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Capítulo dos: Entre Sábanas.

“Las más locas y mejores ideas son aquellas

Sin sentido de pertenencia”

— ¿Quieres que te sirva más hija?

—No, gracias mamá ¡El estofado estuvo delicioso!— me paro de la mesa y señalo las escaleras.

—Subiré a mi cuarto, tengo deberes que terminar— le dije, ella asintió con la cabeza, fui a mi habitación con un sentimiento de ansiedad enorme. 

Entré y cerré con llave, me lancé en la cama, decir que estoy frustrada es muy poco, realmente estoy estresada. Saco el celular del bolsillo de mi short, lo desbloqueo y busco el contacto de Leo.

*Conversación por mensaje de texto*

Para Leo: Hola, ¿estás ahí?

Para Fanny: ¿Dentro del celular?, Si quizá sea un virus que se escabullirá en tu galería y verá tus videos porno. 

Reí por su idiotez, sonreí, al parecer no está enojado.

Para Leo: Que gracioso, eres un idiota, yo no tengo videos porno, tú sí, y es una afirmación.

Para Fanny: Lo único porno que tengo en mi celular es la foto de tu tía Carmen en traje de baño, (agrega emoji de asco).

Fruncí el ceño haciendo una mueca, mi tía tiene cincuenta años y es obesa, seguramente la foto la tomó cuando fuimos a un acuario en México, recuerdo muy bien ese día, él tomó la gran idea de meterse a un estante con delfines, lástima que estos no lo vieron muy bien que digamos.

Para Leo: En serio no sé cómo puedo ser tu amiga. Tenemos que vernos y hablar. 

Esperé más de dos minutos hasta que me contestó.

Para Fanny: Paso por ti en una hora. 

Fin de la conversación 

Suspiré. Me levanté de la cama escogiendo ropa para darme una ducha, necesitaba estar fresca, necesitaba pensar mejor.

Dejé el agua fría correr mientras me deshacía de mis prendas. 

Esto es tan confuso para mí, si tan solo Daniel estuviera aquí, no mercería morir, tenía solo catorce años. Aunque, ¿Quién merece morir?, No sabemos cuándo llegará el momento, él era mi mano derecha, mi maestro en las travesuras, mi consuelo, lo extraño, siento que lo extrañaré toda la vida.

A veces pensamos que el tiempo curará nuestras heridas pero, en realidad el tiempo te enseña vivir con el dolor. Si algo he aprendido es que la vida te puede dar todo, y arrebatarlo en un segundo.

Quito una lagrima que se ha deslizado por mi mejilla y decido seguir con mi tarea en la ducha. 

Una vez término salgo envuelta en una toalla mientras seco mi cabello con otra. Me coloco mi ropa interior de encaje rosa, unos jeans oscuros al igual que una camiseta azul con un suéter de lana blanco, ajusto mis zapatillas negras y peino mi cabello dejándolo suelto.

No soy muy aficionada al maquillaje, muchos me dicen que no lo necesito pero de igual forma me gusta gastar dinero comprándolo.

Típico, comprar lo que no necesitas. 

Pinto mis labios de un rosa pastel, coloco algo de rimen y rubor, me hice las cejas hace una semana en una estética, pague cincuenta dólares por ello así que no me preocupo por arreglarlas.

Espero el tiempo que falta para que Leo llegue, aunque en realidad no pasa mucho para cuando visualizo un auto aparcar frente a mi casa. Bajo rápidamente las escaleras.

— ¡Hija, Leo está esperándote!— me grita mi madre batiendo algo en un recipiente.

—Si lo sé mamá, iré a dar una vuelta.

—Está bien, solo no llegues tarde y cuídate.

Asiento con la cabeza y salgo de casa. Leo viste unos jeans color mostaza, una camisa blanca y una chaqueta marrón. Me abre la puerta de su auto y subo en el asiento copiloto.

— ¿Y bien a dónde vamos?— pregunto abrochando mi cinturón de seguridad.

—A donde podremos hablar tranquilamente— responde, y yo ya se hacía donde nos dirigimos.

—El jardín de rosas— mencionamos al mismo tiempo.

Es un lugar muy tranquilo situado a unos quince minutos en auto desde mi casa. La mayoría de las personas va allí para tener una tarde tranquila mientras puedes observar todo tipo de rosas de cada color posible en el mundo, en el centro yace una pequeña estatua de una pluma. Se dice que cada una de ellas esconde una historia. 

Al llegar bajamos del auto y caminamos hasta una banca en donde posteriormente tomamos asiento.

—¿y bien?, ¿realmente quieres hacerlo?

—Si tú estás dispuesto, digamos 

Que si— me cruzo de hombros nerviosa.

—Bien, entonces hagámoslo.

—¿Pero cómo?, es decir, ¿ya has estado con otras mujeres no?— pregunto avergonzada bajando la cabeza. Quiero darme un golpe por idiota. 

Él ríe un poco y después niega con la cabeza.

—No te mentiré Fanny, nunca he estado con una mujer, digamos que mis experiencias sexuales se centran más en... chicos —arrastra la última palabra.

«Dios debo estar como un tomate ahora»

—Yo no quiero obligarte a hacer algo que no quieras—le digo porque es cierto, nunca me lo perdonaría el llegar a lastimarlo, o que él se sienta obligado a hacerlo.

—¿Y quien dice que no quiero?— dice y es cuando lo miro sorprendida, puedo ver un ligero brillo en sus ojos.

—¿Quieres decir que tu quieres tener sexo conmigo? — Murmuro por lo bajo, aunque se que nadie nos está oyendo, no hay muchas personas a nuestro alrededor.

—Bueno— se encoge de hombros.

—Siempre es bueno tener nuevas experiencias, y quiero ayudarte.

—Ya no sé si pueda hacerlo, es decir eres mi mejor amigo y, me da algo de 

Pena, el que tú y yo, bueno, 

Ya sabes— admito, él se pasa una mano por su cabello y suspira.

— ¿Y si nos emborrachamos?

— ¿Qué? Planeas embriagarme para acostarme contigo— levanté una ceja.

—Bueno, de hecho el que se iba a embriagar era yo, mientras tú te encargabas de violarme. 

Abrí mis ojos con asombro y me levanté de la banca.

— ¡¿Qué?! ¡¿Estás loco?! —Grité.

— ¡Shhh casi me dejas sordo, era una suposición, pero hablo en serio con lo de beber de más, el alcohol en el momento, quizá sea más 

fácil—respiré profundo, me dejé caer de nuevo en la banca pensando. 

¿A quién engañas?, estando consciente jamás podrás estar con él.

—Está bien, pero soy menor de edad, no me venderán alcohol.

—Tengo diecinueve años Fanny, yo lo compraré. 

Un silencio incomodo apareció, movía mis dedos nerviosa.

— ¿Y a donde vamos?, a tu casa, la mía, ¿o prefieres que pague un motel? 

Lo fulminé con la mirada, analicé sus palabras y un nudo en mi estómago empezó a formarse incómodamente.

— ¿Quieres que lo hagamos hoy?—

Pues, mis padres están en casa de la abuela ya que tiene bronquitis, y tu cita con Alan es el sábado ¿no?— 

Me miró serio y asentí con la cabeza.

—Entonces vamos a tu casa —me decidí.

El sol se estaba ocultando, Leo paró en una licorería, compró varias botellas de vino y alcohol, también la cena en un supermercado.

Su madre, Rebecca, es diseñadora de interiores y su padre trabaja en una empresa reconocida de la ciudad. De hecho mi padre se lleva muy bien con él suyo. No obstante no son amigos inseparables, lo único que sé es que han hecho un par de negocios juntos. 

Luego de una hora de paradas y camino, llegamos a su casa, la mamá de Leo tiene un jardín hermoso.

—Pasa, iré por las compras— entré mientras el bajaba todo de la cajuela. 

Me senté en la sala viendo como mi mejor amigo preparaba la cena. Él es un As en la cocina, yo digamos, no se me da tanto.

Si no que mi fuerte es la moda, quizá un día logre crear una marca reconocida y chicas hermosas modelen mis prendas en Milán y España. 

Comenzamos a degustar la ensalada de camarones y pulpo.

—Bien, empecemos con esto— dijo señalando las botellas de vino. 

Después de un par de horas perdí la cuenta de cuánto alcohol había tomado, Leo estaba más sobrio que yo, eso era más que seguro.

—¿Recuerdas que en quinto grado Ashley Jackson te lanzó un bote lleno de pintura azul? parecías

Pitufina— ambos reímos sin parar recordando ese momento, en ese entonces era muy enana y mi cabello rubio con el cuerpo lleno de pintura azul me hacía verme como ella, una pequeña y enojada Pitufina.

—Pero ese día te peleaste con ella como dos gatas jalándose el cabello, y te suspendieron por agredir a una compañera—mi voz estaba algo ronca y mi visión borrosa. Pero no quitaba lo gracioso de la situación.

—No iba a permitir que nadie te lastimara, jamás permitiré que alguien te lastime Estefanía— Sus palabras fueron sinceras. Se acercó a mí, me puso de pie tomándome de la cintura.

—No podría vivir en un mundo en dónde no existieras.

— ¿Por qué me dices esto Leo?— susurro confundida. 

—Porque mi mundo eres tú —y entonces me besa.

¡Detenlo! 

¡Cállate conciencia!

¡Es tú amigo!

¡A la m****a si es mi amigo!

Espero no arrepentirme de esto mañana, pasé mis brazos por su cuello y profundice el beso.

Nuestras respiraciones eran entrecortadas, sus labios se separaron de los míos por un instante. 

—¿Te han dicho que besas jodidamente bien?— Okey creo que perdí la cabeza, él me sonrió para volver a pegar sus labios con los míos, un gemido se escapó de mi boca cuando me levantó e hizo que mis piernas rodearan su cintura, haciéndome sentir su erección ya bastante pronunciada.

Caminaba y me daba igual hacía donde, quería seguir sintiéndolo de esta forma. 

¡Dios no puedo creer que este a punto de tener sexo con mi mejor amigo gay!

—Solo déjate llevar— Susurró mientras empezaba a quitarse la ropa, dejó caer su chaqueta y camisa a un lado, se posicionó encima de mí y sin vergüenza trace una línea recta por su torso con mis dedos.

—El gimnasio de tu tío hace 

Milagros— sonreí burlonamente al ver que su cuerpo estaba más musculoso que antes.

—Quizá mañana no recuerdes esto pero, para mí será la mejor experiencia de todas— sus palabras me dejaron desconcertada. 

Empezó a desvestirme, y agradezco la poca conciencia que el alcohol me dio, ya que la vergüenza se fue alejando.

—Será nuestro pequeño 

Secreto —susurró en mi oído. 

Para después perderme entre sus caricias.

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