida, algo cambió. Al principio, pensó que solo era el cansancio acumulado de los cambios recientes. Pero, poco después, los síntomas se hicieron más evidentes: náu
Paola había regresado a la ciudad llena de esperanza y determinación. Con sus ahorros, había logrado rentar un pequeño departamento para ella y sus dos hijos, Clara y Ethan. Aunque el espacio era modesto, ella lo llenó de calidez, decorándolo con los dibujos de Clara y los juguetes favoritos de Ethan, convirtiéndolo en un verdadero hogar para su pequeña familia.Cada mañana comenzaba igual: Paola preparaba el desayuno mientras Clara y Ethan se sentaban a la mesa, listos para empezar el día con sus risas y ocurrencias. Clara, siempre sonriente y educada, ayudaba a su mamá a colocar los platos y le hacía preguntas curiosas sobre la ciudad, los edificios y la escuela que pronto comenzaría. Ethan, por su parte, era el revoltoso de la familia. Con su risa contagiosa y sus comentarios inesperados, lograba hacer reír tanto a Paola como a Clara. Aunque a veces hacía más ruido del necesario, Paola sabía que su alegría llenaba de vida cada rincón del pequeño departamento.—Mamá, ¿ya conseguiste
Paola sintió una punzada de sorpresa cuando Ana la dirigió hacia el estacionamiento de la televisora en lugar de una sala de entrevistas. Se quedó un momento en silencio, dudando si debería preguntar, pero Ana pareció notar su expresión perpleja y le lanzó una sonrisa irónica.—¿Qué pasa, Paola? ¿Creías que alguien tan importante como él se tomaría la molestia de venir hasta aquí? —Ana sacudió la cabeza con algo de desprecio—. Tenemos suerte de que haya aceptado siquiera una entrevista de diez minutos. No cualquiera obtiene una oportunidad así.Paola parpadeó, aún más confundida. Era sabido que TCL, la cadena de televisión para la que ahora trabajaba, era la más importante del país; usualmente, las personalidades más influyentes ansiaban aparecer en sus programas para ser entrevistadas. ¿Quién sería este hombre que consideraba la televisora como algo secundario?Durante el trayecto en auto, Paola trató de calmar sus nervios y concentrarse en la tarea que tenía por delante. Pero cuando
Paola subió a su auto con las manos temblorosas y el corazón destrozado. No tenía rumbo, pero sabía que necesitaba escapar, perderse en algún lugar donde pudiera dejar que el dolor fluyera, aunque solo fuera por unas horas. Manejando sin rumbo, terminó frente a un bar discreto y oscuro, el único lugar donde sabía que nadie la reconocería y donde podría ahogar sus penas sin ser molestada.Entró, pidiendo una copa casi sin mirar al barman, y se sentó en una esquina aislada. Las luces tenues del lugar y el murmullo de las voces la envolvieron, dándole una efímera sensación de anonimato y soledad. A medida que el alcohol comenzaba a hacer efecto, Paola dejaba que los recuerdos y las palabras hirientes de Lucas se diluyeran, aunque el efecto era efímero. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Lucas y Rose en su cama reaparecía, como una pesadilla de la que no podía despertar.—¿Cómo pude ser tan ingenua? —se dijo en voz baja, con una mezcla de furia y tristeza.Pensó en los tres años