—Un imbécil me tocó el trasero y lo abofeteé. Tenía controlada la situación, a no ser por el imbécil pervertido que se entromete y se arma un alboroto enorme. Cuando el jefe salió de su oficina, me miró y frente a todos me despidió.—Sin que te moleste —me detiene levantando la mano—. Sé que lo odias por el beso, pero un caballero hace eso, defender a una mujer.—No le pedí que lo hiciera. Ya antes he pasado por eso y nunca ha llegado a mayores, y encima termina besándome para calmarme. ¿Puedes creerlo?Amelia estalla en carcajadas incontrolables.— ¡Ay, virgencita! Ya quiero conocer a ese hombre. Se me hace tan interesante.—No puedo considerar que te pongas de su lado siempre.—Se me hace tan tierno e indecente, es como una mezcla peligrosa de deseo y lujuria. Ahora estoy más segura de que es tu media naranja.— ¿No que lo era Carlos?—Bueno, también lo es, si pudieras estar con los dos sería fenomenal.—Estás demente, yo no puedo estar con los dos, ni siquiera pensar que pueda sent
¡Oh Dios mío! ¿Carlos Martinelli quiere verme? Es casi increíble. ¿Debería sentirme emocionada o nerviosa? Definitivamente, emocionada de que alguien como él se fije en mí. ¡No, no, no! ¡Es una locura! Si alguien como yo sale con alguien de su estatus social, mi vida se volvería un caos, mi privacidad se vería comprometida y seré vista como una arribista. El amor es complicado para dos personas tan diferentes. Es romántico soñar, pero el sueño es solo una ilusión de que podríamos caminar en la misma dirección sin que nos señalen.¿Será posible que sea tan diferente como dice Amelia? ¡Ay, Dios mío! No sé qué siente mi corazón en este momento.Corro al baño para mostrarle a Amelia el mensaje. Ella estaba aplicándose una mascarilla de aguacate.—¿Por qué esa cara de angustia? —pregunta Amelia, mirando curiosa.—No vas a creer lo que te voy a mostrar —digo, sin poder ocultar mi emoción.—Si es un enorme consolador, definitivamente no lo creeré —responde con una sonrisa traviesa.—Deja de
—No sé qué hacer, Amelia —confieso.—¿Sobre la nueva cita? —pregunta, curiosa.—Aceptar la invitación me lleva directamente a su mundo, y ... tengo miedo. Mi corazón se descontrola y algo dentro de mí me frena.—¿Te gusta el salvaje?Sonrío de manera insegura.—No lo sé. No sé identificar lo que siento. Ese odio que siento cuando lo veo desaparece cuando estoy cerca de sus labios, cuando inhalo su aroma y mi cuerpo se impregna de su perfume varonil. Su mirada... —me estremezco—, me hace temblar las rodillas y siento un cosquilleo en el estómago, una excitación que no puedo controlar.—Definitivamente te gusta —concluye Amelia, algo preocupada.—Es que no puede gustarme alguien como él. Es tan brusco y... No puedo negar que me descontrola cómo me toma entre sus brazos y me hace estremecer. Esa mirada dulce sigue en mi mente, acelerando mis latidos cada vez que lo pienso. Me niego a creer que él es a quien mi corazón está esperando. Ya cometí un error una vez, no soportaría una decepció
EstebanDespués del incidente con Jenny, Roger y yo fuimos a almorzar y luego a Suesca. Intento despejar mi mente y no pensar en la enigmática mujer, pero no tengo éxito. Al caer la noche, regreso a casa después de la cena. La casa está en silencio, y supongo que mamá sigue molesta, así que trato de subir lo más sigilosamente posible. Sin embargo, antes de entrar a mi habitación, mamá me detiene. Odio cuando aparece de la nada como un ninja.—¿Estas son horas de llegar? —interroga, paralizándome. No la vi venir y dejo caer las llaves del auto.—Buenas noches, mamá —respondo, girando hacia ella.—¿Dónde has estado? —expresa, cruzándose de brazos. —Sales por la mañana y te pierdes todo el día. No contestas el celular. Me pregunto para qué tienes uno, si nunca contestas las llamadas.—No exageres, mamá.—Una de cada treinta veces que llamo, me contestas. O me equivoco.—Lo siento.—¿Lo sientes? ¿Te parece divertido lo que haces? Ya no eres un niño, pero te comportas como tal, tan caprich
—No dije eso.—Siempre lo has pensado, madre. Me culpas por su muerte, me haces la vida miserable porque crees que soy responsable. Intentas castigarme por algo que no hice —grito, con la voz rota por la frustración.—¡Cállate! —me grita, volviendo a abofetearme, la rabia y la impotencia se reflejan en sus ojos.En ese momento, la puerta se abre de golpe y Carlos aparece, con el rostro tenso y la determinación marcada en cada línea de su cuerpo.—¡Basta, mamá! —exclama, acercándose rápidamente para separarla de mí—. Ya es suficiente. No tienes derecho a tratarlo así.Carlos se interpone entre nosotros, su presencia imponente calma momentáneamente la furia de mamá. Ella lo mira con ojos llenos de sorpresa y rabia, pero el enfado se torna en confusión al ver la firmeza de su hijo.—No te metas, Carlos.—No puedes seguir tratándolo así. Necesitas calmárte y pensar en lo que estás diciendo. El trato que le das solo lo lastima más y no resuelve nada— la saca de la habitación.Escucho los m
—Quince años atrás—Para mi décimo cumpleaños, papá nos llevó a Curití, un lugar que resonaba en mi mente como un paraíso por descubrir. Aquel viaje prometía ser la culminación de meses de ilusiones y expectativas. Los días transcurrieron como un sueño hecho realidad, entre el resplandor del sol que acariciaba nuestra piel y la danza frenética de la lluvia que pintaba de frescura cada rincón del paisaje. Era como si la naturaleza misma estuviera celebrando con nosotros, convirtiendo nuestras cortas vacaciones en el mejor regalo del año.Pero como en todas las historias, incluso las más hermosas, hay un giro inesperado. Mi travesura, impulsada por la curiosidad infantil, pronto se convirtió en un torbellino fuera de control. Después de un día idílico en el Balneario Pescaderito, la lluvia nos sorprendió al atardecer, obligándonos a regresar precipitadamente al Refugio Hostel, apenas a unos minutos de distancia. En medio del fragor de la tormenta, me quedé rezagado, confiado en mi capac
JennySus manos aprisionan las mías contra la pared y mientras siento su cuerpo apegarse al mío, mi respiración se acorta, sus labios se apoderan de mi cuello besándolo con delicadeza, mientras su lengua cálida me hace cosquilleos en cada lamida, como saboreando un delicioso helado. Se apega a mi cuerpo, haciéndome sentir su erección.Sus besos suben por mi barbilla y se apoderan de mi boca arrancándome un jadeo placentero. Se aparta y me mira con lujuria, no hace falta que diga nada, sabe lo que necesito.Muerde su labio inferior y vuelve a buscar mi boca, en tanto sus manos bajan por mis brazos hasta mi pecho y los acarician, van apartando la blusa, en tanto abandona mi boca para besar mis senos. Mi excitación crece, entrelazo mis dedos en su cabello y guio su cabeza hacia abajo. Cierro los ojos y muerdo mis labios.—¡Joder! ¡Follame ya! — pido entre jadeos.Estoy volviéndome loca, pero no puedo más, sus besos salvajes y tiernos parecen desnudar mi alma. Baja por mi abdomen dejando
—¡Ay, virgen santísima! — expreso, completamente agitada, pasando las manos por mi cuerpo tembloroso, el corazón está por salir de mi pecho.La respiración agitada, el sudor perlado en mi frente, me encuentro enredada en las sábanas, todavía sintiendo el eco de aquel sueño vívido que me había transportado a un lugar de pasión desbordante. Pero ahora, la realidad me golpea con fuerza, recordándome que estoy sola en mi habitación, que no hay manos suaves recorriendo mi piel, ni gemidos compartidos en un éxtasis compartido.Con un suspiro profundo, intento calmar mi corazón galopante mientras trato de sacudirme la sensación de deseo que me ha dejado el sueño. Pero el recuerdo persiste, tan real y palpable que me deja anhelando algo que sé que no puedo tener.Aunque la sensación de pérdida y frustración me envuelve, una parte de mí está agradecida por haber despertado, por haber escapado de esa ilusión que, por un breve momento, me hizo sentir viva de una manera que la realidad no puede i