Zeiren La mujer y el niño estaban a salvo, asustados pero vivos. Ella, me di cuenta tarde, estaba embarazada, corrió a esconderse con el niño, listos para escapar.Mi corazón latía con fuerza, y un pensamiento me consumía por completo: regresar con mi mujer.Maté unos cuantos vampiros más que se lanzaban a atacarme mientras lo único que quería era llegar a mi Eloah. Mi piel picaba por la necesidad de tenerla de nuevo en mis brazos y escapar de ese maldito lugar.La aldea estaba sumida en un caos total. Las llamas devoraban las casas, había cuerpos por todas partes... Tanto de lobos como de vampiros. Un humo oscuro y denso oscureció el lugar, haciendo que fuera casi imposible respirar y ver más allá de un metro. Los gritos habían cesado casi por completo, reemplazados por el inquietante silencio de la muerte."Por favor, que esté bien…"Pero cuando llegué al lugar donde la había escondido, mi cuerpo se congeló.No estaba.—No… —murmuré, mi respiración acelerándose—. ¡Cordelia!El
Zeiren La oscuridad se desvaneció de golpe cuando mis pies tocar un suelo frío de mármol. Levanté la mirada, observando a mi alrededor para ubicarme. Era una sala enorme con paredes de piedra negra.Casi en el centro había un trono imponente, tallado en, lo que parecían ser, huesos y metal oscuro. Un vampiro elegante y de aspecto letal, estaba sentado allí. Su mirada afilada me recorrió de pies a cabeza.—¿Qué me has traído, Adriano? —preguntó con voz profunda.El vampiro que había dirigido el ataque en la aldea, se adelantó unos pasos, inclinándose con respeto.—Su alteza… —dijo, sus palabras cuidadosas—. Él es el nephelim.El vampiro en el trono se enderezó dejando ver qué estaba sorprendido. Sus ojos brillando con codicia. Una sonrisa se formó en su rostro. Aunque no le duró mucho. Desapareció en cuanto las puertas se abrieron detrás de mí.Dos guardias trajeron a Cordelia. Su cuerpo aún estaba débil, tambaleándose mientras la arrastraban. Sin pensarlo, me zafé del agarre de
Cordelia —Cor… Todo a mi alrededor cambió cuando la escuché. Ahora estaba en el hospital...La voz era apenas un susurro, pero la oí con claridad. Levanté la cabeza para mirarla.—Estoy aquí —le respondí, enderezándome en la silla—. No te preocupes, no voy a irme.Fernanda sonrió débilmente, su piel pálida contrastando con sus ojos que aún conservaban ese brillo pícaro que siempre la caracterizaba.—Lo sé, tonta. Eres como una maldita lapa... no me sueltas ni en mis peores momentos.No pude evitar reír, aunque el nudo en mi garganta no me dejó disfrutarlo. Ella me había prohibido llorar, y yo quería ser fuerte para ella.—Alguien tiene que aguantarte —le respondí, tratando de aligerar la tensión del momento."El momento... solo le quedaban horas..."Ella rió, pero el sonido pronto se convirtió en una tos violenta que sacudió todo su cuerpo. Me enderecé, preocupada, mientras la veía intentar recuperar el aliento.—Tranquila… tranquila… —le susurré, acariciando su cabello—. No hables
Cordelia Un club nocturno que no conocía apareció a la vista.Luces de neón, música fuerte, risas y susurros entre humanos y vampiros...Y Fernanda. Con su sonrisa juguetona, con una copa en la mano, su cuerpo relajado, seducida por promesas de eternidad.Y él.El mismo bastardo que ahora tenía frente a mí, acercándose a ella con una sonrisa encantadora, con palabras dulces que destilaban veneno.“Bebe de mí y despertarás siendo algo más. Algo mejor.”Ella aceptó sin dudar, sin cuestionar... Fernanda siendo Fernanda... Impulsiva, atrevida, decidida.Se dejó morder. Se dejó llevar por la idea de la inmortalidad, por la emoción, por la adrenalina… por la mentira.El dolor vino poco después.Su cuerpo se retorció, su garganta se cerró, su piel ardió como si la estuvieran quemando desde dentro."Él la había envenenado."Y yo también lo estaba sintiendo en carne propia."No lo hizo para convertirla, sino para matarla.""Para divertirse.""¡Maldito, chupa sangre!" grité en mi mente.El clu
Cordelia Mi trasero ya estaba dolido por haber pasado horas sentada en el suelo frío de la celda.Cerré los ojos una vez más y respirando hondo. Me concentré en la energía de este lugar, en la posibilidad de encontrar alguna presencia atrapada entre estos muros.Pero no había nada.Solo el sonido de la respiración pesada de Zeiren y el silencio sofocante del calabozo.Frustrada, exhalé con fuerza y volví a intentarlo. Ignoré el dolor en mis músculos por estar tanto tiempo en la misma posición. Mi abuela me enseñó que los espíritus estaban en todas partes. Y qué solo necesitaban una razón para responder.Tenía que haber espíritus en este lugar, lo sentía en cada fibra de mi ser. Pero, por alguna razón, no podía alcanzarlos. Era como si una barrera invisible se interpusiera entre nosotros... o como si algo los estuviera ahuyentando.—Nada aún, ¿eh? —La voz de Fernanda interrumpió mi concentración.No abrí los ojos, pero apreté la mandíbula.—Dame un segundo más.Ella resopló y se de
Cordelia—¡Oye! Te ves guapísima —dijo con esa voz apática que te hacía sentir como si te estuviera lanzando un ladrillo a la cara en lugar de un cumplido.—¿Y eso a qué viene? —le contesté, arrastrando las palabras mientras la miraba de arriba abajo, más por costumbre que por verdadero interés en su atuendo. Fernanda estaba impecable, como siempre.Pero no tenía tiempo para analizar su estilo. Porque, en menos de un segundo, ya estaba gritando.—¡Ya está, Cor! —me agarró de los brazos con una fuerza innecesaria, como si fuera a arrancarme del sofá por completo—. ¡Ya basta de lloriquear por ese escuincle malparido!Me tambaleé cuando me obligó a levantarme. Logré zafarme de su agarre y me quedé parada ahí, cruzando los brazos, aunque me sentía como un trapo viejo que alguien había descolgado a la fuerza.—¡Uy sí! —le reproché, arqueando una ceja coloqué las manos en mis caderas—. Como si fuera por ese baboso y ordinario por el que estaba llorando...Ella no se lo creyó ni por un segun
Cordelia Ni bien empujé la puerta doble de la entrada, la voz de doña María resonó como una campana por todo el espacio.—¡Ay niña! ¡Hasta que vuelves! —gritó con ese tono de madre que mezcla regaño y cariño en partes iguales.Ella estaba detrás del mostrador, ajustándose el chal tejido que siempre llevaba encima, sin importar si hacía frío o no. Sus ojos brillaban con ese aire de "tengo un secreto" que tanto le gustaba.Mi primer reflejo fue sacar los auriculares del bolsillo de mi abrigo. Eran mi escudo, mi forma de fingir que no estaba hablando con un espacio vacío.—Ya ves, tocó volver... —le respondí mientras me acercaba al mostrador—. ¿Algún chisme nuevo?—¡Oh! Nada del otro plano… muertos y más muertos —dijo, alzando las cejas—. Aunque estos últimos están bien raros...No tuve tiempo de preguntar qué quería decir con "raros", porque Fernanda entró detrás de mí con la energía de un huracán.—¡¿Qué cuenta, María?! —saludó, exagerando el tono mientras agitaba una mano—. ¿Verdad q
Zeiren No podía moverme. No podía hablar. No podía abrir los ojos. Estaba atrapado en mi propio cuerpo, sintiendo cada sensación a mi alrededor.El frío de la mesa debajo de mí fue lo primero que percibí en quién sabe cuánto tiempo. No era como el frío al que estaba acostumbrado dentro de las profundidades de la ciudad. Este era otro tipo de frío... Algo inerte, algo que no debería estar allí.Las voces, distantes al principio, como si alguien estuviera hablando al otro lado de una puerta cerrada. Una que no podía abrir.No estaba solo.Pude sentirlos antes de escucharlos: un humano, moviéndose cerca de mí con pasos firmes pero contenidos. Olía a desinfectante y a algo más... jabón, tal vez. Luego, una presencia diferente. Ligera, como el roce de un susurro, pero con una energía constante y tranquila. Otra más llegó después, inquieta, moviéndose con rapidez a mi alrededor, como un mosquito al que no puedes espantar.Y entonces llegó ella.Su presencia me atravesó como una ráfag