Miranda
Muevo mis caderas de un lado a otro midiendo la comodidad del vestido, me dificulta un poco el movimiento, pero puedo trabajar con ello. El color blanco suelta destellos alucinantes que me hacen sonreír. Este es el vestido, me encanta. Es casi como el de la película de Cenicienta. Mis ojos centellean de emoción, pero es necesario no dejarse deslumbrar en un tema tan serio y hacerlo pasar por todas las pruebas posibles. Quién sabe si se nos antoje algo de sexo con él puesto. Todas las opciones deben quedar abiertas.
Escucho la risa de Richard a mi espalda. Mis mejillas se acaloran un poco. Es incómodo tenerlo aquí observándome probar vestidos de novia y dando sus opiniones, certeras por demás, como si me conociera de toda la vid
Miranda—Me dio a mí la gran noticia que sería para mi padre. Tendría un hermanito a quien tendría que proteger de todo el que quisiera hacerle daño. Esas palabras tan fervientes se grabaron en mi mente con mucha fuerza y se volvieron el pilar de mi existencia hasta el día de hoy. Como me dijo esa noche antes de besar mi frente y darme las buenas noches: «Los hermanos se aman eternamente».Mis hombros se sacuden sin control y me lanzo a sus brazos. Lo escucho reír, me quita la copa y murmura algo sobre arruinar mi vestido de princesa perfecto. Detrás de él, demasiado cerca de nosotros, tres dependientas y algunas clientas más chillan sin control logrando hacerme reír en medio de mis lágrimas.Richard ríe con más ganas y me
JamesCon mis manos en los bolsillos de mi pantalón observo, desde mi ventana, el ajetreado movimiento en el jardín trasero de la casa de mi abuelo. Las últimas flores coloridas que son puestas en su lugar, las luces que le darán el ambiente íntimo y sobriamente festivo que aseguró la asesora de bodas, las sillas para la fiesta y los últimos encajes en las sillas de los invitados a la ceremonia. Es toda una parafernalia inútil que hace doler mi cabeza, y de la que afortunadamente Richard se ofreció de ocuparse para complacer cada capricho de su hermanita loca que será mi esposa. El problema no es el dinero, el sólo pensar en tener que ocuparme de algo que debe hacer la novia me pone de mal genio. No ha sido una semana fácil y estar alerta de cada movimiento de Lucio y de Marco. Si la dejaba intentar planear nuestra boda nos casaríamos en
JamesInmediatamente se relaja. Escucharla decir todas esas cosas no es algo agradable para mí. Estas dudas con respecto a mi amor por ella las logré yo al cancelar nuestra boda una semana atrás sin consultarle, por mis estúpidos miedos creyendo lo que sería mejor para ella y nuestros bebés. Pero jamás habrá nada mejor para Miranda Veillard, que yo.—Me aburriré de ti cuando seas pobre, se empequeñezca tu pene y dejes de llamarme «Mi Amor».Suelto una gran risa.—Solo tú puedes soltar una estupidez semejante. —También rí
James—Avisaré para que nos esperen una hora para que te arregles.Le doy un beso, y sonrío sin lograr soltarla. Un beso en su frente y doy un paso atrás. Ya nos veremos abajo para sellar nuestras vidas al fin. Admiro su vientre y niego, incapaz de creer que tendré otro hijo con ella y que esta vez no estará sola pasando por este proceso. Estaré aquí para protegerlos a los cuatro.Toma mi mano y se inclina un poco sobre mí para detenerme. Y lo logra con un puntaje perfecto cuando sus pechos quedan en mi cara.—Quiero pedirte algo.—Lo que quieras —aseguro, mirando ahora sus ojos—. Hasta una isla, si es tu deseo.
MirandaCierro los ojos y sonrío al disfrutar de la tranquilidad que nos envuelve en este momento. Estar en este lugar tan apacible, lejos del bullicio de una ciudad incontrolable, dejándonos tragar por una deleitosa paz, es increíble. El aroma salado del mar lo envuelve todo a nuestro alrededor y me relaja como nada lo hizo antes. Incluso vivir en un lugar como este por la eternidad es tentador. Si tan sólo mis hijos no arruinaran mi imagen de pasividad perfecta con los recuerdos de sus gritos y de sus llantos.Es increíble pensar que los he extrañado tanto que me siento un poco vacía al despertar y darme cuenta de que no tengo a algún lado al que correr, o atender, más que a mi esposo.Mi esposo.
MirandaAl despertar, bastante avanzado el día según el reloj de la mesa a mi lado, me quejo por el sueño que aún amenaza con consumirme, como si absorbiera mi energía vital. Impulso mis piernas a bajar con una férrea voluntad, me siento y gimo un largo bostezo que me saca un poco más de ese mundo de sueño llamado letargo. Uno de los síntomas del embarazo que me puso un poco alerta y obligó a Jeanne a que comprara esa prueba de embarazo casera que nos sacó de dudas y me hizo una mujer feliz.No hay señal de James. No sabría estimar si ha dormido ya.Muerdo mi labio mientras me cambio con un vestido largo verde oliva y sandalias negras sin tacón, todo sin dejar de sentir una extraña agitación en mi pecho, como si algo no estuvie
JamesLa música estridente que se escucha desde dos pisos abajo se origina en el apartamento frente a mí. Este lugar es nuevo, como es la costumbre de Lucio de no quedarse demasiado tiempo en un mismo lugar. Pero no tiene nada especial, tal y como le gusta para no llamar la atención de más. La decadencia es la misma en la que está acostumbrado a vivir. Si algo no puedo decir de Lucio es que sea un insensato. Le gusta hacer lo que hace, la adrenalina de la persecución y la emoción de no ser descubierto mientras miente. Un engañador consumado tallado por una larga cadena de estafadores que lo precedieron y se enorgullece de ello.Mis raíces son una verdadera mierda.—¿Y entonces? —pregunta la chica tatuada a mi lado. MirandaDentro del avión Richard sostiene mi mano y limpia mis lágrimas, mientras nuestras dos acompañantes mujeres se mantienen alejadas para que mi preocupación no altere a mis hijos.Necesito tanto verlo. Ver que está bien y que nada malo le pasará.Él no contesta a su teléfono, Jeanne tampoco y mis nervios se están volviendo locos.—Me casé por primera vez a los veinticuatro años —dice Richard, sé que es para servir de distracción—. Su padre era socio de mi abuelo y era mi obligación conservar la línea noble de la que precedo. Su mejor amiga era su amante, vivía a su antojo y derrochaba como loca. Desquiciada por las drogas y el licor. Un día intent&oacuCapítulo 63